Ocho mil kilómetros •Capítulo 15•

15
Tacones altos

 

Lo cierto era que ese día no tenía nada de especial para ninguno de los dos. No habían decidido hacer de esa salida vespertina el veintisiete de agosto una tradición, pero ya era el tercer año consecutivo que Matsubara y Hasegawa quedaban para ir de compras el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar.

Empezaron el primer año de carrera; no era la primera vez que salían juntos y a solas, hecho que, por supuesto, alimentó los rumores sobre su supuesta relación. Ya que les venía bien y no estaban muy atareados con trabajos de la facultad, eligieron esa fecha como cualquier otra y la dedicaron a recorrer de una punta a otra toda Kawaramachi-dōri. Miraron tiendas de ropa, de accesorios, librerías y algún que otro bazar de productos electrónicos.

En segundo y por mera coincidencia volvieron a repetir el veintisiete. Era buen momento para ir de compras: el calor estival empezaba a no ser tan intenso, ya encontraban prendas otoñales y aún quedaban los últimos saldos del verano entre los cuales, si sabían buscar bien, podían encontrar verdaderas gangas.

Y finalmente ese tercer año, cuando Hasegawa le sugirió volver a repetir, ambos eligieron el mismo día más por inercia que por costumbre, y estallaron en carcajadas cuando, después de revisar el calendario, ambos dijeron al unísono: «¡El jueves!».

Matsubara salió de la estación de Kawaramachi y cruzó la calle hasta la parada de autobús de Hasegawa, que no llegó mucho más tarde. Al bajar del mismo, la muchacha lo saludó agitando levemente la mano y cuando estuvo junto a él le dio un beso en la mejilla, el cual Matsubara recibió sin rubor alguno. Desde su fin de semana en el onsen se habían acostumbrado a ello y debía reconocer que resultaba agradable.

Había cambiado su atuendo a uno más cómodo para caminar, pero no dejaba de estar perfecta, con unos pantalones cortos que mostraban las piernas hasta medio muslo, unas altas sandalias de cuña y una camiseta amplia a franjas blancas y salmón que dejaba uno de sus hombros a la vista. Matsubara, por su parte, vestía unos simples vaqueros junto a una fina sudadera desmangada de color amarillo y unas zapatillas de lona gris sin cordones. En realidad, cualquiera que los viera no solo podría pensar que salían juntos —no por nada la chica se le agarró del brazo desde el primer momento— sino que, además, hacían buena pareja. Nada más lejos de la realidad.

El principio de la tarde no tuvo nada de especial. Recorrieron casi cada planta del centro comercial Kyoto Marui. Allí, Hasegawa se hizo con una falda cortísima que obtuvo la desaprobación de Matsubara, y con algunas blusas mientras que este añadió otro par de zapatillas más a su colección. Probaron algunos dulces que se exponían para su degustación y Matsubara decidió llevarse a casa unos mochi de melón. Jugaron también algunas partidas en una de las consolas portátiles de prueba y, al salir de los grandes almacenes, continuaron calle arriba, visitaron más tiendas de ropa, alguna que otra de cosmética donde Hasegawa hizo su agosto mientras el otro esperaba pacientemente, y un par de librerías. Cuando, casi tres horas más tarde, la chica sugería sentarse a descansar, pues le dolían los pies, Matsubara no pudo evitar preguntarse cómo demonios había sido capaz de caminar tanto con semejante calzado. Eso, a todas luces, debía ser incomodísimo.

Eligieron una cafetería que ninguno de los dos conocía situada en un local pequeño de dos plantas cerca de la última tienda que habían visitado. Su interior, no muy amplio, estaba decorado con paneles forrados en madera, pequeñas mesas bajas y butacas y lámparas colgantes con pantalla de tela. Ambos eran aficionados a ese tipo de establecimientos y siempre que descubrían uno nuevo tendían a apuntarlo para poder volver o para recomendárselo al otro.

De hecho, Matsubara recordó el local de Dave. El estilo era similar, aunque con el blanco como color predominante en contraposición a los verdes y marrones de este. No había podido hablar con Hasegawa acerca de ese lugar en el momento en que lo descubrió y ahora las cosas eran distintas. No iba a hacerlo, de todos modos, pero la gran diferencia radicaba en que por aquel entonces tenía algo que ocultar a su amiga y eso ya se había acabado. Ya no necesitaba esconderle nada y se sentía fantástico por ello.

