8
Paris
Conocer a la prima de Romeo fue una sorpresa muy agradable, pasamos una velada divertida en la que charlamos y compartimos bromas con facilidad. Lucía era guapísima y muy simpática; para ser solo primos se parecían bastante, sobre todo en el pelo negro y ondulado, que ella llevaba hasta la cintura y él despeinado sobre la cabeza, cayendo hasta sus cejas y orejas en mechones desordenados. También compartían algunos rasgos, más suavizados en ella, y algo en su forma de mirar, en sus ojos risueños, aunque los de Romeo fueran negros como la noche y los de Lucía azules grisáceos. Incluso en algunos gestos parecían un reflejo del otro, por haber vivido juntos tantos años y haber sido tan íntimos, como seguían siendo. Hicieron que me sintiese uno más entre ellos y, a la vez, desamparadamente solo en el mundo por no haber tenido a nadie así a mi lado, que me quisiera incondicionalmente.
Cuando Romeo me acompañó hasta mi puerta como todo un caballero —algo alcoholizado— y me contó lo de sus amigos, no tuve tiempo de pensar en ello porque solo le prestaba atención a él, no a sus palabras. El vino me había achispado un poco y Romeo tenía algo hipnotizante, su rostro había estado a un palmo de distancia del mío, era magnético. Sería por su deslumbrante personalidad.
Luego, ya en la cama, después de quitarme la ropa y derrumbarme sobre el colchón, pensé en que tendría que conocer a todos sus amigos y no sabía cuántos eran. Nunca había estado en grupos que no fueran de músicos, e incluso entre ellos nunca era el más sociable o extrovertido, me manejaba mejor con poca gente, en ambientes más íntimos, más privados. Y el viernes tendría que salir a tomar algo con los amigos de Romeo… El corazón se me aceleró. No pensé ni por un segundo en rechazar el plan, pero me ponía nervioso. Los había llamado «las fieras», era una situación intimidante, y también emocionante. Podría hacer más amigos, salir de mi burbuja, de mi soledad, conocer más mundo a través de otras personas; gente de todo tipo, alejadas de la música y los conciertos. Gente como Romeo, un soplo de aire fresco.
Los siguientes días los pasé nervioso por la anticipación, por no encajar, por no ser aceptado, por no caer bien, y también porque ellos no me gustasen a mí. Me daba miedo no caernos bien y que Romeo se alejase de mí; volvería a quedarme solo.
Antes de darme cuenta de lo que estaba pasando, Romeo se había convertido en un pilar de mi nueva vida, en segundos, en medio latido de corazón, en lo que dura una sonrisa. Antes de eso estaba a la intemperie, en el barro bajo la tormenta. Ahora podía empezar a construir un nuevo hogar; y parecía tan difícil, pero había sido tan fácil… Con alguien que me escuchase, que me aceptase y me regalase palabras de apoyo; y algo de diversión, sencillez, sinceridad y paz.
El jueves recibí una llamada de mi madre en la que todo sucedió exactamente como en cada llamada. Primero me preguntaba por mi vida: qué tal estaba, qué tal comía, qué tal llevaba la ruptura y qué tal la música; entonces pasábamos a la segunda fase: intentar convencerme para retomar la vida que había abandonado, para poder hacer las paces con mi padre y recomponer la familia y mi carrera profesional; y cuando se cansaba de insistir, terminaba llorando y recriminándome no quererla lo suficiente, ser un egoísta y un desagradecido que los había abandonado y avergonzado. Fin de la llamada. Cuando mi madre se enfadaba podía ser muy dura, mi padre era más un témpano de hielo pasivo-agresivo. Tenía que creer que mi madre me quería, pero que no sabía cómo manejar esta situación; nunca me había revelado contra ellos ni contra nada, así que ella estaba perdida, pero yo también.
Al menos por la mañana había estado tocando un rato, porque después de la llamada pasé toda la tarde tirado en el sofá sin ganas de nada y sin poder ni acercarme al piano, que parecía devolverme la mirada y reírse de mí por no haber empezado a componer, por no ser capaz de hacerlo, por haberme equivocado y ser un fracasado. Me comí media tarrina de helado de chocolate viendo Friends.
Cuando fui a la cocina a por un vaso de agua con hielo encontré una nota que habían pasado por debajo de la puerta y nada más verla sonreí y, al instante, sentí un poco de alivio, no estaba tan solo.
