Montañas y tacones lejanos •Capítulo 5•

Hay algo ciertamente homosexual a la vez que profundamente homofóbico en el comportamiento de un grupo de hombres conviviendo bajo un sistema militar. Las bromas de carga sexual, el contacto disfrazado de peleas y pequeños abusos físicos, una mezcla de camaradería de hermandad y homoerotismo. Un juego erótico cuyo límite lo marcaba ese «no seas maricón», o el «no seas tan maricón» que hacía que Iván se comiera el coco: ¿estaba bien ser un poco maricón, pero no tanto? ¿Era eso? En cualquier caso, a Iván le quedaba clara una cosa: que si eras completamente maricón, estabas fuera del juego, por lo que era mejor para él quedarse al margen para evitar futuros malentendidos.

Se arrepentía más que nunca de no haber entrado en la Guardia Civil con David, como habían planeado durante toda su adolescencia. Los dos amigos de infancia compartían la misma vocación y el amor por la montaña. Habían entrenado y trabajado juntos como guías de montaña y habían soñado con entrar en el cuerpo de montaña juntos. Pero Iván lo había dejado colgado en el último momento, cuando decidió no presentarse aquel año a las oposiciones para irse en busca de Ramiro a Madrid. Que al final hubiese entrado un año más tarde y que ahora estuviese en la escuela de montaña mientras que David seguía haciendo prácticas en Navarra, había acabado por mellar su amistad. David también había entrado en aquella cueva en busca de esos chicos, los dos habían sido los héroes de aquel rescate por igual, tenían la misma experiencia como guías de montaña, puede que las notas de Iván fueran mejores, pero no tanto como para justificar que le dejaran saltarse los años de prácticas y colarse de forma tan descarada. Lo que llevaba a su amigo a una sola conclusión: «Has entrado por guapo». David solía decírselo como una broma, «No tiene nada de malo, unos son guapos y otros son listos; tú, capullo, eres las dos cosas…, así que jódete si te odiamos un poquito…». Y aunque fuese una broma, dolía, porque Iván no había pedido estar ahí, y hubiese preferido ir a Madrid con Ramiro, porque su vida sería más sencilla. Pero la verdadera razón por la que no llamaba a David era por la última conversación que habían tenido. Fue en navidad, cuando los dos aprovecharon sus días libres para pasar las fiestas en su pueblo con la familia. Por alguna razón, Iván no llegó a contarle a nadie cómo estaban las cosas con Ramiro. El fotógrafo solía tener exceso de trabajo en las navidades, y desde hacía años las pasaba viajando de sesión en sesión, por lo que no extrañó a nadie que no se presentara. Decía que era una de las mejores temporadas de trabajo del año, aunque Iván tenía la sospecha de que evitaba pasar las navidades en España por algún motivo que se le escapaba.

—¿Por qué siempre tienes que ser el mejor, tío? —David e Iván habían empezado hablando de sus entrenamientos, y la conversación no había tardado en convertirse en una discusión—. ¿Por qué no te basta con hacerlo bien?

—No intento ser el mejor…

—Sí que lo haces, desde que te conozco, no te basta con ser uno de los mejores, tenías que ser el primero siempre, ser el más rápido, sacar la mejor nota…; y sé que no lo haces por presumir, porque no eres un chulito, es otra cosa…, como si tuvieses que demostrar algo…

—No, que va…, yo no hago eso…

—Sí que lo haces. ¿Sabes? En el fondo creo que es por inseguridad…, como si pensaras que alguien pudiera dudar que te lo mereces si no eres el mejor…

No habían vuelto a hablarse después de aquello. E Iván no podía quitarse aquellas palabras de la cabeza. ¿Era verdad? ¿Necesitaba demostrar que se merecía estar ahí constantemente? Ese afán por ser el primero siempre ¿formaba parte del miedo a ser descubierto con el que había crecido?

Se le estaba haciendo duro no hablarse con su novio, ni con quien fuera su mejor amigo desde que tenía memoria. Quizás por ese motivo su amistad con Mariola había sido como un salvavidas. El resto de sus amistades se habían complicado. Richi era amigo de Ramiro, y aunque hablaban con frecuencia no quería que le contara a su novio, o exnovio, que andaba llorando por las esquinas por él. Y Ana, la que fuera su amiga y novia de la adolescencia, ahora vivía con David en Navarra y al parecer se había propuesto borrarlo a él de la foto.