—Te juro que estaba por quitármelas y seguir descalza —dijo ella cuando ya habían tomado asiento en el piso superior, junto a la ventana.

Estaba inclinada y se masajeaba los gemelos para liberar un poco de tensión.

—Siempre te pasa igual, ¿por qué no llevas algo más cómodo cuando tienes que caminar mucho? —preguntó Matsubara riéndose mientras ojeaba la carta.

—¡Pero si son cómodas! Después de mucho rato es normal.

La chica se incorporó y acomodó un poco su montón de bolsas en el suelo, cuidando de que nada se volcara o se arrugara.

—¿Qué vas a pedir? —continuó, ya con su propia carta entre las manos.

—Café, desde luego —respondió Matsubara, que últimamente consumía más cafeína que de costumbre.

—¿Pedirías tú por mí, por favor? Eso o bajo descalza a la caja.

Él volvió a reír y asintió; de todos modos, ya pretendía hacerlo antes de su petición, ya que el sitio funcionaba como autoservicio y obligarla a hacer cola de pie podía ser prácticamente un acto de crueldad.

No mucho más tarde, ambos disfrutaban de sus bebidas y de un trozo de pastel en el caso de Hasegawa mientras decidían qué hacer el resto de la tarde porque, a pesar de sus quejas, ella tenía la intención de terminar de recorrer toda la avenida e incluso de volver sobre sus pasos para comprarse unos pendientes que en un primer vistazo había decidido dejar pasar.

—¡Pero es que están tan rebajados! —se lamentaba; solo a ella podía ocurrírsele gastar más de veinte mil yenes en algo así.

—Estás loca, ¿lo sabías? Loca.

—Ay, no te metas conmigo, eran preciosos, no me digas que no.

Matsubara se encogió de hombros. Eran demasiado brillantes para su gusto, pero no iba a cuestionar su elección, no cuando estaba claro que nunca tenía en cuenta su opinión, ni necesitaba que lo hiciera.

—Además, tú también te has gastado bastante en el gorro ese que ni te pega.

El chico lanzó un vistazo a sus bolsas, que también descansaban en el suelo. Una de ellas contenía un gorro sencillo de punto en color marrón que había comprado más por impulso que por otra cosa.

—Deja que lo vea. —Hasegawa rebuscó hasta sacar el complemento y lo giró entre sus manos—. Tadaji, esto parece más un calcetín enorme que un gorro; podría haberlo cosido yo y eso que no he cogido una aguja en la vida. Cuatro mil yenes me parece excesivo para algo así; a ver cómo te queda.

Hizo ademán de ponérselo, pero Matsubara interceptó la prenda antes de que le tocara la cabeza y la volvió a guardar mientras se aclaraba la garganta.

—No…, no es para mí.

—¿No? —Hasegawa parpadeó sorprendida—. ¿Para quién, entonces? No me digas que…

Él asintió con la cabeza.

—No sé si dárselo, ha sido un impulso. Creo que iré a devolverlo luego.

—¡Ni se te ocurra! Es de su estilo, Arian estaría monísimo con eso.

—Pero es demasiado caro, a lo mejor no sería adecuado.

—Tonterías. Él te regaló ese chaleco, ¿no?

—Por mi cumpleaños. Esto es… porque sí. Porque también creo que estaría guapísimo; en realidad ni siquiera sé cuándo es su cumpleaños.

Hasegawa lo observó con los ojos muy abiertos y, sin mediar palabra, sacó su móvil del bolso y comenzó a escribir con rapidez. Matsubara se preguntó cómo era capaz de hacerlo con esa soltura llevando uñas postizas. No eran demasiado largas, pero desde luego parecían molestar a la hora de usar la punta de los dedos para algo.

Momentos después, le enseñaba la pantalla con la aplicación de e-mail y la dirección de Arian a la vista.

«En noviembre, ¿por qué?».

—Ya lo sabes. Pero no puedes esperarte tanto para dárselo, ya le comprarás otra cosa.

