Ya sabes que te quiero (parte V) •La otra versión del Trío•

Resultó complicado para Nathan aguantar el tipo en la cena tras el concierto e improvisar después una excusa para salir corriendo, despachando a un numeroso grupo de amigos y colegas del trabajo. Lo más difícil fue confiar en que cierto moreno de ojos azules mantendría su palabra y no se volatilizaría de nuevo, pero allí estaba, plantado ante la puerta de su propiedad y blandiendo una botella de whisky.

—Felicidades por tu éxito, Kei. Todavía son las once, así que feliz cumpleaños, irlandés.

Las mismas viejas costumbres. La misma vieja sonrisa, un punto más melancólica. Ya en el interior, parapetados tras un telón de cortinas, sirvieron alcohol en tres vasos y esperaron a que alguien reuniera coraje para romper el hielo. Niko no se mostraba intimidado en aquel entorno desconocido, sino que se paseaba por aquí y por allá husmeando en los rincones, valorando las novedades, los objetos familiares, los huecos —muchos— aún vacíos. Nathan se sintió a medias reconfortado y crispado por el gesto; su naturalidad lo calentaba por dentro y, a un tiempo, le despertaba el impulso de estampar al muy desgraciado contra la isla de la cocina. Por los meses perdidos. Por el encono, y el dolor, y esa frustración ocasional durante el sexo cuando recordaba lo magnífico que era entre los tres.

Fue Niko quien inició el diálogo después de vaciar su vaso a la salud de los otros dos, que se habían sentado juntos en el sofá. Contó cosas que ya sabían y otras que ignoraban; aludió de pasada a lo confusas que eran las ecografías tempranas, a los nervios satisfechos de su madre; confesó que coleccionaba todas sus apariciones públicas en pulcros archivos en su ordenador; les habló sobre sí mismo y también sobre ellos, con humildad, igual que habría hecho un pretendiente respetuoso en una primera cita. Por último se los quedó mirando, perfectos ambos en lo que conservaban y en lo que los años habían transformado. Ese brillo salvaje en los iris oscuros de Nathan… Sin perderlo de vista, se arrodilló ante el músico y apoyó la frente en su muslo, con una mezcla ambigua de lascivia y sometimiento.

«Cuando te hayas arrastrado ante Kei, suplicándole perdón por lo que hiciste, y cuando te hayas humillado como el gusano egoísta que eres…».

Si bien quería suplicar ese perdón, al diplomático encantador del pico de oro y las sonrisas resplandecientes no le salían las palabras. Sentía algo parecido al alambre de espino en torno a la garganta, y sus jadeos roncos no hicieron sino exasperar a Nathan, quien le alzó la cabeza por la nuca —mascullando un juramento contra aquella cabellera tan corta— y se inclinó hasta que sus rostros casi se rozaron.

—Dos años. Dos puñeteros años desde que me jodiste de todas las maneras posibles, cabrón.

La violencia de su beso fue un eco de la furia que experimentaba; un intercambio algo torpe de labios, lengua y saliva —en lugar de sus antiguas coreografías de expertos—, causado por el hábito perdido y la necesidad de represalias. Separarse sin arrancarle la ropa le costó lo mismo que no morderlo. Aunque gozaba contemplándolo tan doblegado, se obligó a contenerse por consideración a Kei, mudo espectador en medio de ambos. El pianista no los imitó, sino que apoyó la palma con gentileza en la mejilla del postrado Niko. Este se frotó contra ella, la besó y la lamió como si fuera su primera comida tras un ayuno demasiado largo.

—Lo siento —murmuró—, lo siento, lo siento. Haré lo que me pidáis, cumpliré cualquier penitencia, lo que sea, pero… Por favor, dejadme… volver.

—Nada de penitencias —sentenció Kei al fin—. Nada de penitencias, ni de infidelidades, ni de secretos. Ya has hecho lo que tu conciencia te dictaba, fabricar un pequeño Bradley para tu familia, ¿cierto? Pues bien, te contaré cómo serán las cosas a partir de ahora. Y no tendrán nada que ver con el pronóstico apresurado que te hice el otro día, así que escucha con atención.

»Esta es nuestra casa, mía y de Nathan. Serás un invitado en ella, para lo cual adecentaremos la habitación libre que hay frente a la nuestra. Puede que la encuentres pequeña y modesta comparada con la tuya, pero es donde nos reuniremos en el futuro, sin discusiones. En cualquier caso, resultará lógico que quieras conservar la otra, porque será tu residencia oficial y la del bebé cuando nazca, y mientras esté contigo.

»Dudo que dispongamos de muchas ocasiones para estar juntos a corto plazo. Tendrás que ocuparte de la madre, llegar a un acuerdo con ella, portarte bien, en definitiva. En cuanto se presente tu hijo o hija será incluso peor para ti, un padre teóricamente soltero ocupándose de su educación y ocultando al mundo lo que siente por otros dos homosexuales reconocidos. No podremos prometerte nada, salvo que te ayudaremos. Seremos… unos tíos para ella o para él, si es lo que deseas. A Nathan se le dan bien los niños, y a mí… ¿Quién sabe? Es un reto que habremos de afrontar en su momento.

»Y después de todo eso, cuando hayamos superado los obstáculos y alcanzado un equilibrio razonable, cuando hayamos demostrado que funcionamos, pondrás tu parte de esta propiedad y se convertirá también en tu hogar. El de los tres. Será largo y difícil, muy difícil. No podrás abandonar a medio camino, recobrar la libertad para hacer lo que te apetezca y confiar en que estaremos aquí para escuchar tus quejas o echar un polvo esporádico. Es todo o nada, Niko. Tú decides.

Nikolaos Bradley se sumergió en dos pozos azules y rasgados. Aunque ahora lucían unas finas arruguitas en las comisuras, la esencia era tal cual la recordaba, serena, tranquilizadora. En ellos, el tiempo siempre se detenía en el pasado, en la mejor época de su vida.

Decidió.

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