Lander •Capítulo 2•

Hacía mucho que Lander no dormía tan profundamente. Cuando empezó a volver a la vida, aún medio inconsciente, por un momento creyó que estaba de vuelta en casa: la cama suave, las mantas, el olor a café. Entonces abrió los ojos de golpe y se sentó en la cama sobresaltado, tardó un par de segundos en recordar dónde estaba y entonces se tranquilizó. Estaba todo bien. Estaba demasiado bien, la verdad. Volvió a dejarse caer sobre la mullida cama con las sábanas limpias, queriendo prolongar el momento un poco más antes de tener que volver a la realidad. Se había propuesto despertarse antes que el niño pijo del comedor social y escapar sin tener que volver a cruzarse con él, pero el olor a café que invadía la habitación delataba su fracaso. Así que ¿por qué no quedarse un rato más en la cama? Volvió a cerrar los ojos y adormilado se dejó acariciar por las sábanas. Entonces un nuevo olor le abrió los ojos de golpe una vez más. Joder, el cabrón estaba haciendo huevos. ¿En serio iba a ponérselo tan difícil? El olor acabó por espabilar su cuerpo, que llevaba arrastrando el hambre desde hacía demasiado tiempo, y en ese instante supo que haría cualquier cosa por un plato de huevos con tostadas y un café.

Se levantó y comprobó la hora, eran casi las once de la mañana, hacía mucho que no dormía tanto. Fue hasta el baño a echar una meada, ¿sería abusar demasiado darse otra ducha? La noche anterior había dejado colgada en el baño la ropa de su saco que también se había mojado por la lluvia. Buscó entre la ropa aún húmeda lo que estuviera más seco para vestirse y, justo en ese momento, advirtió que, junto a la puerta del dormitorio, sobre una silla, estaba la ropa que llevaba el día anterior perfectamente lavada, planchada y doblada. Lander dejó escapar una risa de rendición, ¡joder, echaba esto de menos!

Mientras se vestía con la ropa con olor a lavanda, se debatía entre el deseo y la razón. No estaría mal quedarse unos días, pensaba, sabía que el niño pijo lo observaba hacía tiempo, y había visto el deseo en sus ojos cuando Lander se desnudó delante de él, sería fácil engatusarlo, acomodarse unos días, descansar. Por otro lado, ¿se estaría poniendo en peligro? Si bajaba la guardia las cosas podían acabar mal, y no solo para él, podría poner en peligro a alguien que no tenía nada que ver. Aunque ¿quién iba a buscarlo allí? Tal vez era el mejor escondite de todos. ¿Dónde estaban? ¿Arturo Soria? Barrio pijo, zona residencial, barrio de fachas; nadie lo buscaría allí. Antes debería averiguar algo más acerca del niño pijo, sería realmente irónico que tuviese un amigo o un pariente que fuera guardia civil o algo por el estilo. No era previsible, pensó mientras terminaba de vestirse. Ese piso olía a guita por todas partes, era un piso grande, de unos ciento veinte metros cuadrados, buenos acabados, sillones de cuero, un baño en cada habitación, y en ese barrio, debía costar una pasta. Eran cerca de las once y el pijo no había ido a trabajar, así que, a menos que fuera un genio de la informática con aficiones altruistas, tenía pinta de que papá le pagaba el piso, y no con el sueldo de un policía o un guardia civil. Vale, estaba divagando. Puede que con el estómago lleno cambiara de opinión. Lo mejor era pensar que había sido su noche de suerte y alejarse de ese tío lo antes posible.

Cuando al fin se animó a salir de la habitación, se encontró con la enorme sonrisa de Ángel esperándolo con un desayuno completo, con zumo de naranja fresco incluido. Intentó soltar algunas frases de cortesía, «no deberías haberte molestado» y ese rollo, pero lo cierto es que llevaba más de quince horas sin comer, y tuvo que controlarse para no devorar como un cerdo.

—Sigue lloviendo —lo informó su anfitrión. Lander se fijó entonces en el enorme ventanal del salón, otro día nublado de tormenta torrencial, eso no era bueno—. Parece que va a seguir así un par de días más. Supongo que es bueno para los pantanos y eso. ¿Así que has leído a Kierkegaard?

—No, pero sé que es un filósofo. ¿De qué va?

—Es un individualista, habla de la soledad del hombre ante todas sus posibilidades, la angustia del individuo incapaz de elegir entre la infinidad de posibilidades, incapaz de definirse a sí mismo.

—Parece bastante deprimente.

—Sí, es algo trágico y por alguna razón siempre me hace pensar en Internet.

—¿Internet?