Suspiró un poco y volvió a menear la cabeza antes de remover su café. No lo había pedido helado y hacía demasiado calor como para beberlo sin dejar que atemperase un poco.

—Eres increíble, ¿sabes?

—Calla, ya me lo agradecerás.

Con un guiño, tecleó una rápida respuesta para Arian y volvió a guardar el aparato en su bolso. Se quedaron en silencio unos instantes antes de que él, animado por ese nuevo grado de complicidad que ambos habían adquirido y por la necesidad imperiosa de contar lo que le había estado quitando el apetito durante toda la semana, volviera a hablar.

—Hm, Hasegawa…, tengo que contarte algo. Sobre Arian.

La chica dejó su té helado sobre el posavasos y lo observó atentamente. Matsubara tomó esa mirada como una invitación a que continuara y así lo hizo:

—¿Te ha dicho él algo?

—No, desde el viaje no hemos hablado, suele escribir más a Rose —explicó ella—. ¿No habréis discutido de nuevo?

—¡No, qué va! No es eso. —Matsubara titubeó un poco mientras soplaba a su café con el vaso sujeto entre ambas manos—. El sábado pasado salimos. Y estuve a punto de… —sus mejillas tomaron cierto color— de besarlo.

La expresión de su amiga fue de sorpresa y de júbilo. Juntó las palmas y aplaudió un par de veces sin hacer ruido, pero Matsubara la persuadió con un ademán.

—No, no pasó nada. Fue extraño, al principio pensé que fue él quien empezó, pero… me equivoqué.

—¿Y no habéis hablado de ello?

—No, claro que no. Es un tema demasiado incómodo. De hecho, apenas hemos hablado estos días. Creo que sospecha algo de lo que siento y no le gusta; es normal.

—¿Por qué, porque no es gay?

Matsubara asintió tras gesticular para que bajara la voz: no estaban solos allí. Hubo una pausa entonces. De repente, Hasegawa pareció reticente por algo, incluso le rehuía la mirada, ante lo cual él interpretó que le estaba ocultando algo.

—¿Qué ocurre?

—No puedo decírtelo.

El chico alzó las cejas sin entender una sola palabra.

—No preguntes, de verdad. Pero si aceptas un consejo, habla con él y hazlo ya. Llámalo esta noche, ve a verlo, lo que sea, pero hablad de ello, ¿vale?

—No comprendo nada, Hasegawa.

—Ya lo sé y yo no puedo decir nada, ¿vale? Vosotros… hablad.

Matsubara aceptó aún extrañado. Si tenía algún secreto que guardar, no iba a obligarla a traicionarlo por mucha curiosidad que tuviera y por muchas sospechas que aquel detalle hubiera levantado. No había que ser muy espabilado para atar cabos: en dos frases escuetas habían entrado Arian, gay y un secreto. El corazón le empezó a latir con fuerza. No podía ser, imposible.

—Me encantaría que acabaseis saliendo, ¿sabes? —Hasegawa lo sacó de sus pensamientos.

—Pero no lo entiendo. ¿No te resulta raro pensarlo? O desagradable, no sé… La gente tiende a escandalizarse al ver a dos chicos…, ya sabes.

—Ya, es curioso, pero no —respondió ella tras encogerse de hombros—. La primera impresión fue así, si te soy sincera, pero si lo pienso…, no sé, os lleváis tan bien y a veces veo que os compenetráis tanto que me parece hasta lógico. Tú lo quieres, ¿no?

—Mucho.

—Entonces, ¿qué más da? Chico y chica, dos chicos o dos chicas, no consigo verlo como un problema.

—Es que no lo es. Me ha costado mucho aprender eso y no estoy preparado aún para intentar que todos los demás lo hagan. Pero no es ningún problema.

—En ese caso, Tadaji…, ánimo. Seré la primera en felicitarte si te corresponde.

 

Después de recargar fuerzas en la cafetería, reanudaron la tarde de compras. Regresaron sobre sus pasos a que Hasegawa se comprara aquellos pendientes y luego continuaron el trayecto calle arriba. Sus tarjetas de crédito bien podían empezar a echar humo de tantas veces que las usaron, sobre todo ella, hasta llegar al punto de casi no poder cargar con más bolsas.

