La noche •Capítulo 7•

Daniel Sánchez era capitán de la UCO, la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil. Durante sus más de veinte años dentro del cuerpo, el oficial había visto muchas escenas del crimen. Algunas brutales y sangrientas, otras extrañas y surrealistas. En ese momento, tenía la sensación de que aquella reunía todas las características anteriores y alguna más de propina: un hombre salvajemente asesinado a cuchillazos y un camión lleno de droga hasta arriba habían aparecido abandonados cerca de un polígono industrial, en el sur de la Comunidad de Madrid, más conocido por las prostitutas que recorrían sus calles a diario que por las empresas allí establecidas.

Desde hacía casi dos años, un psicópata degenerado e implacable, conocido como el Carnicero de Madrid, estaba sembrando cadáveres degollados por toda la ciudad y sus alrededores, aterrorizando a la población y volviendo locas a las autoridades españolas, que pese a todos sus esfuerzos conjuntos no lograban encontrar al asesino. Ni se le habían acercado. «¡Puto cabrón escurridizo!», maldijo para sí mismo.

—Lo de siempre, mi capitán: homicidio con arma blanca. Cuando lo encontramos conservaba la cartera con bastante dinero dentro y varios objetos de valor, incluidos los kilos de mierda que debe de haber dentro de ese camión. El asesino no se llevó nada —le informó Pablo Moreno, uno de los agentes de la pareja de guardias que había acudido a la llamada de advertencia de un vecino.

—Nunca lo hace. El robo no es su motivación, eso ya lo sabemos. ¿Algo más? ¿Conocemos la identidad de la víctima? ¿Alguien ha visto algo?

—Sí y no. Llevaba el DNI encima y lo están comprobando ahora mismo. Pero, por desgracia, todas las chicas con las que hemos hablado dicen que no han visto nada. Ya sabe cómo es esto, las putas están muy bien aleccionadas por sus chulos para no colaborar nunca con nosotros. Ese tipo no parece… humano, ¿verdad? Es como si nunca cometiese errores. ¡Ni un cabo suelto, nada!

—Todo el mundo comete errores tarde o temprano. Créame, no hay nada de sobrenatural en este individuo. Solo es un perturbado. En fin, buen trabajo.

—Gracias, mi capitán —respondió el aludido antes de retirarse, ligeramente ruborizado por el cumplido de su superior.

—Creo que le gustas —le susurró Javier, forense del Departamento de Policía Judicial de la Benemérita y buen amigo de Daniel desde hacía ya muchos años, con una sonrisa socarrona en los labios—. ¡Te estaba comiendo con los ojos!

—¿Qué dices? ¿De quién hablas?

—Del Agente Eficiencia, ¿de quién si no? ¿No me digas que no te has dado cuenta? —Las sonoras carcajadas del forense retumbaron por todo el descampado.

—¡Javier, coño, no me seas animal! No es más que un crío recién salido de la academia.

—Si es lo bastante mayor para llevar uniforme y pistola, también puede hacer otras cosas, mi capitán. ¿Y sabes qué? ¡Creo que te vendría de puta madre echar un polvo!

—¡Tú estás loco! —refunfuñó—. No me he acostado con un hombre en más de dos décadas.

Cuando un agente entraba a formar parte de la UCO, debía renunciar a los horarios fijos, a su tiempo de ocio e incluso a su vida familiar, ya que las vigilancias podían alargarse durante horas y a veces surgían cuando menos se las esperaba. En ocasiones, pasaban días enteros sin ir a sus casas ni para cambiarse de ropa. Daniel lo sabía muy bien porque el trabajo le había costado su propio matrimonio. Hacía seis meses que él e Irene, su mujer, estaban separados y ella acababa de pedirle el divorcio. No podía decir que le sorprendiese, ni tampoco que la culpase. Ella había aguantado estoica a su lado durante más de veinte años y prácticamente había criado sola a sus dos hijos. Pero eso no lo hacía menos doloroso.

En el cuartel, todos se habían dado cuenta de que su carácter, que acostumbraba a ser afable y alegre, se había agriado bastante desde la separación. Javier era el único que conocía sus aventuras de la juventud con amantes de ambos sexos, antes de enamorarse de Irene. Y, por lo visto, parecía haber decidido, por su propia cuenta y riesgo, que ya era hora de que las retomase.

—Pues no soy un experto en estos temas, pero no creo que el procedimiento para sodomizar hombres haya cambiado demasiado desde entonces.

—¡Ya! Pero no con un chaval de veintipocos años.

—¿Por qué no?

—¿Cómo que por qué no? —protestó, indignado—. ¡No me jodas, Javier! Porque le doblo la edad, podría ser su padre.

—A él no parecía importarle.

—¡Pues a mí sí! ¿Volvemos ya al caso?

—¡Aguafiestas!

Daniel le dedicó una mirada ceñuda a su amigo para disuadirlo de seguir insistiendo con el tema. Sin embargo, no pudo evitar observar de reojo al guardia con el que acababa de hablar y tuvo que reconocerse a sí mismo que el chico le parecía bastante atractivo. Se dijo que era algo que saltaba a la vista y que tendría que estar ciego para no darse cuenta, pero una cosa era que supiese apreciar la belleza de ese joven y otra muy distinta que estuviese dispuesto a hacer algo al respecto. «Bastantes problemas tengo ya como para añadir una relación inapropiada a la lista», pensó mientras se daba un tirón de orejas mental por atreverse a valorarlo siquiera. Pues no se trataba tan solo de que estuviese a punto de divorciarse o de que le llevase muchísimos años al chaval, sino que además también era su superior y abusar de su posición de poder para liarse con uno de sus subordinados, aunque fuese un mero polvo rápido, le parecía totalmente inmoral y nada ético. Reprimió un suspiro de resignación y se obligó a sí mismo a prestar atención a las explicaciones que Javier le estaba dando sobre las heridas de la víctima. Ahora tenía un asesino en serie que apresar y sus necesidades debían quedar en un segundo plano, como siempre.

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