Lander •Capítulo 4•

El miércoles por la tarde Ángel había quedado a cenar con su padre. Se lo había repetido al menos diez veces a Lander. Le mareó durante casi una hora con el fin de acordar una hora para el regreso, para finalmente decidir que le dejaría una llave escondida en una maceta. Se ofreció a dejarle la cena lista otras tres veces, a pesar de que Lander le insistía que no era necesario, y acabó por irritarlo por completo. Y antes de mandarlo a la mierda, optó por marcharse del piso.

Aún quedaban un par de horas hasta que pudiera ir al polígono, así que decidió pasar el tiempo frente a la casa de Naiara. Se sentó en una cafetería desde la que podía observar la fachada de su casa. No se hacía ilusiones de llegar a verla, vivía en el tercer piso, y desde la calle era imposible saber lo que ocurría dentro, aunque a veces veía sombras y movimiento en las ventanas de su casa y le gustaba imaginar que era ella. Aquella tarde había bastante ajetreo por la calle, y debía estar distraído, porque no la vio llegar.

—Hola, Lander. —Era Naiara quien le hablaba, se había sentado en la silla frente a él en su mesa, y Lander no fue capaz de responderle, se quedó mirándola como si fuese un espejismo—. ¿Cuándo vas a acabar con esto?

—Sabes que no depende de mí —respondió despacio como para no romper la ilusión.

—Podrías acabarlo si quisieras.

—Yo no sé dónde está Gorka. Ojalá lo supiera.

—Si hicieras lo que deberías hacer…

—Ya lo hice, lo sabes, no puedo hacer nada más.

—Entonces deja de venir. ¿Qué sentido tiene?

—Solo quiero ver que va todo bien.

—No necesito que me protejas.

Los dos se quedaron en silencio un momento.

—Me alegro de verte —se animó a decir Lander al fin.

—No vamos a charlar de los viejos tiempos, Lander. No te quiero cerca de mi familia.

Y ella se levantó y se alejó. Desapareció con la misma rapidez con la que había aparecido, y tuvo una vez más la sensación de haberlo imaginado. Solo habían hablado un instante y, sin embargo, Lander tardó un rato aún en recuperarse del vacío que había dejado al esfumarse.

La había visto con frecuencia siempre desde la distancia, pero hacía casi dos años que no hablaban. Hacía casi dos años que no hablaba con nadie de su entorno. Llamaba a su madre a veces, pero no sabía nada de su familia ni de sus amigos, solo la había visto a ella, era el único contacto que mantenía con su pasado y se resistía a dejarla atrás como a todo lo demás. Sabía que nunca sería suya, solo lo había sido durante un breve espacio de tiempo aquel verano hace ya años. Ahora ella estaba casada, tenía una niña pequeña, y él era la última persona del planeta a la que quería ver. Y a pesar de todo no podía renunciar a ella. Velar por ella era lo único que daba sentido a su existencia, lo único que justificaba que siguiera aguantando esta vida que no era vida.

Al fin Lander se marchó. Aquella noche hizo dos turnos en el polígono, necesitaba quemar la rabia, la adrenalina que se acumulaba en su cuerpo por la impotencia para acabar con este letargo. Estuvo más de seis horas castigando su cuerpo, poniéndolo al límite para descargar su frustración, o tal vez solo para agotarse, dejar de pensar, lo que fuera. Cuando volvió al piso de Ángel eran cerca de las tres de la madrugada, y esperaba que su anfitrión ya estuviese dormido. Pero no hubo suerte, al entrar se encontró con Ángel a oscuras sentado junto a la ventana con una botella de whisky y un vaso con hielo a su lado.

—Creía que ya estabas dormido —dijo Ángel, que al parecer tampoco esperaba encontrarse con Lander—. ¿Vienes de trabajar ahora?

—Había trabajo. —Algo en la compostura y la iluminación dramática que envolvía a Ángel delataba un estado de ánimo apático. Lander tuvo la tentación de ignorarlo, estaba cansado, tenía ganas de darse una ducha e irse a dormir, si es que conseguía dormir, pero se sintió en la obligación de preguntar—. ¿Va todo bien?

—Claro. Mi vida es fácil y superficial, ¿por qué no iba a ir bien?

—Lo de la cena ¿no ha ido como esperabas?