Ya anochecía cuando decidieron dar el día por concluido; ambos estaban cansados y temían haber vaciado por completo sus cuentas bancarias. Eso para Hasegawa no suponía mucho problema, no así para Matsubara, que bien sabía que sus padres no verían con buenos ojos su falta de administración. Pero acababa de cumplir los veinte, lo habían puesto a trabajar sin preguntar y la titularidad de la cuenta era suya y solo suya. Por una vez, se había querido dar el capricho.

Propuso acompañar a la muchacha hasta la parada de autobús más cercana y de ahí regresar hasta la estación de metro, pero ella aún quiso recorrer toda Kawaramachi-dōri en sentido inverso para que su amigo no tuviera que hacerlo solo y por poder disfrutar de la compañía mutua durante un rato más.

—Necesitarás un buen masaje en los pies después de esto —le decía Matsubara cuando ella le pidió caminar más despacio. Incluso se volvió a agarrar a su brazo para poder tener un punto de apoyo extra.

—Ay, si tuviera a alguien que me lo quisiera dar…

El chico se echó a reír.

—Debería enseñarte unos cuantos gráficos que tenemos por la clínica con las consecuencias de usar tacones altos.

—No seas aguafiestas, Tadaji. Pareces mi padre —se quejó—, ya me conozco los gráficos que dices, los he visto en Internet y no creo que sea para tanto.

—Tú misma.

—Además, tienes que reconocer que estilizan mucho las piernas y que… uhm…

De repente se quedó callada y se detuvo sin soltarse de su brazo. Matsubara la miró con expresión interrogante y, antes de preguntarle nada, se dio cuenta de que su vista estaba clavada algunos metros por delante, sobre una cara que ambos conocían.

—Takeda…

Su antiguo compañero acababa de salir de un restaurante y se los había encontrado de bruces. Matsubara lo observó entonces con detalle: vestía con unos vaqueros entallados a la altura de las caderas, zapatos y una camisa de manga corta con el primer botón del cuello desabrochado. La corbata, cuyo nudo permanecía aflojado mostrando su garganta, y el peinado hacia atrás dejando su frente despejada completaban el atuendo que era, sin lugar a dudas, el ideal para una cita. Y, por si eso no era suficiente, la chica que, a su lado, los observaba con el mismo estupor confirmaba la teoría.

En cierto modo le recordaba a Hasegawa, solo que su piel estaba más bronceada y llevaba el cabello más largo y aclarado con mechas californianas. Pero su forma de vestir era parecida e incluso en complexión le recordaba a ella. De repente sintió una llama de rabia en el pecho.

—Tadaji.

Takeda lo nombró con resquemor mientras los observaba, a él y luego a Hasegawa, de arriba abajo. Frunció el ceño y soltó a su acompañante, a la cual llevaba tomada de la cintura.

—¿Qué significa esto? ¿Has vuelto al armario y has decidido volver a levantarme la chica?

Sus palabras quemaron en los oídos de Matsubara y le provocaron un resentimiento que no había sentido en la vida y que le subió hacia la garganta, formándole ahí un doloroso nudo. Quiso sacarle de su error, quiso explicarle que estaba equivocado, y cuando fue a abrir la boca para hacerlo se dio cuenta de que, en vez de hablar e intentar que atendiera a razones, en realidad le apetecía mucho más partirle la cara de un puñetazo. Y ya lo daba como hecho, ya empezaba a apartarse de Hasegawa con el puño fuertemente cerrado cuando esta se movió más rápido.

¡Plaf!

Matsubara sintió un secreto regocijo al presenciar el tremendo bofetón que su amiga acababa de estampar en la cara de Takeda y la expresión del mismo, con la sorpresa dibujada en las facciones y la mejilla enrojecida.

—¡¿Pero qué…?! —empezó, y se volvió de inmediato hacia la otra chica, que acababa de darle un empujón para apartarlo—. ¡Puedo explicártelo!

¡Plaf!