La música amansa a las fieras.
Mañana lo pasaremos bien.
Ponte guapo. : )
Parecía que hubiese sentido que lo necesitaba y justo en ese momento aparecía para hacerme sentir mejor conmigo mismo. Guardé la nota en un cuaderno de garabatos musicales. Ojalá no hubiera tirado las primeras que me dejó; si hubiera sabido que no iba a odiarlo, las habría guardado.
El viernes Romeo me mandó un mensaje al móvil con la ubicación de donde había quedado con sus amigos. A riesgo de parecer idiota, le pedí quedar con él en otro sitio para no llegar solo y concretamos la parada de metro más cercana diez minutos antes. Me preparé como si acudiera a una cita. Ducha, perfume, afeitado, el pelo recogido en una coleta por el calor, pantalones vaqueros rotos a la moda, zapatillas y camisa blanca de manga corta con pequeñas formas geométricas azules. ¿Tal vez me estaba esforzando demasiado? Daba igual, no tenía tiempo para cambiarme, salí de casa y cogí el metro.
Llegué cinco minutos tarde. Romeo me estaba esperando a la salida, apoyado en una farola, con pantalones vaqueros ajustados y una sencilla camiseta negra de manga corta, escuchando música a través de los auriculares, siguiendo el ritmo suavemente con la cabeza. En cuanto me vio sus labios se estiraron en una sonrisa. Me acerqué bajo su atenta mirada, le quité los auriculares y los puse en mis oídos. La melodía era suave y la voz grave en un rap melódico.
Ya he pensado en soltar el equipaje de mano
Pese a que no quede nadie a mi lado
Creo que llevar este ritmo no es sano
Lo he intentado ¿Sabes? Pero no paro
Correr como si fueran a prohibirlo
Hace un mes que to’s los días es domingo
Hace un mes que to’s los días es domingo
Subo al escenario y de pronto aquí arriba es enero
Dolor congelado, ya sabes a qué me refiero
Nadie como yo sabe salir entero…
Me quedé sin palabras ante la letra de la canción. Me había erizado el vello de los brazos, era como si estuviera escrita para mí, al menos esa parte. Romeo apagó la música y guardó sus auriculares en el bolsillo.
—Derramo el licor, de Zetazen —dijo sin necesidad de que preguntase—. Si quieres luego te paso más música suya.
—Vale, gracias, me ha gustado mucho.
—Ya lo veo. —Me pasó un brazo por los hombros y me llevó consigo—. Vamos, nos están esperando. No te habré puesto nervioso, ¿no?
—Claro que no —el temblor en mi voz delató la mentira.
Me apretó un poco más contra él y su sonrisa se ladeó con picardía.
—Si te quedas a mi lado, te protegeré.
El sol iluminaba sus ojos negros, estaba tan cerca que conseguí distinguir el iris de la pupila, casi se fundían en un solo color. Nunca había visto unos ojos negros así.
—Además —añadió, bajando el tono de voz—, en realidad no son fieras, solo unas personitas salvajes, idiotas y adorables. Tranquilo, que no muerden —terminó con una risita.
Le clavé el codo en el costado, y estaba intentando quitármelo de encima cuando vi a lo lejos a alguien saludándonos. Habíamos llegado. A su lado vi a Lucía, que estaba sentada hablando con un chico negro, ignorando a los otros dos que los acompañaban.
Nos saludaron animados mientras nos sentábamos a la mesa; me acoplaron entre Romeo y Lucía, que centró su atención en mí y se inclinó para darme un beso en la mejilla.
—Bueno, te presento a las fieras —dijo Romeo.
El chico que estaba hablando antes con su prima era Zareb; más que su color de piel, destacaban sus ojos impresionantes de color miel, que contrastaban con su moreno natural. El pelo afro lo llevaba corto y vestía una camiseta ajustada, blanca, con el logo de Superman. El otro chico a la mesa se llamaba Diego, rubio y de ojos azules oscuros, tremendamente musculoso; parecía el típico jugador de fútbol americano, con una camiseta de tirantes que solo a él podría quedarle bien. Y su otra amiga era Berta, llevaba el pelo corto cobrizo recogido en una diminuta coleta sobre la nuca y se daba aire con un abanico, sus ojos tenían un tono dorado a la luz del sol y su piel bronceada parecía brillar, debía llevar algún cosmético encima; se subió el vestido amarillo por las piernas, resoplando por el calor.