—En realidad, ha ido exactamente como esperaba. Cada cierto tiempo mi padre tiene la necesidad de recordarme lo profundamente decepcionado que está conmigo. ¿Quieres probar un whisky de cuatrocientos euros?

—¿Esa botella vale cuatrocientos euros?

—Pues sí. Odio el whisky, creo que es una de las pocas bebidas alcohólicas que realmente detesto, y aun así mi padre me regala una botella como esta cada navidad. Normalmente se la regalo a algún amigo, pero esta voy a bebérmela, aunque mañana me estalle la cabeza.

—Vale, me apunto. —Lander se acercó a la cocina, cogió un vaso y unos hielos, se sentó junto a Ángel y probó el whisky de precio desorbitado. Lo cierto es que le apetecía mucho emborracharse—. ¡Joder! ¡Wo! Esta mierda es fuerte. ¿No estarás pensando bebértela toda en una noche?

—Bueno, he estado intentando analizar la insistencia de mi padre en regalarme una botella de whisky que detesto. He llegado a la conclusión de que debe ser un mensaje subliminal, puede que espere que me vuelva alcohólico, o que me suicide bebiendo, así que, ya que al parecer no he sabido interpretar sus mensajes correctamente durante toda mi vida, voy a asegurarme de que este lo he pillado.

Lander no pudo evitar reírse.

—Eres gracioso, incluso cuando estás deprimido.

—Soy gracioso especialmente cuando estoy deprimido. —Estaba claro que Ángel ya estaba un poco pedo—. Si eres tan marica como yo más te vale ser divertido, al menos así la gente tiene un motivo para perdonarte: «Sí, es un pedazo de maricón, pero ¿verdad que es gracioso?».

—Pensaba que el tema estaba claro con tu familia.

—Sí, bueno, técnicamente y oficialmente estoy aceptado, pero supongo… que no soy el hijo que mi padre esperaba tener. —Y después de decir eso, Ángel sonrió como hacía siempre—. ¿Y qué tal tu día?

—Una mierda —dijo Lander con su habitual economía verbal.

—Vaya, pues brindemos por eso. —Y los dos chocaron sus vasos antes de tomar otro trago del carísimo licor.

Varios tragos más tarde empezaban a estar bastante ebrios y se reían de cualquier cosa. Ángel le describía la infinidad de entrevistas de trabajo que había hecho por mediación de su padre en diversas empresas de conocidos suyos, imitaba las voces de los empresarios o abogados serios que lo interrogaban, y su sorpresa e incomodidad ante el exceso de pluma de Ángel. Era realmente cómico y Lander no dejaba de reír.

—Mi padre está convencido de que lo hago aposta para no trabajar nunca, una vez llegó a decirme muy cabreado: «¿No puedes disimular un poco?». «Claro», le dije yo, «también puedo aguantar la respiración, pero no por eso puedo vivir debajo del agua». Y la verdadera pregunta es: ¿quiero realmente trabajar todos los putos días de mi vida en un sitio en el que no puedo ser yo mismo?

—¿Y en qué te gustaría trabajar?

—Me gusta ayudar a la gente, creo. Cuando estaba en la universidad, en los veranos trabajaba de monitor en un campamento de verano en la montaña, con niños. Hacíamos excursiones, acampadas, yincanas, ese tipo de cosas. Me encantaba, y se me daba muy bien. Claro que, según mi padre, ese no es un trabajo de verdad. Siempre consigue que me sienta tan poca cosa… —Y Ángel pareció perderse en sus propios pensamientos por un momento.

—No deberías dejarle hacer eso.

—Supongo que es el precio por dejar que se ocupen de mí.

—Algún día…

—Sí, ya me lo has dicho, algún día debería hacerme mayor y pasar de mi familia, pero no quiero pasar de ellos, los quiero, no quiero que me excluyan…

—Ya, creo que eso lo entiendo.

Ángel de pronto tuvo la sensación de llevar demasiado tiempo hablando de sí mismo.

—¿Y qué hay de tu familia? —se animó a preguntar.

Lander guardó un largo silencio y se quedó mirando al espacio, como si buscara la forma de escapar de esa pregunta.

—Es complicado.

—Eres vasco, ¿verdad?

—¿Se me nota mucho?

—Bueno, el tatuaje en euskera en el brazo te delata.

Lander se rio.

—¡Sutil! ¿Verdad?

—¿Qué quiere decir?

—Es un viejo dicho…, una tontería.

