Ya sabes que te quiero (parte III) •La otra versión del Trío•

Pocos días más tarde, el publicista concertó una cita con Kei que luego, inexplicablemente, canceló. La ira que Nathan derramó sobre él por atreverse a jugar con su paciencia alcanzó tal grado que el músico estuvo a punto de declinar una segunda invitación. ¿Hasta dónde creía que estarían dispuestos a consentirle? De no ser por la ansiedad que adivinaba en su compañero más joven, y de la humildad con la que Niko imploró su comprensión —descendiendo hasta niveles inconcebibles para alguien tan orgulloso— no habría aceptado la entrevista. Fue él quien eligió el sitio, el reservado de una taberna recién inaugurada, confiando así en no toparse con ningún conocido.

—¿Nat no ha querido venir? —inquirió el pesaroso Niko.

—Continúa enfadado. Y, para ser sincero, he preferido venir solo.

—Entiendo. ¿Te pido una cerveza? Ah, no, perdona… No te gustaba la cerveza. —Se mordió la cara interior del labio—. ¿Qué te apetece?

—Una tónica está bien, he venido en moto.

En tanto pedían las bebidas, Kei aprovechó para estudiar sus ojeras y su palidez, aún más acentuadas que la noche de la cena. Delataban una vida poco saludable. Este hecho le provocó un cierto regocijo que no se debía por completo a la crueldad, ni al ánimo de obtener venganza por el desprecio con el cual lo había tratado: alentaba su suposición, ya vaticinada a Nathan tiempo atrás, de que él también los echaba de menos.

Sin embargo, había algo en sus ojos…

—¿Por qué cancelaste la primera cita, Niko?

—Te lo… contaré después. ¿Cómo estáis? Aparte de lo evidente.

—Nathan acaba de regresar de un rodaje. Aunque ya lo sabías.

—Sí. No voy a esconderlo, he seguido sus andanzas y sé que no ha dejado de trabajar. También he visto que le gusta mucho lucirte cuando salís. —Carraspeó—. Una actitud atrevida para un actor.

—Ya imaginas cómo es, nada ni nadie lo apartan de lo que él considera justo. Y yo, ¿qué puedo decir?, me siento halagado.

—Tienes tus propios motivos, te haces popular en el mundo de la música. Hasta apareces en un videoclip… cantando.

—No por elección propia, créeme. La cuestión es que todos, incluido Nathan, me recomendaron que me prodigase más ante las cámaras para publicitar mis trabajos; acabé cediendo y, lamentablemente, funcionó. Y digo lamentablemente porque siempre deseé que el reconocimiento me llegase a través de mi obra, y no de mi imagen, pero tú entiendes mejor que nadie cómo funcionan las cosas.

—¿Cuántas veces te di yo ese consejo, y cuántas lo rechazaste? El Kei de antes ni siquiera se colocaba de manera voluntaria ante un flash, claro que… Resulta que yo desconocía muchos detalles del Kei de antes. Y ahora supongo que nunca enmendaré eso. —Lo miró con algo similar a nostalgia y resignación. No intentaba que se compadeciese; solo constataba una evidencia que nada podría cambiar.

—¿Has venido remover viejos rencores y a lamentarte por el pasado? ¿Por qué cancelaste la primera cita? —La sensación de que algo marchaba mal se intensificó.

—Después, después. No, lo que yo quería saber era cómo estabais… Nathan y tú. Juntos.

—Estamos bien, Niko. Te sorprenderá oír que formamos una pareja de lo más común y decadente: vivimos en nuestra casa, no nos vemos con otras personas y nos contamos todo lo que nos pasa durante los largos periodos que pasamos separados debido a nuestras agendas. Cuando nos reunimos y no tenemos que asistir a algún evento de compromiso, nos gusta ver películas, escuchar música, acostarnos tarde y dormir siempre en la misma cama, cada uno en su lado y con las zapatillas a los pies. —El aparente sosiego de Kei escondía una pizca de reproche. Niko quedó sorprendido por la profundidad a la que penetraban sus aguijones. Y por lo que escocían.

—Hubo un tiempo en el que nosotros hacíamos lo mismo. La mayoría de esas cosas, al menos.

—Dejémoslo en algunas.