Los chicos me dieron la mano, un apretón firme pero suave, y Berta me lanzó un beso; la tenía justo en frente, al otro lado de la mesa.
Al menos no eran demasiados, incluso aunque fuesen unas fieras podría manejarme bien con tres desconocidos.
—Y tú eres Paris —dijo Berta—, Romeo nos ha hablado mucho de ti.
—Seguro que os sorprende que esté aquí, tal y como empezamos.
—¿No sabes que la idea fue mía? —dijo Diego.
—¿Tú eres el culpable de las notitas? —pregunté divertido.
Romeo se atragantó con la cerveza que le había robado a Berta y me dio un codazo, mirándome con los ojos desorbitados. Había metido la pata.
—¿Qué? Yo le dije que te invitase a unas cervezas para pedirte perdón, ¿qué es eso de las notitas?
—Sí, por favor, tienes que contarlo —añadió Berta.
—Espera, yo no sabía nada de eso, ¿de qué notas habláis? —dijo Lucía, fulminando a su primo con la mirada por ocultárselo.
—Mierda, Paris.
—Lo siento, pensaba que se lo habías contado todo.
—No, pero vas a hacerlo tú —dijo Berta.
Todos insistieron, incluso Zareb, que parecía el más tranquilo. Tuve que rendirme; aunque avergonzase a Romeo me ganaría a las fieras, merecía la pena.
—Vale, vale —dije, levantando las manos para que se calmasen. Alguien me puso una cerveza delante y le di un trago antes de continuar—. La historia de cómo Romeo se ganó mi perdón empezó con unas notas pegadas en mi puerta.
—¿Te dejó notas en la puerta? —preguntó Diego entre carcajadas.
Romeo se cruzó de brazos y nos miró de morros mientras se reían de él. Solo me dio un poquito de pena.
—Sí, me escribió que le gustaba mi música y me pidió perdón. Cuando encontré la nota pensé que estaba de coña o que estaba loco, era muy raro, y pasé de él.
Me carcajeé con sus amigos, ganándome un puñetazo en el hombro. La verdad es que recordarlo fue divertido, pero no quería ofender a Romeo, así que intenté suavizarlo.
—También fue adorable y muy bonito, pero eso lo pensé ya cuando te conocí, al principio solo fue raro.
Sin que fuese mi intención conseguí más risas por parte de los demás y una ceja arqueada en el rostro de Romeo.
—Vale, y ya está, le perdoné.
—¿Seguro? Si has dicho que pasaste de él, ¡cuéntalo todo! —exclamó Lucía.
—Le escribí otra puta nota, ¿vale? Pensaba que era divertido y que lo ablandaría.
—Y es muy divertido, tío, ¿no ves cómo nos reímos? —contestó Diego entre carcajadas.
—Y me ablandé. No fueron las cervezas, fueron las notas, ojalá las hubiese guardado.
—¿Las tiraste? —me preguntó indignado.
—Pues… sí, pero me arrepiento.
—Esto se parece peligrosamente a una pelea de enamorados —se burló Berta.
Romeo le lanzó un ganchito y lo encestó justo en su escote por casualidad. Diego lo sacó y se lo comió antes de que ella pudiera detenerlo.
—Capullos —gruñó Romeo.
—Perdona.
—Ya hablaremos tú y yo luego —dijo, pero en su tono gruñón había una pizca de diversión, no estaba enfadado.
—Uy, uy, uy, pelea de novios —siguió con la broma Berta.
Me reí entre dientes para no enfadar más a Romeo, que esa vez le dio con el ganchito en la mejilla, dejando restos naranjas en ella. No me importaba que bromeasen sobre nosotros siendo pareja, sabía que Romeo era mi amigo, que le gustasen los hombres no cambiaba nada entre nosotros.
Dejamos el tema de las notas y sus amigos me estuvieron contando cosas sobre ellos, también preguntándome por mi vida como músico. No era un tema que me apasionase, pero a los demás siempre les parecía muy interesante; di todos los detalles que pude sin adentrarme mucho en las arenas movedizas de mi pasado. Berta era periodista y trabajaba en un periódico online escribiendo sobre cultura y literatura, parecía muy alocada y deslenguada, pero también inteligente y culta. Zareb era publicista y Diego entrenador personal; estaba claro que trabajaba en algo relacionado con el deporte.
