Montañas, cuevas y tacones •Capítulo 6•

Los siguientes dos días inventó todo tipo de excusas para evitar pasar por la casona, aunque sabía que tarde o temprano no le quedaría más remedio que presentarse. En realidad se moría de ganas de volver a ver a Ramiro, o más bien al primer Ramiro, a ese que lo besaba apasionadamente y lo transportaba a un mundo nuevo de sensaciones y sentimientos. Pero no a aquel que lo había desechado como a un pañuelo usado.

Al tercer día, sin embargo, no le quedó más remedio que ir. Tony lo llamó alarmado advirtiéndole de una emergencia en la casa. Cuando llegó se encontró a todos sus habitantes en la terraza, Richi subido a la mesa con su pequeña Rosy en brazos. Parecían inquietos y empezaron a hablar casi todos a la vez.

—Menos mal que has venido…, hemos tenido que evacuar la casa…

—Hay una serpiente dentro…

—Una serpiente enorme…

Cuando Iván fue a entrar para echar un vistazo, lo detuvieron:

—¡No entres, puede ser peligroso…!

—Antes casi le salta encima a Jon…

Iván no pudo evitar que se le escapara una sonrisa.

—Las serpientes no saltan.

—Te lo juro —le aseguró Richi—. Vino deslizándose por el suelo superrápido y se abalanzó sobre él.

—¿No deberíamos llamar a los bomberos?

—A sanidad pública… Ellos son los que se ocupan de los animales salvajes.

Iván estaba haciendo esfuerzos para no reírse.

—Creo que puedo ocuparme yo. ¿Dónde la habéis visto?

—Estaba por la cocina, pero se mueve muy rápido. Ramiro, ¿por qué no le enseñas dónde está?

—No pienso entrar —aseguró el fotógrafo.

—Creía que no te daba miedo —lo picó Richi, y al parecer bastó herir su orgullo para que Ramiro accediera a hacer de guía. Iván escogió un palo largo del jardín que se abría en una uve en un extremo, y el estómago le dio un vuelco cuando Ramiro lo miró justo antes de que entraran juntos a la casa desde las amplias puertas acristaladas de la terraza.

—Estaba por ahí, pero se fue hacia la cocina cuando Richi empezó a gritar como una loca.

—¿De qué color es?

—¿Color? Marrón, creo…

—No creo que sea peligrosa —aseguró. Iván entró sin vacilar a la cocina, y comenzó a buscar bajo los muebles y detrás de los electrodomésticos. Ramiro prefirió quedarse fuera observándolo. Después de buscar un rato dijo—: No parece que esté por aquí. —Lo que provocó que Ramiro empezara a mirar a su alrededor inquieto.

—¡Oh, mierda! —gritó de pronto el fotógrafo, más nervioso de lo que quisiera admitir—. Acaba de pasar por ahí… ¡Hija de puta!

Iván siguió sus indicaciones y al fin la vio.

—Allí está, la veo.

—Vale, genial, ¿puedes matarla o algo…?

Iván se acercó al reptil con extrema lentitud. Desde el otro lado del ventanal, los miembros de la casa lo observaban en tensión absoluta. Se quedó muy quieto durante unos minutos, como un felino a punto de atrapar a su presa, y de repente, en un movimiento rápido, atrapó la cabeza de la culebra con la uve del palo. Todos respiraron aliviados al ver que la había capturado. Entonces, Iván se acercó al animal y lo cogió con la mano por la cabeza, liberándola del palo tras asegurarse de que la tenía bien cogida. Cuando se giró hacia Ramiro con la serpiente colgando de su mano, este dio un salto hacia atrás.

—Joder, no te acerques con eso.

Iván se reía.

—Es una culebra enana —le aseguró. Al salir hacia la terraza provocó una estampida del grupo que aguardaba—. Tranquilos, solo es una culebra de campo, son inofensivas.

—Las pequeñas son las más venenosas, ¿no es verdad? —aseguró Richi.

—Bueno, esta no.