—Bastantes. No digas que has olvidado cuando cocinábamos para ti y caíamos amodorrados en el sofá del salón hasta que alguno convencía a los otros dos de que estaríamos más cómodos en el dormitorio. Éramos felices en casa… En esa casa condenadamente grande y vacía. —Apretó los labios—. ¿Os acabáis de mudar? Leo lo mencionó.

—Hemos adquirido una propiedad entre los dos. Resulta, bueno, pequeña y atestada para tus estándares, pero es nuestra.

—No me has perdonado, ¿verdad? Por lo que le dije a Nathan antes de… —Fue incapaz de pronunciar el resto de la frase, «echarte de la mía».

—Oh, yo conocía de sobra lo posesivo y orgulloso que eras. Estabas acostumbrado a ocupar el primer lugar en mis sentimientos y querías inspirarle lo mismo a él, porque, admitámoslo, nunca se te dio bien quedar un escalón por debajo. Aspiraba a que entendieses que había espacio para más de uno en la cima, pero… Aspiré a demasiado, supongo.

—Ya sabías que iba a joderla, Kei, eso no responde a mi pregunta. O sí que lo hace: no me has perdonado, y hasta yo me doy cuenta de que tampoco me lo merezco. Te partí el corazón. —El músico se encogió de hombros y entornó los párpados. Antaño habría sonreído, habría musitado un «todo está bien». Ahora… Niko llegó a cuestionarse por qué lo escuchaba, en lugar de mandarlo al infierno. Golpeó su propia rodilla y resopló—. Hay que oírme, dando por sentada mi magnificencia, como si tú no pudieses conseguir a mil tipos mejores para olvidarme. Sin embargo, te juro que no habría renunciado a ninguno, que fue el estúpido miedo a que me dejaseis de lado lo que me cegó. Nathan y tú sois brillantes, os sobra el talento. ¿Dónde colocaba eso a un prosaico hombre de negocios? Si algún día llegaba a sobrar alguien, ese debía ser yo.

»Confieso que fue fácil al principio, ¿sabes? Me sentía más libre sin ese temor. Suponía que os pasabais el rato asegurándoos mutuamente que era mejor dejarme atrás, y esa era toda la motivación que necesitaba para hacer lo mismo. Me obligaba a no recordaros, salvo algunas ocasiones en las que os imaginaba viniendo a buscarme, arrepentidos, reconociendo que habíais cometido un error y que no podíais vivir sin mí. —Ante el rostro cargado de reproches de Kei, Niko levantó la mano—. Escúchame hasta el final, por favor. ¿Qué sentido tendría endulzarte la verdad? La adivinarías igual que has hecho siempre con todo. Lo que quiero decir es que pasé una extraña época en una especie de limbo. Salí con mujeres; mis padres recuperaron cierta alegría al enterarse, aunque supongo que no se habrían felicitado tanto de saber lo que seguía haciendo de noche, en los clubs que solíamos… a los que solía llevarte. Para complacerlos, traté de estirar las relaciones con algunas de ellas. Traté de aparentar normalidad de la mano de una pareja convencional.

—¿Para qué me cuentas esto?

—Porque no dejé de echaros de menos, Kei. El afecto incondicional de una única persona, lo que yo pensaba que quería, no me bastaba tras haberos tenido a ti y a él. ¿Tendría que seguir buscando? Después de dos años, ¿conseguiría desintoxicarme de nuestra relación? Entonces recordé que Nathan había seguido con ese cabrón del tatuaje enquistado en el cuerpo hasta mucho después de conocernos y me eché a temblar, porque no sabía si yo resistiría tanto. Y porque vosotros no erais ese desgraciado, erais… Erais vosotros.

—Has tardado mucho más de lo que esperaba en experimentar tu epifanía, estoy perdiendo facultades. ¿Qué pretendes ahora? ¿Que te dé la absolución? No me corresponde a mí solo, es algo que deberíamos hablar entre los tres. El día del cumpleaños de Nathan coincide con el concierto de clausura de mi gira. Asiste y seguro que él accederá a escucharte, siempre y cuando me prometas que no la fastidiarás.

—Si me lo hubieses propuesto la noche que nos encontramos… Si lo hubieras hecho entonces, habría sido el hombre más feliz del mundo. Al menos por un breve tiempo.

—Niko, lamento confesar que ya no soy tan paciente. —De nuevo, la expresión resignada de su acompañante lo forzó a interpelarlo, esa vez con una intensa premonición de desastre—. ¿Por qué cancelaste la primera cita?