—Vale, eres más espeso que el café de mi abuela. —Lander volvió a reír y Ángel sentía un cosquilleo en el estómago cada vez que lo hacía—. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Di.

—¿Cómo acabaste viviendo… así…? —¿Sería ofensivo decirlo más claro?, se preguntaba Ángel.

—¿En la calle? No siempre duermo en la calle, cuando tengo dinero me quedo en un hostal. No es que sea mucho mejor, la verdad… El plan era otro, pero no salió del todo bien. Vamos, salió como el culo.

—¿Y cuál era el plan?

—Recorrer el mundo, ser libre, guiarme por mis impulsos, pasar de todo…, yo qué sé. Pero me quedé atascado por Madrid.

—¿Y qué hacías antes? Si no te importa que pregunte.

—Estudiaba periodismo… en Donosti.

—¿No has pensado en volver?

—Muchas veces… —esta era la conversación que le hubiera gustado tener con Naiara, aunque, tal vez por efecto del alcohol, no le importaba demasiado tenerla con Ángel—, pero… ahora mismo es complicado. —Era mejor parar, luego se arrepentiría—. No deberíamos acabarnos esta botella, ¿no crees? —Y Ángel asintió—. ¿En serio esta mierda vale cuatrocientos pavos?

—Mi padre tiene una de ciento veinte mil euros.

—¡No jodas! ¿Ciento veinte mil? ¿Estás de coña? —Y empezaron a desternillarse de risa—. Mierda, puedes comprarte un piso con eso. Es un insulto a la clase trabajadora, joder.

—Debería mangársela y nos la bebemos.

—Ni de coña, si se la mangas, la vendo.

No hubo sexo aquella noche, pero Ángel disfrutó más de esa charla que de ninguna de las noches anteriores con Lander. A pesar de las diferencias visibles entre ellos, se sentía cómodo hablando con él, no se sentía juzgado. Aunque se le ocurrió que tal vez no eran tan distintos; después de todo, su vida era un enigma. Puede que fuera él quien lo hubiera juzgado antes de tiempo por las apariencias.

 

Alentado tal vez por ese momento de complicidad de la noche anterior, Ángel se animó a pedirle un favor a Lander.

—¿Estás de coña? —fue su respuesta antes de que terminara de formular la pregunta—. ¿Qué te hace pensar que iría a una fiesta de españolitos pijos?

—¿Españolitos?

—Es… una forma de hablar.

—Vale. Mejor no entremos en ese tema. Es solo una fiesta en un bar. Dijiste que harías lo que te pidiera.

—Me refería al sexo.

—¿Y salir a tomar unas copas te parece peor?

—¿Qué pinto yo con tus amigos fachas?

—Joder, tienes un montón de prejuicios, ¿sabes? No todos los pijos somos fachas —dijo con un deje claro de burla.

—Y no todos los parias somos comunistas.

—Yo no he dicho que fueras comunista.

—¿Y a qué venía todo ese rollo marxista que me soltabas?

—Eso era solo para que me hablaras. —Se estaban yendo por las ramas—. ¿Puedo explicarte lo de la fiesta?

—A ver, explícate. —Y Lander se sentó a escucharlo con un «no» dibujado en la cara.

—Verás, mi ex, ese del que te hablé, va a estar en la fiesta…

—Ya, me imaginaba que era algo así…

—Deja que termine de explicarte. Cuando lo conocí el tío acababa de llegar de Argentina, no conocía a nadie y no tenía trabajo. Empezamos a vivir juntos enseguida, y ocho meses más tarde cuando me dejó tenía trabajo, se había quedado con mi coche y con mis amigos. Ahora está saliendo con uno de mis amigos, y soy yo el que lo evita, porque no quiero encontrarme con ellos, juntos, así que el muy capullo queda todos los fines de semana con mi pandilla y yo me quedo en casa como un imbécil… Ni siquiera tienes que besarme ni nada de eso, la mayoría de mis amigos son heteros, y hemos quedado en un bar al que solemos ir, y allí incluso sería de mal gusto que nos morreáramos…

—¿Qué es eso de que se quedó con tu coche?