—¿Estás seguro? Si te muerde, ¿qué hacemos? ¿Tenemos que chuparte la herida y escupir el veneno, o algo así?

—¿Qué es lo que quieres chuparle a Iván, Richi? —se molestó André.

Iván se estaba alejando por el jardín muerto de risa.

—Se está descojonando de nosotros, ¿sabéis? —aportó Ramiro.

—¿Qué vas a hacer con ella? —le gritó Richi al ver que se alejaba.

—Voy a soltarla en el bosque.

—¿Y si vuelve?

—Seguro que está más asustada que vosotros —gritó de vuelta antes de desaparecer en la enramada del jardín.

Cuando volvió a la casa para despedirse, en la terraza solo quedaba Ramiro. En cuanto lo vio se acercó a él.

—Iván, oye, siento mucho lo de la otra noche… —empezó a decir mientras se acercaba aún más y apoyaba sus manos con naturalidad a ambos lados de su cadera.

—No pasa nada… —Quiso fingir que le daba igual, que su presencia y sus palabras le eran indiferentes, pero, la verdad, era una tortura tenerlo tan cerca.

—Sí que pasa, me porté como un gilipollas y lo siento… No sé…, me agobié, supongo… —Y lo miró con esos ojos azules que lo dejaban sin aliento, atrayéndolo hacia él ligeramente con las manos—. ¿Me perdonas?

Había un deje de arrogancia en su disculpa, como si supiera que Iván no se resistiría a su mirada y la cercanía de sus cuerpos, y tenía razón, porque había bastado solo ese contacto para que ardiera sin remedio. Iván lo besó. No era un perdón, más bien una rendición, la constatación de que haría lo que él quisiera, y estaba seguro de que Ramiro lo sabía.

—¿Entrarás esta noche por mi ventana? —dijo con su voz grave y seductora—. Prometo no dejarte insatisfecho esta vez. —Como respuesta, Iván lo besó con más ímpetu, rodeándolo ahora con sus brazos, restregándose contra él, volviéndose loco por un instante. Los dos se fueron desplazando desde la terraza hacia un lugar más privado detrás de la casa, sin dejar de buscarse con las manos y la lengua—. Vale, está bien, olvida la ventana, podemos hacerlo aquí mismo… —dijo divertido con su ansia súbita, y de golpe Iván fue consciente, por primera vez, de que él se iría. En apenas unos días él se marcharía, seguramente para siempre, y dejaría un vacío que no sabía ya como recomponer. Dejó caer su frente sobre el hombro de Ramiro—. ¿Eh? ¿Qué pasa? ¿La he cagado otra vez? —preguntó el joven de ojos claros.

—No. Es solo que… —Iván suspiró— no quiero que te vayas. No quiero que os vayáis ninguno.

Ramiro le levantó el rostro con las manos y buscó sus ojos.

—Tienes que salir de este pueblo, lo sabes, ¿verdad? —Iván asintió y él le dio un beso en la frente, con una ternura inusual en él—. Qué tal si disfrutamos de estos días que quedan, y luego… ya veremos.

Aquello animó a Iván. Ramiro había abierto una puerta a otras posibilidades, ¿por qué no? Podía irse de allí, podían volver a encontrarse, no tenía por qué terminar… Todo era posible, y sí, quería disfrutar de esos días que quedaban, exprimirlos hasta la última gota.

—Te echo una carrera hasta tu habitación —lo desafió Iván sonriendo.

—¿En serio? —se reía—. ¿Crees que puedes llegar antes que yo, escalador? —Antes de que Ramiro se pusiera en marcha, Iván le enganchó el pantalón a una valla de alambre del jardín—. ¡Capullo tramposo! —protestó. Para cuando Ramiro consiguió zafarse, Iván ya se había esfumado de su vista. Iván estaba tumbado sobre su cama cuando Ramiro al fin entró en el cuarto—. ¿Cómo? ¿Aún no te has quitado la ropa? —bromeó el fotógrafo con su habitual sarcasmo, justo antes de quitarse la camiseta y gatear por la cama hasta que sus ojos se encontraron, y luego también sus labios.

