Aquí podrás leer de forma gratuita los primeros capítulos de La senda de los abrazos abandonados, de Toni Delago; una novela iniciática en primera persona, joven y honesta, en la que su protagonista, Toni, evoluciona con el lector pasando de su infancia a su adolescencia, y después a una juventud a veces absurda y otras veces tan profunda que arrasa con todo.
Ahora bien, te advertimos una cosita: es una historia adictiva que no podrás dejar de leer.
Aclarado esto, ¡bienvenid@ a este antro!
El día amaneció con la noticia de su muerte, que puso rostro a algo tan abstracto y desubicado como la irrupción de la pandemia en nuestras vidas. Tras meses de confinamiento e incertidumbre, de amagos fallidos de regresar a la normalidad, una despedida tan cercana supuso un mazazo que sirvió para sentir de primera mano el azote del virus que amenazaba con invadir cada parcela de eso que habíamos llamado estabilidad.
Me informé sobre autobuses y horarios que me conducirían al tanatorio. Nos escribimos los cuatro para acordar el encuentro en el mismo grupo de chat que hasta esta mañana había estado compuesto por cinco miembros. Su nombre seguía apareciendo entre los integrantes como si fuese uno más que en cualquier momento pudiese participar con un mensaje. Última hora de conexión, a las cinco y veinte de la tarde del día anterior. Su interacción, un pulgar levantado que respondía lacónicamente a nuestros deseos de pronta recuperación.
Reacio a las nuevas tecnologías, se había volcado en el empleo de los iconos como alternativa a escribir en un teclado con el que no se sentía cómodo. Se valía de ellos con tanta asiduidad que bromeábamos con él diciendo que podría mantener conversaciones enteras sin tener que escribir ni una sola palabra. Cuando lo mandó, ¿intuiría que era el último mensaje que enviaría en su vida?
Las restricciones sanitarias iban a impedir que pudiésemos entrar en el velatorio, pero acordamos encontrarnos frente a las escaleras del acceso principal. Era lo menos que podíamos hacer, y necesitábamos un acto, aunque fuese en la calle, en el que nos juntásemos para despedirnos de él.
El mundo se había ensombrecido, con inestabilidad y tensiones allá donde se mirase. El miedo y la intolerancia habían recuperado en las calles un espacio que parecía que habían perdido, y era fácil contagiarse de la capa de ceniza gris que parecía querer envolverlo todo. Era imperioso abstraerse de la negatividad predominante, aunque a él no le hubiese gustado esta actitud. A buen seguro que la habría criticado con alguna frase de alerta, como que era el pavimento de la indiferencia el que iba a dejar vía libre a la entrada del enemigo. Lo cierto era que la realidad, tal y como la conocíamos, se desmoronaba. Pero la fortaleza que habíamos erigido a nuestro alrededor nos seguiría protegiendo, a pesar de haber perdido a uno de los nuestros.
De camino al tanatorio, la mascarilla cubriéndome la boca y el gel desinfectante humedeciendo mis manos, recosté la frente en la ventana del autobús. Consulté en el móvil la última conversación que habíamos mantenido por privado. Databa de hacía trece días, y en ella me recomendaba un libro que me podría interesar. Su último mensaje, cómo no, el icono del pulgar alzado como respuesta a mi intención de leerlo. Sonreí con tristeza. Iba a echarlo de menos.
Recordé las circunstancias en las que nos conocimos. Fueron unos meses que supusieron la génesis de lo que acabaría convirtiéndose en un grupo de amigos tan dispar como inquebrantable. El chico que yo era entonces acabaría abandonando la crisálida de aquel tiempo transformado en alguien muy distinto al que inició su andadura, ajeno a lo que estaba por suceder. Era una historia que se remontaba muchos años atrás.
Emilio
Potente comienzo, una buena bofetada de realidad. Me da la sensación que será esta una historia compleja y psicológicamente profunda, un tanto diferente de lo habitual en vuestra editorial, ¿me equivoco?
Ediciones el Antro
No vas desencaminado, no…