—Bueno, la forma en la que Internet ha cambiado nuestras vidas, las posibilidades se han multiplicado por mil desde el siglo diecinueve, así que deberíamos estar todos al borde del suicidio o la locura.

—Bueno, uno se adapta a todo.

Y Ángel sonrío con satisfacción.

—Supongo que sí. Menudo rollo te estoy soltando.

—Está bien. ¿No deberías estar trabajando o algo?

—No. Bueno, debería haber ido a clase, estoy haciendo un máster…

—Vaya, tendrías que haberme despertado.

—Oh, tranqui, no tenía ganas de ir, no con este tiempo. Yo también me he levantado tarde. Así que no tengo nada que hacer hasta la tarde, que supongo que me pasaré por el albergue a echar una mano, seguro que estará a tope otra vez. Puedes quedarte, si quieres, hasta que acabe la tormenta, no tiene sentido que salgas ahora, supongo. A menos, claro, que tengas algo que hacer.

—¿Por qué te fías de mí? Podría ser un asesino.

—¿Eres un asesino?

—No.

—No tienes pinta de asesino.

—¿Conoces a muchos?

—No, pero si fueras un asesino no andarías por el albergue y esos sitios, la policía suele rondar por allí.

—Es fácil esquivarlos. Podría robarte.

Ángel se quedó un momento pensativo observando a Lander.

—Vale, eso es posible, supongo. No parece que te pinches, ¿eres adicto a algo?

—No, nada de drogas.

—Sí, no tienes pinta de yonqui, eso se nota enseguida, así que si me robaras la tele o el equipo de música, no te lo gastarías en drogas, que es lo que más me molestaría. Seguramente lo uses para algo que necesitas de verdad y yo debería ver menos la tele de todos modos. Bueno, si me robas algo que no sea la cafetera, por favor, me encanta el café que hace y tardé meses en aprender a usarla. En serio, no es un problema, se agradece la compañía, la verdad.

—¿Tu familia y tus amigos no vienen mucho por aquí? —Una buena oportunidad para averiguar lo que le interesaba.

—Bueno, la mayoría de mis amigos están pasando por ese dulce momento en el que se casan, tienen hijos, tienen trabajo y están demasiado ocupados para quedar. Así que volvemos a Kierkegaard y la trágica soledad del individuo.

No decía estas cosas con dramatismo, más bien con un sarcasmo gracioso, divagando relajadamente, como si nada fuera demasiado importante, nada demasiado serio; un drama superficial que se prestaba a sus propias burlas. No le costaba nada arrancarse a hablar, a Lander le resulto fácil conseguir la información que buscaba. No le entusiasmaba la idea de pasar el día escuchando las batallas de un niño de papá, pero era mejor que pasarlo dando vueltas por la ciudad en medio de una ola de frío. Rostro ovalado, rasgos suaves, con un aire infantil, nariz romana, pelo rubio —puede que con algo de ayuda— algo largo y ondulado, ojos claros de mirada despierta, y risa fácil. Bien peinado, limpio, transparente, manipulable. Hablaba con las manos, jugaba constantemente con ellas y siempre estaba haciendo algo: recogía platos, doblaba mantas, preparaba un café, paseaba por la habitación. Movía las manos constantemente, se mordía el labio, suspiraba o ponía los ojos en blanco, gestos demasiado femeninos para un hombre pero que en Ángel no resultaban grotescos. Parecía inquieto o nervioso, y a la vez había cierta dejadez en su forma de actuar que le quitaba tensión a su movimiento constante.

Cerca de las tres de la tarde, y después de un copioso plato de espaguetis, Ángel recibió una llamada, buscaban voluntarios para ayudar con las inundaciones que la lluvia estaba provocando en algunas zonas de la ciudad junto al río Guadarrama o en la Cañada Real. Después de haber dormido y comido por la cara en su casa, Lander se sintió en la obligación de ofrecerse voluntario a acompañarlo, así que salieron juntos del confort del piso de Ángel de vuelta al frío y la humedad. Fuera seguía lloviendo sin parar, como si se hubiese roto una cañería del cielo que no conseguían controlar, las alcantarillas saturadas dejaban que se formaran ríos de agua embarrada por las calles. No era lo normal en una ciudad como Madrid, que solía padecer fuertes sequías, y no estaba preparada para estos cambios climáticos extremos, por lo que un par de días de fuertes lluvias solía provocar siempre algún desastre.