Y se desnudaron, y las risas se convirtieron en jadeos. Ramiro cogió con una mano las dos pollas que se rozaban entre sus cuerpos, acariciándolas al unísono, tan unidos que parecían uno solo; sus respiraciones se fueron acelerando juntas hasta que los gemidos de placer estallaron entre sus bocas y el cálido líquido blanquecino quedó desparramado entre sus cuerpos. Y quedaron luego, los dos satisfechos y relajados, acariciándose, contemplándose, sin prisa.

—¿Cuándo vas a follarme?

—Aún no…

—Prométeme que lo harás antes de irte.

—¿Estás seguro? Porque no hace falta…

—Sí. Quiero que seas tú.

Ramiro lo miró a los ojos, y lo besó suavemente.

—Está bien, lo haremos.

 

Los siguientes días Iván los pasó sumido en el espejismo de un nirvana sin fin. Cumplía con sus funciones en el hostal de su familia, en el que hacía las labores de limpieza con su hermana cada mañana, la mayoría de las tardes tenía que hacer de guía para algún grupo en las cuevas. El verano siempre era una época de mucho trabajo para él y su familia, no le importaba hacerlo, pero cada minuto del día que le quedaba libre lo pasaba junto a Ramiro. Y empezó a pasar también cada minuto de la noche con él desde la vez que Ramiro, entre juegos de sábanas, le usurpó el teléfono para enviar un mensaje a su madre: «No voy a casa a dormir esta noche», para evitar que Iván se marchara como solía hacer a medianoche.

—No se te ocurra mandarle eso a mi madre… —le decía intentando recuperar su teléfono—. En serio, Ramiro…, dame eso…

Pero lo envió de todas formas.

—Ya eres mayorcito —insistió.

En unos instantes llegó la respuesta de su madre: «¿Y dónde piensas pasar la noche?». Iván se agobió enseguida.

—¡Mierda! Dame el teléfono, Ramiro, en serio… —Ramiro no le hizo caso, y escribió de vuelta: «No es asunto tuyo, solo te aviso para que no te preocupes»—. Joder, Ramiro, ni se te ocurra enviar eso…

—Eres demasiado bueno —se reía él. Y después de unos tensos minutos llegó la respuesta: «Está bien, hijo»—. ¿Lo ves? —dijo sonriendo satisfecho mientras le devolvía el teléfono—, ya no tienes que irte.

Iván ahora también reía, dejó caer el teléfono sobre la cama y se lanzó a abrazar a Ramiro para seguir disfrutando de su intimidad, de su olor, de su piel. Nunca se había sentido así, estaba ebrio de su presencia, tan solo de estar a su lado, hablando o en silencio, incluso durmiendo. Le encantaba ser el dueño de sus besos, tener el derecho para tocarlo cuando quisiera. No se cansaba de mirarlo, cuando se vestía o afeitaba con cuidado su perilla, o mientras trabajaba en sus fotos en el ordenador, la concentración en sus ojos, la velocidad con la que manejaba el ratón retocando los pequeños detalles de las imágenes. Sobre todo, disfrutaba de poder hablar con libertad, como no había hecho jamás en su vida.

—Tiene que haber algún bar gay en alguna parte, siempre hay alguno…

—Bueno, en Sabinillas, que está a dos horas en coche, hay un bar que tiene una noche para hombres. Fui una vez. Me armé de valor y me fui solo, pensé que si salía mal siempre podía decir que me había confundido de noche. Te juro que fue lo más patético que he visto en mi vida. Cuando entré había unos diez tíos, todos debían tener doscientos años por lo menos. —Ramiro se partía de risa—. Por supuesto, en cuanto entré todas las antenas se giraron en mi dirección, un tío que debía ser mayor que mi padre se acercó a invitarme a una copa, y casi me da algo. Pero eso no fue lo peor. De repente en una mesa, hablando con otro tío vi a alguien que me resultaba familiar, me quedé mirándolo y el tío me sonrió, y de pronto caí. ¡Era don Rafael…, mi tutor de tercero…! —Ramiro lloraba de la risa—. ¡Joder! Don Rafael, te lo juro, eso fue realmente traumático. Salí corriendo de allí…

Ramiro, en cambio, era excesivamente reservado.

