Solo a un beso de ti •Capítulo 10•

Con el final de las fiestas se daba por terminado el verano de forma oficial. No es que hubiese un cambio real ni en el clima ni en la actividad de aquella ciudad pesquera de Galicia, pero era una especie de consenso tácito entre sus habitantes, el momento elegido para guardar la ropa de verano, olvidar las vacaciones de forma definitiva y centrarse en la vida cotidiana. Marcaba también el inicio de la temporada baja, lo que se traducía en un descenso de turistas, una bajada de precios discretamente pactada y un ambiente más relajado y familiar en la taberna Os Pazos.

A pesar del descenso del ajetreo en su jornada laboral, aquella noche Vlad tenía ganas de morder, matar o darle una patada en los huevos a alguien. Bueno, a alguien en concreto en realidad. Y su ansia asesina no tenía nada que ver con temporadas altas o bajas.

—¿Es que no había otro puto bar en toda esta maldita ciudad?

La bandeja con vasos estuvo a punto de saltar por los aires cuando Vlad la dejó caer sobre la barra. Su colega de turno y cómplice de intrigas contestó a su mal humor con una carcajada sin complejos. Iratxe estaba al tanto del origen de su irritación, y es que el tío bueno había venido esa noche a cenar a la taberna acompañado de su amiga la rubia alta, de la que ya sabían por Rut que estaba divorciada y resultaba evidente que tenía claras pretensiones de llevarse a Christian al huerto.

—Renunciaste a tu derecho a cabrearte cuando lo echaste de tu casa, colega.

Hacía algo más de una semana que no había visto al modelo, desde aquella noche en la que, efectivamente, se había comportado como un demente arrojándolo fuera de su sótano. Pero lo último que se había esperado era que apareciese el viernes por la noche con una mujer. No le cabía la menor duda de que lo hacía con la intención de restregarle por la cara que podía reemplazarlo sin ninguna dificultad. Su amiga era guapa, aunque rozaba los cuarenta tenía uno de esos rostros angulosos de mujer madura que mejoran con el tiempo, alta y delgada, con unos bonitos ojos azules y cierto aire nórdico. Se notaba que había sido una joven muy guapa, y seguía siendo una mujer atractiva que parecía tener mucho en común con Christian, que no paraba de reír con lo que fuese que ella le contaba. Y, sobre todo, una mujer. Una con la que puedes salir a cualquier lugar sin miedo a ser juzgado, con la que puedes formar una familia sin complicaciones. Tuvo que recordarse a sí mismo que no quería una relación con él, que era mejor así, que se buscara otro plan para sus noches, y, aun así, verlo con ella en su mesa era una puñalada rastrera que le estaba costando digerir.

—Aquí están la tabla de quesos, la ración de pulpo y vuestra ensalada.

Aunque las palabras eran inocuas, la intención no dejaba lugar a dudas sobre su irritación. Sobre todo, por la forma en la que dejó caer los platos sobre la mesa mientras lo decía, arrojando en último lugar el cuenco de madera con tanta vehemencia que la ensalada saltó por los aires cayendo en parte sobre la camisa y los pantalones de Christian.

—¡Joder! —reaccionó ella—. ¿Qué pretendes? ¿Clavar la ensalada en la mesa?

—Lo siento —respondió Vlad sin un ápice de remordimiento—. Culpa mía, os traeré otra ensalada. Y en el instante en que recuperó la ensaladera para llevársela, la mirada mosqueada de Christian lo atravesó.

Cuando volvía de la cocina bajo la vigilante mirada de su jefa, se encontró de bruces con Christian, que al parecer lo había seguido hasta aquella zona algo más discreta de la taberna con gesto serio.

—¿Se puede saber qué cojones te pasa? —le increpó con un tono que, aunque no ocultaba la reprimenda, era lo suficientemente bajo para pasar inadvertido.

—¿Me lo preguntas a mí? ¿No había otro restaurante al que llevarte a tu novia?

Christian se tomó unos segundos antes de contestar, escrutándolo con la mirada, intentando descifrarlo.

—Solo es una amiga, y me gusta este restaurante… Y… no tengo por qué darte explicaciones, ya has dejado muy claro que tú y yo no tenemos nada, ni vamos a tenerlo…

—Si lo tienes tan claro, ¿por qué sigues apareciendo por aquí? ¿Piensas traerte a todos tus ligues para restregármelos por la cara?

—¿Sabes? Estás mal de la cabeza, tío. Realmente estás como una puta cabra. —Y, al decirlo, hizo un gesto con el dedo sobre su cabeza para recalcar sus palabras. Después, le dio la espalda y volvió hacia su mesa sin preocuparse más por Vlad, que permaneció inmóvil un momento sintiéndose la persona más desgraciada del mundo.

Aunque la pequeña reyerta había sido lo suficientemente discreta, no había pasado inadvertida para Rut, que observaba a Vlad con ojos interrogantes. Su jefa se acercó hasta donde permanecía el ruso intentando recuperar el control de sus emociones.

—Y eso ¿a qué ha venido?

—Lo siento, Rut…, no volverá a pasar…

—Anda, tómate un descanso y despeja la cabeza antes de que le lances un cuchillo a alguien.

Vlad se sintió fatal, sabía que se había portado como un crío y que estaba completamente fuera de lugar. Ese era su trabajo y no quería agotar la paciencia de su jefa. Aunque esta, antes de dejarlo marchar del todo, se acercó un poco más con gesto conspiratorio.

—¿En serio te has acostado con él? —Y como Vlad no supo cómo contestar a esa pregunta ante su jefa, ella sacó sus propias conclusiones—. ¡Carallo con el bailarín ruso! —exclamó con admiración mientras volvía al trabajo.

Vlad salió a la parte de atrás de la taberna, una callejuela oscura que servía como salida de humos y que albergaba los cubos de basura de varios restaurantes y bares de la zona. A solas en la noche, apoyó la espalda sobre la pared de piedra fría y odió sus ojos por haberse adueñado de sus emociones de esa forma descontrolada e impúdica.

Era mejor así, volvió a repetirse con insistencia cansina, era mejor que él se enfadara y se alejara. No debería importarle, no quería una relación, eso lo tenía muy claro. No la quería y no podía permitírsela, ni le convenía, no en ese momento de su vida, no con una persona tan visible y llamativa como Christian. Le había costado mucho recuperar su soledad, y era justo lo que necesitaba, y sin embargo… ¿Por qué le molestaba tanto? Tal vez fuese solo su ego herido, excesivamente magullado, que no soportaba el desaire de ser olvidado con tanta facilidad. Era solo por esa versión blandengue de sí mismo en la que se había convertido, que no podía detener el río de sus ojos, ni controlar las revoluciones emocionales que lo llevaban de un extremo a otro sin previo aviso. Pero se sentía mal sobre todo porque sabía que había sido un idiota. Era verdad que la noche que pasaron había sido una noche maravillosa, hasta que empezó a comportarse como un loco. Tal vez se merecía una explicación, o, tal vez, era solo que quería dársela…, aunque supiese que era mejor no hacerlo…, porque en el fondo era débil y egoísta y quería caerle bien al chico guapo. Como cuando tenía quince años y no soportaba caerle mal a nadie, hasta el punto de que estaba dispuesto a dejarse engañar un poco, solo por agradar o evitar algún conflicto. Cobarde, sí, esa era la palabra… Incluso cuando era fuerte, seguía siendo un cobarde.

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