Pasaron el resto del día en el poblado de El Gallinero en la Cañada Real. El barro creado por la intensa lluvia había arrastrado y derrumbado las casas hechas de restos de maderas, cartones y plásticos varios, en algunas zonas el agua había formado un lago que cubría viviendas y coches. Los voluntarios ayudaban a las familias del poblado a rescatar sus pertenencias y organizaban su traslado hacia los albergues de la ciudad o hacia algún polideportivo cercano que se estaba acondicionando para que pasaran la noche. Al principio Lander no sabía qué hacer, pero enseguida empezó a recibir instrucciones y todo resultó más fácil, muy pronto ya no tuvo un momento de descanso. Pasaron las siguientes cinco horas llevando, cargando, sujetando, moviendo, derribando, repartiendo. Estaba todo oscuro cuando volvió a encontrarse con Ángel, que fue a buscarlo para invitarlo a un café. Volvían a estar calados hasta los huesos.

—Tengo que ir un rato al albergue, pero luego podemos volver a mi casa —invitó Ángel.

—No tienes por qué hacerlo.

—Tus cosas están en mi casa, además hoy tampoco habrá sitio en los albergues…

—Debería ir a ver si hay trabajo hoy.

—¿Trabajas?, quiero decir, ¿dónde trabajas?

—En el polígono de Cobo Calleja, descargando camiones.

—¿A estas horas?

—Suele haber bastante curro por las noches, aunque con la lluvia está todo parado. Ayer fui para nada y luego llegué tarde al albergue, pero debería pasar a ver si hay algo.

El niño pijo parecía decepcionado, se había quedado sin su juguete nuevo. Acercó a Lander al metro, y antes de que se bajara volvió a insistirle en que debería pasar la noche en su casa. Lander ya había pensado hacerlo, no por nada había dejado sus cosas allí, pero prefería dejarlo creer que la idea no lo volvía loco para que fuese Ángel quien intentara convencerlo.

Solo le quedaban tres euros. No le gustaba colarse en el metro, lo último que quería era que lo pillaran por una tontería como esa, pero si se gastaba el dinero y no había trabajo, como imaginaba que pasaría, se quedaría sin blanca y tendría que colarse en el metro al día siguiente de todas formas. Así que se metió en el metro dando un salto por encima de la barrera de acceso y viajó hasta Fuenlabrada para comprobar que, tal y como esperaba, los almacenes chinos estaban cerrados y el polígono estaba medio vacío. Solo en uno de ellos había movimiento porque se había inundado y estaban achicando agua. Se acercó a preguntar, pero no estaban contratando a nadie. Así que tuvo que colarse una vez más en el metro para volver en dirección a Arturo Soria, donde al menos lo esperaba una cama, y tal vez una cena caliente.

 

Mientras preparaba más pollo al curry del que podría comer en una semana, Ángel se descubrió a sí mismo con una pizca de euforia ante la expectativa de que Lander tuviera que volver a aparecer en su apartamento, al menos para recoger sus cosas. Había tenido la tentación de meter en la lavadora el resto de su ropa, pero le gustó verla colgada por el baño, de forma tan casual. Era agradable volver a tener movimiento en su casa, alguien que desordenara un poco su vida, que revolviera su cómoda existencia. Y ya se estaba pasando películas como hacía siempre, tenía que recordarse que Lander no era nada suyo, solo era un tío que vivía en la calle, a saber por qué. Aun así, había sido extrañamente agradable pasar el día con él. Sin tener en cuenta el detalle de que carecía de residencia, podría pasar perfectamente por un hípster, porque incluso a los pijos les había dado por vestirse de vagabundos. Con la ropa raída y la barba de tres días resultaba bastante sexy, la verdad. Se preguntaba qué historia sórdida lo habría llevado a vivir en la calle. No era un yonqui, y al parecer tenía trabajo, que ya era más de lo que tenía él. En el poblado había trabajado con ímpetu echando una mano, así que tampoco era un vago, y se le ocurrían pocas razones más para que alguien joven, sano y de buen aspecto acabase viviendo en la calle. Puede que solo fuese una de las consecuencias de la crisis económica que agitaba Europa, esa que su padre se esforzaba en negar que existiera, o aseguraba que era una exageración de los medios o fruto de maniobras políticas. Ya lo había comprobado en el comedor social, no era inusual ver aparecer a mujeres con niños vestidos con el uniforme escolar en el primer turno de la cena, personas que jamás pensarías que tendrían que recurrir a la caridad para poder dar una comida decente a sus hijos, y sin embargo aparecían, con la mirada baja, cargada de vergüenza que se tragaban porque su prioridad era otra. Tal vez Lander fuera otro ejemplo de aquellas personas que, en otro tiempo, o en una realidad alternativa, hubiese disfrutado de una vida muy diferente.