—Cuéntame algo de ti. Nunca me cuentas nada.

—Mi vida no es tan interesante como crees.

—Apuesto que mucho más que la mía… ¿Siempre quisiste ser fotógrafo?

—No, fue casi de casualidad.

—¿Y eso?

—Conocía a Al y a Tony…, surgió… —Y por lo general ponía fin a las conversaciones con sexo—. Deja de hablar, tengo un trabajo mucho más emocionante para tu lengua…

Cuando no estaba con él, todo a su alrededor parecía estar confabulado para recordarle los momentos vividos a su lado. Pensar en él, aunque fuera en la distancia, lo hacía sonrojarse. Sabía que en el pueblo ya comentaban. Su ausencia en todos los acontecimientos, fiestas y reuniones entre sus amigos de toda la vida no pasaba desapercibida. Algunos lo justificaban por su trabajo, otros porque creían que evitaba a su exnovia, otros ya no sabían. Iván no quería perder tiempo a su lado preocupándose por eso ahora, ya habría tiempo cuando se marchara, aunque tampoco quería pensar en eso. Solo su hermana estaba al tanto de lo que pasaba por su estómago y su corazón en ese momento, era inútil intentar ocultárselo a ella, aunque se empeñara en ocultarle el origen de esos sentimientos. Tampoco quería ocuparse de eso ahora. Ella le tomaba el pelo divertida mientras cambiaban sábanas y limpiaban inodoros, un trabajo al que ya estaban acostumbrados y que hacían con ritmo de expertos. Si un día encontraban unas flores que se habían dejado atrás unos clientes, ella se las pasaba:

—Toma, para tu novia.

—No es mi novia. —Él jugaba a no mentir sin decir la verdad.

—Tu lo que sea, don Juan.

Porque ella se alegraba de verlo feliz y enamorado, de que al fin hubiese conocido a alguien que conseguía que le brillaran los ojos y se riera solo.

Le gustaba pasar el tiempo en la casona, donde sentía que podía ser él mismo de verdad por primera vez, donde podía pasar el rato tonteando con Ramiro sin que a nadie le importara lo que hicieran, donde las conversaciones viajaban por lugares desconocidos, ideas nuevas que no tenían nada que ver con los temas que solían acaparar las charlas de sus colegas del pueblo, que se ceñían básicamente a emborracharse y ligar.

Aunque no siempre era fácil, y había momentos en los que su doble vida se complicaba en exceso. Así pasó aquella tarde que Iván estaba a solas con Ramiro en la piscina, besándose y metiéndose mano descaradamente, completamente empalmados, bromeando y tonteando. De repente, a su espalda, acercándose por el jardín, Iván escuchó la voz inconfundible de su amigo David. Sin esperar a oír qué decía, se zambulló bajo el agua y buceó hacia la cascada de piedras y plantas que decoraban la piscina de aspecto natural, con la esperanza de poder ocultarse allí. Cuando sacó la cabeza del agua lo justo para respirar, esperando que la zona boscosa de la piscina lo escondiera lo suficiente, Ramiro estaba hablando con David, quien al parecer preguntaba por él.

—… Es que su madre me ha mandado a buscarlo…

—¿Es una emergencia?

—No, no creo… Es solo que lo ha estado llamando, y como no contesta, pues se está preocupando la mujer.

—Ya, claro. Seguramente pase por aquí, le diré que la llame.

A pesar de no verlo, conocía a David lo suficiente para imaginarlo mientras hablaba, y sabía que estaba incómodo.

—Ya, vale, gracias —dijo antes de irse.