 

Aún no podía parar de reír. Cuando, media hora después de que las dos chicas se alejaran cada una por su lado, Takeda seguía con la mejilla derecha hinchada y se pasaba un vaso de té helado para aliviar el dolor, el repentino odio que había llegado a profesar por su amigo se había evaporado por completo. Todavía sentía una leve satisfacción al saber que, de una vez por todas, había recibido su merecido.

Tras la escenita protagonizada en mitad de la calle, Hasegawa le había dedicado unas breves palabras de disculpa antes de cruzar airada la avenida en dirección a la parada de bus más cercana, mientras que la otra muchacha, no contenta con haber estampado la mano nuevamente contra la mejilla de Takeda, aún lo insultó un par de veces antes de alejarse de ellos. La estupefacción del receptor de ambos bofetones y el revuelo que habían armado en un instante hicieron que Matsubara pudiera meterlo con relativa facilidad en la primera cafetería que encontró.

—Deja de reírte, joder —se quejaba—, no me hace ni puta gracia.

—¡Pues a mí sí! Deberías haberte visto la cara, qué lástima no haber fotografiado el momento.

—¡Vete a la mierda! No sé ni qué hago aquí contigo, será mejor que me vaya antes de que me contagies algo.

—Vamos, Takeda. Los dos sabemos que no piensas así en realidad.

El aludido enrojeció de pura rabia y musitó un par de maldiciones por lo bajo antes de dar un sorbo a la bebida que Matsubara le había comprado. Se giró sobre la silla que ocupaba para darle la espalda.

—¿Qué hacías con Hasegawa?

—No creo que estés en posición de preguntarlo cuando tú andabas con otra, ¿no crees?

Takeda volvió a girarse solo para poder taladrarlo con la mirada. Matsubara suspiró meneando la cabeza.

—Estábamos de compras, nada más. ¿De veras crees que hay algo más, no has aprendido nada sobre mí estas últimas semanas?

—No sé, no sería la primera vez que te lías con una tía para aparentar, ¿no?

—Entonces las cosas eran diferentes. Estás siendo completamente irracional, Takeda.

El mencionado se quedó en silencio ante el exhaustivo escrutinio de Matsubara, que no apartaba los ojos de él. Sabía perfectamente que detrás de esa actitud se escondía una tremenda inseguridad.

—¿Seguro que no salís juntos?

—Por favor…

—¡Hablo en serio! ¿Seguro? ¿No estás intentando ligártela ni nada por el estilo?

Matsubara resopló y apartó la mirada al fin. Él no había pedido nada, por lo que, en lugar de poder entretenerse con alguna bebida para no tener que mirarlo más, se dedicó a alinear el servilletero con el azucarero de manera distraída.

—Soy gay, Takeda. Completamente gay —susurró, para llegar solo a sus oídos—. Me gustan los chicos y solo los chicos, por si no te ha quedado claro. No existe manera alguna de que yo quiera algo con Hasegawa porque le falta el cromosoma Y y algo que cuelgue entre las piernas, ¿vale?

—Vale, joder, vale. No hacía falta que fueses tan gráfico.

—Es que parece que no te entra en la cabeza si no es de ese modo.

—¡Porque no sé cómo tomármelo! Quiero decir…, apareces un buen día diciendo que eres… eso. Y ya está, no tienes novio, no te he visto nunca interesarte por otros tipos y lo único que sé es que en el instituto saliste con una chica para que nadie sospechara. Una chica con la que yo quería salir.

—Pero deja de dar vueltas sobre ese tema —le pidió Matsubara—. Te lo dije: yo no sabía nada y, en cualquier caso, ya forma parte del pasado. ¿O aún sientes algo por ella?

—No, claro que no. Pero me gusta Hasegawa.

—Ajá, por eso ibas con otra antes, ¿no? —Takeda se encogió de hombros.

—Ya me dejó claro que no tengo ninguna oportunidad, ¿para qué quedarme amargado en casa?

—No tienes ninguna oportunidad precisamente porque sabe que eres un ligón. Tú también le gustas, ¿sabes? Pero no quiere salir contigo porque acabarás engañándola.

—¡No es verdad! Me olvidaría de todas las demás.

—En tu caso, eso es algo muy difícil de creer.

—Pero es cierto —insistió Takeda.