Justo cuando la culpa por la acomodada vida que sabía que no se había ganado comenzaba a atormentarlo, se escuchó el timbre del portal. A través de la pantalla del interfono le llegó la imagen de Lander, empapado e intentando mantenerse en calor junto a la puerta del edificio. Le encantaba tener un interfono, esos tres minutos de tiempo que le daba el recorrido desde la puerta del portal hasta la puerta de su apartamento lo habían salvado de la humillación total más de una vez. En esta ocasión pudo utilizar ese valioso tiempo para asegurarse de que su aspecto era casual y nada forzado. Se cambió los botines que llevaba por las zapatillas de andar por casa, y luego por unas deportivas, y se aseguró de que el piso no estuviera demasiado ordenado, que no pareciera que lo estaba esperando, pensó en una frase ingeniosa para decirle en la puerta y aún le quedó tiempo para recordarse a sí mismo que se estaba comportando como una quinceañera.

—¿Sabes?, existe un artilugio muy ingenioso llamado paraguas que evita que acabes así cada vez que llueve. —Y Lander lo recompensó con una deliciosa sonrisa.

Mientras cenaban como dos amigos, charlaron sobre las inundaciones, sobre el trabajo de Lander en el polígono y, cómo no, el tema del no trabajo de Ángel acabó por salir.

—¿Cómo pagas todo esto si no tienes trabajo? —Era una pregunta inevitable, la pregunta que Ángel más odiaba y que acababa saliendo en todas las conversaciones, la que delataba quién era en realidad por mucho que se esforzara en aparentar humildad.

—Mi abuelo dejó un fideicomiso para los estudios de sus nietos, mientras siga estudiando, tengo un pequeño sueldo. Y el piso me lo compraron mis padres cuando aún pensaban que me casaría y tendría niños.

—Por eso las dos habitaciones…

—Exacto, estás durmiendo en el cuarto de los niños. Se suponía que era solo para empezar, y ya era cosa mía conseguir el chalet en La Moraleja, pero tal y como van las cosas, parece que aquí voy a quedarme —dijo Ángel con algo de nostalgia por aquel momento de su vida en el que aún creía que todo eso era posible.

—¿O sea que no necesitas trabajar?

—Más o menos, aunque algún día tendré que dejar de hacer cursos. —Ángel bajó la mirada.

—Menudo chollo.

—Ya, el mundo no es justo, supongo, y yo he tenido mucha suerte.

Aunque por más que se repitiera eso, por alguna razón, no acababa de creérselo. Claro que ¿quién iba a quejarse por tener la vida resuelta a los veinticuatro años?

Lander lo ayudó a recoger la mesa y la cocina, y eran solo las once de la noche cuando se quedaron sin nada más que hacer y la situación corría el riesgo de volverse incómoda otra vez.

—Podemos follar si quieres —le soltó de pronto Lander apoyado contra la encimera de la cocina, como quien le sugiere ver una película en la tele, mientras terminaba de secarse las manos. Ángel tardó un par de segundos en recuperar el aliento y contestarle.

—Creía que ya habíamos discutido ese aspecto…

—No me importa, ya lo he hecho otras veces.

—¿El qué? ¿Follar? ¿O hacerlo como transacción económica?

—Me sentiría mejor si al menos sacas algo de todo esto.

—Vale, sabes, nadie va a follar con nadie, ya habíamos dejado eso claro. Y no es por ti, es por mí —le explicó Ángel con calma—. Ya tengo un concepto bastante pobre de mí mismo, pero al menos me considero una persona altruista y de buen corazón y, sabes, si te obligara a follar conmigo a cambio de una cama y algo de comida, la imagen que tengo de mí mismo se iría al garete y no podría volver a mirarme al espejo.

—No me estás obligando, me he ofrecido.

—Vaya, eso suena tan romántico —dijo con su ironía habitual y Lander volvió a regalarle su sonrisa—. Te agradezco la oferta, es tentadora, pero no hace falta, en serio. Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites, me caes bien y no es un problema. Pero, por favor, deja de quitarte la ropa y deja de hablar de follar.

6 replies on “Lander •Capítulo 2•

  • Emilio

    Mi idea es que la publiquéis cuanto antes y además que convenzáis a Corintia de que publique con vosotros “El Don”

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    • admin

      No tendrás que esperar mucho porque la preventa de Lander está al caer. El Don encadenado es una obra maravillosa, ¿verdad? Como suele decirse, la vida transcurre por caminos insospechados. Quién sabe lo que puede pasar y lo que no…

      Responder
  • Emilio

    Ya estábais tardando…La prosa de los párrafos te sumerge en la narración haciéndote creer que estás dentro de la historia proporcionándote una sensación muy agradable.
    Lander??? ¿Qué será será?
    ¡No veo la hora de tener este libro entre las manos!

    Responder

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