Mariola no era muy alta, pelo castaño claro, muy rizado que llevaba corto, constitución delgada, aunque atlética, ciertamente tenía un aire masculino que aderezaba con un vocabulario soez y unas maneras de chicazo, aunque en privado le confesaba que se moría por ser mamá y enamorarse como una tonta. La habitación particular de Mariola se había convertido para los dos en un pequeño refugio en el que se permitían bajar la guardia y hablarse abiertamente. Cuando le sorprendió la llamada perdida de Ramiro, fue en el cuarto de Mariola donde se ocultó para poder hablar con libertad.

Aún tardó un rato en devolver la llamada, estaba casi seguro de que su objetivo era terminar la relación definitivamente, Mariola casi tuvo que obligarlo: «No lo sabrás hasta que llames».

—Hola… —Se le hizo un nudo en el estómago cuando escuchó su voz, habían pasado meses desde su última conversación, aunque cada noche su mente inventaba mil excusas para marcar su número. Solo una llamada breve, se decía. Y era su nueva amiga la que lo disuadía de caer en la tentación: «El balón está en su campo, te tiene que llamar él», le decía, como si se tratara de una adicción que ella ayudaba a mantener bajo control.

—Has llamado… —Se dio cuenta de que era una frase estúpida en cuanto lo dijo. Claro que había llamado, pero quería asegurarle que no hubiese llamado de vuelta si no fuese por ese pequeño detalle. ¡Qué estúpidas y absurdas se vuelven las conversaciones en las que intentamos controlar lo incontrolable! Quería echarse a llorar, a gritar y suplicarle que no lo dejara, que lo amaba tanto que dolía y que la idea de perderlo hacía que el mundo dejara de tener sentido. ¿Cómo se podía amar tanto a alguien? Cómo podía ser que la oscuridad o trasparencia del mundo pudiese transformarse y depender tan solo de que una persona te dijese que sí o que no.

—Sí…, voy a exponer las fotos —anunció él, y aquella información apaciguó ligeramente los nervios de Iván. ¿No llamaba para romper con él? ¿Era por otro asunto?—. Una galería, se llama Quorum, me ha ofrecido exhibir…

—Eso es genial… —Sí, era genial, llamaba porque quería compartir algo importante con él, eso era una buena señal, sin duda—. ¿Las fotos de Cuenca?

—Sí, esas, y otras que he estado haciendo por la ciudad, retratos también… Lo he llamado «contrastes», al menos hasta que se me ocurra un nombre mejor…

—A mí me suena bien…

—La inauguración es en unas semanas, el viernes doce de marzo, a las ocho. ¿Crees que te dejarán escaparte para venir?

—No me lo perdería por nada…

—Bien… —Y la conversación volvía a atascarse—. Pues… nos vemos…

—Sí, nos vemos en unas semanas… —La ilusión estaba en el aire y se sintió eufórico—. Gracias por llamar… —Y según lo decía supo que acababa de fastidiarlo. La risa cínica de Ramiro se escuchó ligeramente en el auricular.

—Vale…, nos vemos. —Y colgó.

—¡Mierda! —se gritó a sí mismo en cuanto cortó la llamada—. ¡Soy gilipollas! ¡Eso ha quedado tan patético! —Iván se dejó caer sobre la cama y se golpeó la cabeza con insistencia.

—No ha ido tan mal —intentó animarlo Mariola, al tiempo que se reía de la desesperación de su amigo.

—¡Joder! —¿Por qué era tan difícil que dos personas que se querían simplemente dijesen lo que sentían, lo que pensaban? ¿Por qué tenía que convertirse en un enjambre de estrategias, un jeroglífico de medias palabras y silencios que descifrar? La duda constante y esa resolución que se postergaba de forma agónica eran como morder una nuez amarga detrás de otra, con la esperanza de que la siguiente consiga dulcificar el mal sabor. Pero no llegaba. El pozo de incertidumbre lo estaba ahogando, necesitaba sacar la cabeza y tomar una buena bocanada de aire que lo dejara respirar al fin.

Al menos, tal y como señaló la chica, tenía una meta, una fecha cercana en la que se verían. No tenía ni idea de cómo iba a lograr llegar a Madrid el viernes a las ocho, pero sabía que tenía que estar allí, como fuese.

2 replies on “Montañas y tacones lejanos •Capítulo 5•

    • Ediciones el Antro

      Totalmente de acuerdo. Por eso lo hemos subido un poco más rápido y el próximo lo subiremos este mismo lunes, porque se quedan en un aperitivo y todos sabemos que lo que apetece es darse un atracón de lectura. 😶

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