También podía imaginar a su madre haciendo la encerrona para obligarlo a hacer el recado de ir a preguntar por su hijo, y la poca gracia que le habría hecho a David, seguramente porque pensaba que no era asunto suyo, pero era el tipo de cosas que también habría acabado haciendo Iván si se lo exigían. Así funcionaban las cosas en su pueblo. Aunque podía ver que para Ramiro todo aquello era sumamente divertido. Para alguien acostumbrado a vivir su vida sin ser juzgado, sin mil ojos que lo susurran todo y sin que una mala decisión pudiera perseguirte el resto de tu vida, aquella encerrona podía resultar realmente cómica. No era de extrañar que estuviera desternillándose una vez que David había vuelto a dejarlos solos.

—No tiene gracia…

—Sí que la tiene…

—Tengo que irme. —E Iván se disponía a salir de la piscina cuando Ramiro lo detuvo.

—Eh, ven aquí. —Lo obligó a encararlo agarrándolo de la cintura—. No estás haciendo nada malo, ¿vale?

—Vale —dijo, poco convencido, pensando solo en marcharse lo antes posible. Pero Ramiro no lo dejó irse aún.

—¡Mírame! —Algo reacio, inquieto, Iván al fin se tomó un momento para mirarlo—. No estás haciendo nada malo —repitió, y le dio un beso solo con los labios—. Digan lo que digan, no dejes que te afecte, no haces nada malo. —Iván al fin sonrió y él volvió a besarlo, esta vez con todo el cuerpo, y volvió a encenderse con el contacto intenso a través de la fina tela del bañador.

La encerrona de su madre no acababa más que empezar. Cuando llegó a su casa, la emergencia era que había invitado a Ana y a la madre de esta a tomar café.

—Mamá, deja de intentar juntarnos, sabes que estoy viendo a otra persona.

—Sí, ya sé que pasas las noches con la putita esa. Si tienes que darte un revolcón de vez en cuando, eso es cosa tuya…

—¿Por qué dices que es una puta?

—¿Una chica que se pasa las noches contigo, pero no tiene la decencia de presentarse a tu familia? Te digo ya que esa es una pelandrusca…

—O a lo mejor es que le da igual lo que piensen los demás…

—Pues si es así ya te digo yo que la chica no es decente, o no va en serio, lo que es lo mismo… Ana es una buena chica, y ahora que está en la universidad se te va a escapar, ¿o te crees que no hay más chicos guapos en Santander?

—Pues es justo lo que debería hacer, conocer a otro, porque nosotros hemos roto…

No consiguió escabullirse de las tretas de su madre y tuvo que pasar la tarde junto a Ana y sus respectivas madres en el patio del hostal que era también su casa. No es que le importara verlas, las conocía de toda la vida, eran casi como familia. Lo realmente malo fue que las dos señoras se pasaron toda la tarde haciendo alusiones a la forma en la que Iván había estado «perdido de vista» todo el verano, intentando sonsacarle dónde pasaba su tiempo, y especialmente sus noches. Por supuesto, también intentaron sacarle información sobre la casa de las locas, que era la comidilla del pueblo, y se sintieron libres de dar su opinión: «Oye, que cada uno haga lo que quiera en su intimidad, yo en eso no me meto, pero, leche, que sean discretos…», y otro tipo de comentarios por el estilo que estaban poniendo a prueba su paciencia. Para cerrar la velada, las dos mujeres se las ingeniaron para dejarlos a solas en el jardín cuando empezaba a anochecer.

—Siento la encerrona —dijo ella en cuanto estuvieron a solas—, sé que no tienes ganas de verme.

—Sabes que no es eso. —Y los dos quedaron en un silencio incómodo.

—Así que estás saliendo con otra. —A él se le escapó un gesto de hastío—. ¡Vale, perdona! Si no quieres hablar de eso…

—Yo no he dicho que esté saliendo con otra.