—Bueno, esa es una historia bastante humillante. Cuando estábamos saliendo yo estaba por comprarme un coche nuevo, porque el mío ya tenía sus añitos. El caso es que en el concesionario me daban mil doscientos euros por el viejo como parte del pago, y Gustavo me dijo que él me lo compraba por ese mismo precio, lo cual parecía una buena idea, ¿verdad? A mí me daban lo mismo y a él le venía bien tener un coche. Insistió en que firmásemos un contrato y todo, pero solo me pagó quinientos euros y se suponía que me pagaría el resto más adelante, lo cual en ese momento no parecía mala idea porque estábamos viviendo juntos. Pero luego rompimos, bueno, más bien me dejó él, y aún no me ha pagado el resto. Lo que en realidad me importa una mierda, por mí que se quede el coche y los setecientos euros, el problema de verdad es que el cabrón no ha puesto el coche a su nombre, así que todas sus multas me llegan a mí, y cada dos por tres me llega una multa de aparcamiento de doscientos euros que tengo que pagar si no quiero que embarguen mi cuenta bancaria.

—¿Estás pagando sus multas? ¿Y por qué no coges el coche de vuelta?

—Pues verás, esa es la mejor parte, no puedo, porque he firmado un contrato de venta y él ha puesto el seguro del coche a su nombre, así que si lo cogiera podría denunciarme por robo.

—Pero si no te lo ha pagado.

—Por lo visto, eso da igual, y además no figura en el contrato, era algo entre nosotros.

—¿Y no puedes darlo de baja o algo?

—Para darlo de baja o para ponerlo a su nombre necesito los papeles del coche, y esos los tiene él. El tío es abogado y sabe que no puedo hacer nada, estoy jodido. A efectos legales el coche es suyo, a efectos administrativos sigue siendo mío.

—Menudo hijo de puta.

—Lo sé. Y ese es justamente uno de los temas que estuve discutiendo con mi padre ayer, porque se ha enterado de lo del coche y quiere que lo solucione, ¡como si no lo hubiese intentado ya! ¿Sabes? Estaba decidido a ir a esa fiesta, es el cumpleaños de mi mejor amiga, y estuve hablando con ella de todo esto, y le prometí que iría, aunque estuvieran Rafa y Gus, porque estoy harto de tener que ser yo el que se queda fuera, ¿sabes?, son mis amigos.

—Ya, pues menudos amigos tienes.

—El caso es que tenía claro que iría yo solo, y que me daba todo igual, que era hora de pasar página y todo ese rollo, pero después de la charla con mi padre, la verdad es que no me siento con fuerzas para enfrentarme a esto, no sé si puedo soportar que me sigan humillando.

—Vale, vamos a ir a esa fiesta y le vamos a dar un buen espectáculo a ese capullo.

Ángel daba palmitas de alegría como una niña pequeña. Lander incluso le dejó que le retocara el pelo y lo vistiera para la ocasión. Una camiseta azul plomo de cuello ancho que a Lander le quedaba ligeramente pequeña y le marcaba el torso musculoso, un blazer gris claro, tuvo que ponerse sus estrechos vaqueros negros porque los de Ángel le quedaban cortos, y las botas negras gastadas que le daban un toque rebelde.

—Lo mismo me quedo con esto después de esta noche —amenazó Lander fingiéndose irritado por tanto preparativo.

—Todo tuyo, después de ver cómo te queda a ti, no volvería a ponérmelo de todas formas. —Estaba espectacular, era espectacular, pensó Ángel, y era todo suyo, al menos por esa noche.

 

En cuanto entraron en el lugar en el que habían quedado, sin embargo, Lander se arrepintió de haber aceptado. Había imaginado algo parecido a una discoteca, abarrotado de gente, con la música a tope, luces intermitentes y mucho alcohol. Creía que su participación en este asunto se limitaría a comerle la oreja a Ángel y sonreír. Aquello era completamente diferente a cualquier bar al que hubiera ido en su vida. Entraron por una enorme zona de terraza, con calentadores y plantas que hacían el ambiente cálido y acogedor a pesar de que estaban en pleno invierno. Y ese era solo el primero de los muchos salones con decoraciones sofisticadas diferentes que había en aquel local del centro de Madrid, que incluía lo que Ángel llamó un bistró, un chil out y un champagne bar. Los amigos de Ángel estaban en un reservado de un salón de techos altísimos, con una decoración que mezclaba el barroco con el arte contemporáneo, con mesas altas, una iluminación tenue y donde la música se escuchaba al volumen adecuado para que pudieran charlar entre ellos sin enterarse de lo que ocurría a su alrededor. Cuando vio la oferta de bebidas alcohólicas estuvo a punto de marcharse, había una lista de unas treinta ginebras diferentes, y algo semejante con el whisky o el ron. Algunas de esas copas costaban más de lo que Lander ganaba en una noche de trabajo. No pintaba nada en un sitio como ese.