—Penelope, la chica del restaurante, está embarazada. —Tragó saliva. El silencio lo obligó a continuar—. Me lo dijo el mismo día que te llamé. No sé cuántos test de embarazo la obligué a pasar, todos positivos. Luego el ginecólogo lo confirmó y ella se aseguró de que mi madre recibiese la noticia. Ya lo ves, voy… a ser padre. —Puesto que Kei permanecía callado, su siguiente frase se convirtió en un grito imperativo—. ¡Kei, joder, di algo! ¡Insúltame, golpéame o… o felicítame, pero no te quedes mirando la pared!

—¿Felicitarte? Sí, podría. Son acontecimientos que sobrevienen cuando te acuestas con mujeres sin usar la debida protección. Felicidades. Tus padres estarán muy contentos.

La enervante calma con la que bebió un sorbo de tónica provocó en el otro unas ganas terribles de zarandearlo y aplastarlo contra la pared. Y también de besarlo. ¿Siempre había sido tan guapo, tan perfecto? Su mano se acercó sola al cuello de Kei; sus dedos rozaron la raíz de sus cabellos antes de que el joven se la apartara.

—No puedes tocarme, ya sabes el motivo. Me es imposible seguir discutiendo todo esto sin que él esté presente. Se lo comunicaré con tacto y lo afrontaremos después del concierto.

Nathan no está aquí, por qué no está aquí, por qué no está aquí, por qué no…, se preguntó el pianista, en una letanía angustiada e interminable. Por suerte para él, la expresión de su rostro no llegó a escapar a su control.

Nathan no está aquí. Gracias a Dios.

—No voy a ir a ese concierto. —La voz de Niko se quebró por el esfuerzo de sacarla de su garganta—. No volveré a veros, ¿no lo entiendes? La alegría que sentí al confirmar que no me rechazabais de plano, las ilusiones que me atreví a alimentar… Todo se ha ido al traste. ¡Voy a tener un crío!

—Sí, lo he entendido. Lo que se me escapa es por qué descarta eso la posibilidad de arreglar las cosas con Nathan.

—¿Aceptarías a un capullo que ha preñado a una chica? ¿O acaso crees que voy a ser el tipo de padre que abandona a su hijo? —La idea casi lo ofendió—. No, tendré que casarme, criarlo como es debido, darle un hogar normal. No puedo… No puedo echarme atrás, Kei.

—Y si esa era tu intención desde el principio, ¿por qué has insistido hoy en verme? Nos habríamos enterado tarde o temprano, nos habríamos hecho a la idea y… —Y Nathan no estaría esperando en casa, con el corazón en vilo, a que yo regrese para llevarle una noticia que terminará de atravesárselo. Sus puños se crisparon hasta componer un mapa de venas y tendones—. Genial; además de mis facultades, debo estar perdiendo mi autocontrol. Soy un pianista, es el único razonamiento que me impide ahora mismo golpearte. Eso y el hecho de que no quiero que te sientas aliviado con un castigo que mereces.

—Ojalá lo hicieras —afirmó Niko, con tristeza—. Ojalá… hicieras otras cosas. Sé que soy un egoísta, Nat se encargó de dejármelo bien claro. Sin embargo, no iba a dar carpetazo a la mejor época de mi vida sin decirte que has sido lo más importante para mí, los dos lo habéis sido. No sé lo que me depara el futuro, pero no debe… ser tan maravilloso si me cuesta tanto dejar atrás el pasado. Cuando pienses en mí, cuando me odies un poco, ten presente que nada de lo que me desees será peor de lo que ya estaré padeciendo. —Las últimas palabras sonaron igual que un graznido. Niko se levantó, dejó un billete exagerado sobre la mesa y trató de huir antes de ponerse en evidencia—. Lo siento, he sido un gilipollas. Lo siento, Kei.