—Está bien…, es cosa tuya… —En su tono se traslucía su irritación—. Así que al final los dos hemos perdido la virginidad con otros. —Aquello no se lo esperaba, pero contuvo la tentación de responder, y ella siguió—: Es gracioso, porque quería hacerlo solo para que dejaras de decir que me quitarías algo especial, para que no tuviera importancia, así que no fue nada especial. Espero que fuera algo mejor para ti.

Aquello sí fue un golpe bajo, pues ese había sido su argumento para no acostarse con ella el último año que estuvieron saliendo, aunque él sabía que solo era una excusa; no quería hacerlo con ella sabiendo que era una mentira, una mentira que él continuó durante demasiado tiempo, solo porque era un lugar cómodo en el que ocultarse.

—Lo siento —dijo él con sinceridad, y ella bajó la mirada. Y su pesar era real, si ella sentía algo parecido a lo que él sentía por Ramiro, podía imaginar su dolor, y se odiaba a sí mismo por ser la causa de su sufrimiento—. Te echo de menos.

—¿En serio? —Y los ojos de ella se humedecieron—. ¿Y eso cómo se supone que debo entenderlo?

—Eres mi amiga.

Ella soltó una carcajada seca y amarga al tiempo que le retiraba la mirada, claramente no era eso lo que ella esperaba.

—Pues yo no quiero ser tu amiga.

Aquello sí que dolió. Porque él sí que la quería, había formado parte de su vida, una parte fundamental, había sido su confidente, su amiga, había estado a su lado tras la muerte de su padre. Ana, David y él, siempre juntos, inseparables, formaban el mejor equipo para todo, y no podía dejar de sentir que los traicionaba. Pero sabía que era mejor callarse, dejar que cayera todo de una vez, que no siguiera quedando un lugar para la esperanza, alguna duda interpretable. Eso sería aún más cruel. Así que repitió lo único que podía decir:

—Lo siento.

Ella se levantó y salió del patio sin mirarlo.

4 replies on “Montañas, cuevas y tacones •Capítulo 6•

  • Lucho Limo

    He recordado el primer día que fui a un antro de ambiente y encontré a mi tío, hrno de mi padre. Jajajaja no sabia donde meterme, yo asustado pensando que me llamaría la atención.
    Gracias por distraernos éstos días de aislamiento que recién empiezan

    Responder
  • Pascu

    Buenos días, este segundo día de confinamiento me ha servido para leer de un tirón los capítulos que nos habéis brindado, gracias. El libro lo descubrí ayer y pese leerlo en móvil, no es muy fácil, su lectura me ha encandilado.
    Me encantará seguir descubriendo sus andanzas. Es más habitual de lo que imaginamos, la gente de la España rural que se encuentra encadenada a la tierra y descubre que lo que creía una quimera tiene su realidad. Gracias por describirlo tan bien.

    Responder
    • Ediciones el Antro

      Hola, Pascu. La lectura nos sirve para escapar un poco de las paredes entre las que nos vemos obligados a estar ahora. Muchas gracias por tu comentario y ánimo, que entre todos la cosa va a ir a mejor, seguro. :)

      Responder

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Los datos de carácter personal que proporciones rellenando este formulario serán tratados por Ediciones el Antro como responsable de esta web, cuya titularidad corresponde a Elena Naranjo González, con NIF 74927972K. La finalidad de la recogida y tratamiento de estos datos es que puedas dejar comentarios en nuestros productos y entradas y, si lo selecionas, el envío de emails con novedades, primeros capítulos, promociones... Estos datos estarán almacenados en los servidores de OVH HISPANO, S.L., situados en la Unión Europea (política de privacidad de OVH). No se comunicarán los datos a terceros. Puedes ejercer tus derechos de acceso, rectificación, limitación y supresión enviando un correo electrónico a info@edicioneselantro.com, así como tu derecho a presentar una reclamación ante una autoridad de control. Puedes consultar la información completa y detallada sobre protección de datos en nuestro AVISO LEGAL Y POLÍTICA DE PRIVACIDAD.