Lander despertó la curiosidad de todos cuando Ángel lo presentó colgado de su brazo de forma cariñosa, aunque por suerte no tardó en caer en el olvido. Charlaban sobre dónde habían pasado las navidades, una escapada que habían hecho o algún viaje que estaban planeando; hablaban sobre qué pistas eran mejores para esquiar, y dónde era mejor el forfait, que en Sierra Nevada no se podía estar, y que se estaba mejor en Verbier; hablaban de aeropuertos como si fueran paradas de metro que veían con frecuencia, y se recomendaban hoteles en diferentes ciudades. No era una conversación en la que pudiera participar en absoluto. Lander había viajado por España con su equipo de fútbol, y también había estado en Francia y Andorra, pero siempre había sido por tierra y en condiciones bastante humildes, normalmente en autobús, o incluso haciendo autostop. Se aburría y se sentía fuera de lugar. Lo único que tal vez merecía la pena era la cara de Gustavo, un tío bajito y narigón que se las daba de bohemio por llevar el pelo algo más largo de lo normal, y que no dejaba de echarle miradas a Lander desde la otra punta de la mesa.

Todo fue peor cuando finalmente decidieron hacerle caso. Primera pregunta: «¿Y a qué te dedicas?». Genial. Se quedó mirando fijamente a Ángel, quizás tendrían que haber hablado de esto antes, no sabía qué era lo que esperaba que les contara, pero tenía claro que nada que se acercara a la verdad. Sin embargo, Ángel lo sorprendió.

—Es periodista, pero actualmente trabaja en Cobo Calleja descargando camiones para los chinos. —Y lo miró con una sonrisa que le garantizaba que no se avergonzaba de él—. Lo cual es una putada para él —siguió—, pero yo estoy encantado, porque es un espectáculo verlo sin camiseta.

Y mientras todos hacían algún comentario jocoso respecto a la insinuación de Ángel, Lander le sonrió con complicidad.

—¿Y cómo os conocisteis? —fue la siguiente.

—En el comedor social —continuó Ángel, y en esta ocasión Lander lo frenó con la mirada, como advirtiéndole «no te pases». ¿Cómo iba a sentarse allí con sus amigos si le consideraban un vagabundo? Pero Ángel fue muy rápido, o tal vez ya lo tenía pensado de antemano—. Lander trabaja de voluntario a veces.

—Vaya —dijo una de sus amigas—, no sabía que había chicos tan guapos de voluntarios, lo mismo me apunto.

—Bueno, al menos tiene trabajo, no como alguno que yo me sé… —Y de pronto todos estaban gastando bromas acerca de la prolongada situación de parado de Ángel.

—Pero Ángel no necesita trabajar —dijo Gustavo—, ya tiene la vida resuelta, ¿verdad, Ángel? Si yo pudiera vivir como él, también lo haría.

—Bueno, de hecho, lo hiciste durante un tiempo —le respondió Ángel incisivo, a lo que el resto respondió con exclamaciones y risas.

—Nada de peleas en mi cumpleaños, ¿vale, chicos? —dijo la anfitriona entre risas.

—Pero Ángel sí trabaja —interrumpió Lander, que había dicho poco hasta entonces—, solo que no cobra por lo que hace. —Y el gorgoteo de risas pareció apaciguarse—. Hay mucho trabajo en los albergues y en los comedores sociales, mucha gente depende del trabajo de los voluntarios. Pero no solo se trata de repartir comida, Ángel se interesa por las personas, sabe escuchar. Mucha de la gente que va a esos sitios no tiene a nadie y casi necesitan más que alguien se siente a escucharlos que un plato de comida, y eso Ángel lo hace muy bien. Y lo hace sin esperar nada a cambio.

Y esta vez el sorprendido fue Ángel. Sus amigas le dieron la razón a Lander, las burlas se cambiaron por elogios, y ya todos hablaban de lo buena persona que era y el corazón tan grande que tenía Ángel, quien lo miraba embelesado con una sonrisa agradecida.