A este apenas le tomó un segundo reflexionar, alargar el brazo y sujetarlo por la muñeca antes de que se marchara. Con un tono grave y monocorde que escondía sus auténticos sentimientos, recitó:

—¿Quieres saber lo que te depara el futuro, Niko? Yo te lo diré, es muy sencillo. Te casarás con esa chica. Tus padres organizarán una boda por todo lo alto y sonreirán hasta dolerles los músculos faciales, y tú sonreirás también, porque jamás los habrás visto tan radiantes desde el fallecimiento de tu hermano. No obstante, el estómago se te revolverá ante la posibilidad de instalar a tu mujer en tu casa, y preferirás dejarla cerrada y aceptar la nueva residencia maravillosa que, sin duda, te ofrecerán como regalo. Durante unos meses te comportarás como un marido ejemplar, acudiréis a comidas familiares, a comprar montones de chismes para el bebé. Eso sí, dejarás que tu asistente responda las tarjetas de los regalos de boda y se ocupe de felicitar cuando corresponda a tu flamante esposa, porque, después de todo, eres un hombre con muchas responsabilidades laborales.

»Pasarán las semanas y prolongarás tus horas en la oficina para retrasar el retorno a una vida hogareña que no está hecha para ti. Nacerá tu hijo y lo amarás con ternura y dedicación, como siempre has amado a todos los miembros de tu familia. Pero no serás un padre a tiempo completo, en la misma medida que nunca has sido un hijo ni un hermano a tiempo completo. No lo sacrificarás todo por él, porque no es tu naturaleza, y cada vez te será más insoportable aparentar normalidad ante una mujer de la que no estás enamorado. Comenzarás a salir solo, a hacer alguna escapada a los clubs que frecuentabas. La engañarás, aunque apenas será para paliar el vacío de tu existencia. Probablemente te divorciarás, y tus padres lo lamentarán por un periodo corto dado que ya tendrán lo que deseaban, un nieto que lleve su apellido. No te pedirán mucho, salvo que guardes una ligera apariencia de respetabilidad. Ellos se encargarán del resto.

»Y un buen día te acordarás de nosotros y querrás contactarnos como has hecho ahora. Te dirás a ti mismo «¿Por qué no? Ya he cumplido con mi deber, ¿acaso no me merezco ser feliz?», te presentarás ante Nathan y pretenderás reabrir la herida que, con tanto cuidado, yo habré tratado de cerrar; una herida que lleva padeciendo demasiados años. Y yo no te lo permitiré. Aunque aún sienta algo por ti, no lo permitiré, porque no merecerá la pena arriesgar la felicidad del hombre al que quiero, y que me quiere, por la ilusión de un porvenir incierto con alguien tan egocéntrico como tú. Así que haz tu elección, Niko: ahórrate todo eso, ven al concierto, enfréntalo cara a cara y dile que siempre estarás ahí para él, o desaparece por completo de nuestras vidas. No te garantizo que te aceptará, no te garantizo que será igual que antes… No tendrás ninguna seguridad. Con todo, a veces merecemos una penitencia, ¿no es cierto? Para pagar por nuestros errores y poder continuar nuestro camino.

Se levantó y sobrepasó a un Niko inmóvil, paralizado por el peso de tales revelaciones. Aun así, este se las compuso para sujetar la manga del músico y detenerlo a su vez.

—Ni siquiera sé lo que tú sientes por mí —murmuró.

—¿Te asusta el salto a ciegas?

Tras soltarse de su agarre, Kei abandonó el local y condujo hasta casa. Le aguardaba una noche muy larga compartiendo con Nathan el resultado de su entrevista, decidiendo lo que harían y, en última instancia, consolándolo. Él mismo sentía un asfixiante nudo en la garganta, una angustia que únicamente podrían aliviar los brazos de su compañero.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Los datos de carácter personal que proporciones rellenando este formulario serán tratados por Ediciones el Antro como responsable de esta web, cuya titularidad corresponde a Elena Naranjo González, con NIF 74927972K. La finalidad de la recogida y tratamiento de estos datos es que puedas dejar comentarios en nuestros productos y entradas y, si lo selecionas, el envío de emails con novedades, primeros capítulos, promociones... Estos datos estarán almacenados en los servidores de OVH HISPANO, S.L., situados en la Unión Europea (política de privacidad de OVH). No se comunicarán los datos a terceros. Puedes ejercer tus derechos de acceso, rectificación, limitación y supresión enviando un correo electrónico a info@edicioneselantro.com, así como tu derecho a presentar una reclamación ante una autoridad de control. Puedes consultar la información completa y detallada sobre protección de datos en nuestro AVISO LEGAL Y POLÍTICA DE PRIVACIDAD.