—Deberías apoyarlo con actos. Si te gusta Hasegawa, sé fiel a tus sentimientos; da igual que te haya rechazado, se supone que cuando te gusta alguien quieres estar con esa persona y nadie más. ¿Cómo crees que se habrá sentido al ver que no has tardado ni un mes en buscarte a otra?

—Ya…

Takeda bufó con la cañita de su té pegada a los labios y expresión de profundo fastidio.

—Cómo son las mujeres…, y que tú, precisamente, me estés dando consejos a mí. ¿Sabes? En el fondo te envidio un poco. Si vas a salir con hombres te ahorrarás muchos quebraderos de cabeza.

—Pero no somos tan diferentes, ¿sabes? Yo no podría tolerar una infidelidad, ¿acaso tú sí?

—¿Yo? No, claro que no. Pero es diferente.

—¿En qué sentido? No te creía tan chapado a la antigua, Takeda.

Pareció dar en la diana porque no dijo nada más sobre el asunto. Takeda no era precisamente de los que callan cuando tienen algo que decir. De hecho, raramente se quedaba satisfecho si no tenía él la última palabra. Matsubara esperó que aquello fuera una señal de que sus palabras le habían hecho reflexionar, aunque fuera un poco.

—Oye —dijo al cabo de un rato—, perdona, ¿vale? He reaccionado fatal con todo esto, no debería haberlo hecho.

Matsubara asintió y le brindó una sonrisa. Aún estaba algo resentido, pero no quería continuar peleado con él ni despreciar el esfuerzo que estaba haciendo al disculparse.

—Me pilló por sorpresa, es algo nuevo para mí y, no sé…, supongo que me molestó que no confiaras en mí lo suficiente.

—Pero ¿podría haberlo hecho? Cuando estábamos en el instituto, ¿crees que lo habrías aceptado y ya está?

—Hm, no lo sé —admitió Takeda no sin cierta vergüenza—. Éramos más críos, no sé cómo habría reaccionado.

—¿Ves? Ni yo mismo estaba preparado entonces para aceptarlo. No podía decíroslo y pretender que vosotros sí, ¿entiendes?

—Sí, lo entiendo.

Tras la última concesión, Takeda terminó su bebida y finalmente le tendió la mano a Matsubara tímidamente.

—¿Amigos?

—Claro —respondió él, estrechándosela.

—Pero, por favor —continuó Takeda al cesar el contacto—, si hay algo más que creas que debería saber, cuéntamelo antes de que me lleve el susto de mi vida.

Matsubara se echó a reír suponiendo que por su cabeza pasaba alguna escena tórrida suya con otro chico y Takeda presenciándola de improviso. Y no era que aquella situación fuera a darse alguna vez —Matsubara lo dudaba muy seriamente—, pero, ya que lo mencionaba, tenía algo sobre lo cual advertirle.

—Pues hay algo. —Takeda lo miró con cara de susto—. Y sí que deberías saberlo. Creo que un día de estos… voy a pedirle a Arian que salga conmigo.

—¿A Arian? ¿No dijiste que tú y él nunca…?

—Sé lo que dije, pero… tal vez lo intente. ¿Crees que te sentirías incómodo si hay en el grupo una pareja de chicos?

—¿Dejarías de intentarlo si fuera así?

Titubeó un momento. Pensó su respuesta seriamente: ¿hasta qué punto estaba dispuesto a olvidar a Arian por el bien del grupo? Ya le había sabido mal dividirlo con su confesión. Ahora que parecía volver a unirse, ¿sería bueno tentar a la suerte y arriesgarse a romper de nuevo esa unión? A todas luces, no. Pero siendo un poco egoísta quería correr ese riesgo. Así que acabó negando con la cabeza.

—Entonces haz lo que tengas que hacer y luego ya se verá.

Matsubara asintió ante aquel consejo, aunque, debía admitirlo, ni siquiera estaba seguro de necesitarlo realmente. Porque lo que le había dicho a Takeda era solo una ilusión, un proyecto vago basado en una esperanza que, al fin y al cabo, no tenía. Y por más que Hasegawa o quien fuera lo alentara, todavía dudaba si sería capaz de declararse de una vez por todas.

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