La noche fue larga y tediosa para Lander, por lo que Ángel prefirió no tirar demasiado de la manta y decidió que se irían temprano. Cuando estaban a punto de marcharse, mientras Ángel alargaba la despedida con sus amigas, Gustavo se acercó a Lander aprovechando que se había quedado deambulando por su cuenta cerca de la barra.

—Vos no estás saliendo con Ángel —le dijo con ese acento argentino que resaltaba su arrogancia—. No me lo trago.

Lander se le acercó mucho y lo miró a los ojos.

—Qué raro, porque tienes pinta de que te lo tragas todo, hasta la última gota.

El argentino dejó escapar una media sonrisa.

—¿Y eso te gusta?

—Me encanta.

Gustavo miró alrededor, asegurándose de que estaba fuera de la vista de Ángel y del resto del grupo, se recostó sobre la barra con el codo y alargó su otro brazo para atraer a Lander del blazer hacia él.

—Tal vez vos y yo podamos quedar una noche de estas. —Lander imitó su postura frente a él, era bastante más alto que el argentino, y le sonrió de forma insinuante e íntima.

—Creía que estabas saliendo con Rafa.

—Sí, salimos, pero está todo bien con Rafa, ya sabe que yo soy un espíritu libre, no me van los compromisos. Ese rollo es para Ángel, es muy posesivo, yo no, a mí me va otra cosa.

Lander parecía estar pensándolo; entonces pasó su mano por la espalda de Gustavo, bajando hasta agarrarle el culo, apretándolo contra su pelvis, y se acercó hasta su oreja como si fuera a besarlo y le susurró:

—Puede que en otra ocasión. —Y nada más decirlo, se alejó de él y volvió al lado de Ángel dejando al argentino muy satisfecho consigo mismo.

En la puerta del local, Ángel le dio su ficha al aparcacoches y fue entonces cuando Lander le enseñó la otra ficha que colgaba de su dedo.

—¿Y eso?

—Vamos a recuperar tu coche —le dijo con una enorme sonrisa.

Ángel miró a su espalda, comprobando que no lo vieran.

—¿Te has vuelto loco? No podemos hacer eso. —Pero en realidad estaba sonriendo también.

—Solo nos lo llevaremos a dar una vuelta.

El aparcacoches trajo los dos vehículos, Ángel subió al Corsa de Gustavo y Lander lo siguió en el Peugeot después de acordar que lo llevarían al polígono de Cobo Calleja, donde lo abandonarían a merced de vándalos.

El polígono estaba desierto y oscuro a esas horas. Pararon en un descampado que estaba apartado de las naves, Ángel bajó del coche, nervioso, pero muerto de risa.

—No puedo creer que vayamos a hacer esto, ¿cómo has conseguido su ficha?

—La llevaba en el bolsillo del pantalón. —Mientras Lander le narraba la escena junto a la barra, buscaron los papeles del coche que estaban en la guantera. Y Ángel, que estaba un poco pedo, no dejaba de reírse.

—¿Y qué hacemos con las llaves? —Como respuesta, Lander cogió las llaves y las lanzó lo más lejos que pudo—. Oh, mierda, va a estar muy cabreado.

—Tu ex es un capullo.

—Tienes toda la razón del mundo, y estoy mucho mejor sin él.

No se entretuvieron más, subieron al Peugeot y Ángel le dio las llaves a Lander, asegurándole que no estaba en condiciones de conducir. Seguían bromeando y riendo cuando llegaron al piso de Arturo Soria, sobre todo cuando empezaron a llegarle a Ángel mensajes amenazantes de Gustavo, a lo que Ángel le contestaba: «No sé de qué me estás hablando». En cuanto entraron al piso, Ángel rodeó con sus brazos a Lander colgándose de su cuello, tenía los ojos vidriosos y la sonrisa ligera.

—Gracias por esta noche, ha sido genial, en serio.

Lander apoyó sus brazos sobre los hombros de Ángel y quedaron sus cuerpos pegados en un abrazo con los labios a pocos centímetros el uno del otro.

—¿Puedo hacer algo más por ti? —preguntó Lander, intuyendo que Ángel estaba cachondo.

—No. Ya has hecho por mí todo lo que me hacía falta.

—¿Estás seguro? Aún es temprano.

—Estoy perfectamente, verte lanzar esas llaves al vacío ha sido mejor que echar un polvo. —Ángel se despidió dándole un casto beso en la mejilla y se fue a su habitación en una nube, bailando por el camino.

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