Cenamos unos bocadillos de calamares en la plaza Mayor y después de dar un paseo buscamos alguna discoteca donde bailar un rato. Recorrimos la zona de Huertas, que estaba plagada de garitos, bullicio y gente haciendo cola o charlando con cigarros encendidos antes de volver dentro.
Las luces de neón y la música a todo volumen nos engulleron. Lucía y Berta me secuestraron en la pista, bailando a mi alrededor al ritmo de la música, a veces saltando y agitando el pelo como locas; incluso Lucía se atrevió a quitarme el coletero y dejar libre mi melena para que la agitase con ellas. Al principio estuve un poco tímido, pero era muy fácil coger confianza con ellas. En otras canciones, de ritmo más seductor, bailaban contra mi cuerpo, una apretándome por detrás y la otra por delante, provocándome; pero fue la forma en que Romeo nos miraba lo que más agitó mi sangre caliente. Él estaba apoyado en una columna, reclinado, observándonos fijamente, aunque solo me sentí observado yo; incluso a través de la marea de cuerpos y la poca luz, supe que sus ojos estaban clavados en mí y en cada parte de mi cuerpo donde las manos de su prima o su amiga me tocaban. Los hombros, la espalda, el vientre…, sentía más el contacto de su mirada que el de las manos y los cuerpos que bailaban conmigo. Sus ojos se clavaron en los míos y me guiñó un ojo de forma coqueta. Estaba a punto de sonreírle cuando alguien apareció a su lado, le giró la cara, sorprendiéndolo, y lo besó profundamente, apretándolo contra la columna.
El chico que lo estaba besando era un poco más alto que él, estaba tatuado y lo acariciaba con posesividad y deseo. Romeo le puso las manos en los hombros para apartarlo, pero no lo forzó, se dejó besar hasta que el otro quiso abandonar su boca. Aparté la mirada con rapidez.

Fabio me sorprendió en la discoteca con un beso arrollador justo cuando me di cuenta de que Paris me había pillado comiéndomelo con los ojos; al principio bailaba con timidez, pero luego empezó a moverse más desinhibido y resultó cautivador. Mientras Fabio me besaba seguía viendo esa mirada de Paris tras mis párpados cerrados. ¿Era solo cosa mía o había cierta tensión sexual entre nosotros? Empezaba a dudar de que Paris fuese totalmente hetero, el problema era que tal vez él todavía no se había dado cuenta o estaba empezando a hacerlo. O tal vez solo eran imaginaciones mías.
De lo que yo debería darme cuenta era de que tenía a otro tío pegado a mi boca, robándome el aliento. Intenté apartarlo con suavidad, no quise empujarlo para no ofenderlo. Fabio se separó solo para coger aire, dejando sus labios pegados a los míos y sus brazos alrededor de mi cintura.
—Hola, guapo.
—¿Me estás acosando? —pregunté con un ligero tono de burla.
—Puedes llamarlo casualidad o destino, pero aquí estoy.
Fabio era encantador y estaba loco por mí, aunque me molestaba su incansable insistencia. Ojalá pudiera corresponder sus sentimientos, pero no podía y cada vez me sentía más distante con él; cuanto más me presionaba, más lo rechazaba por puro instinto.
Al final tuve que apartarlo haciendo un poco de fuerza y me alejé de él.
—¿Has venido solo? Yo estoy con mis amigos.
La indirecta era clara: quería seguir con mis amigos y él no formaba parte del grupo.
—Estoy con Amanda, su novio trabaja esta noche aquí de relaciones públicas.
—¿Así que el novio de Amanda es la casualidad o el destino?
Fabio no llegó a reírse porque se dio cuenta de que a mí no me hacía gracia. Lo habíamos pasado muy bien juntos, no quería terminar mal con él, pero si no me daba más opciones terminaríamos de la forma que fuese. Me acarició la mejilla y me aparté.
—Que pases buena noche, me voy con mis amigos, ya nos veremos.
Directo, tajante y educado. La última oportunidad que le daba para terminar bien.
—Claro, como quieras, mañana hablamos.
Me adentré en la pista. Diego estaba bailando con una chica pelirroja que llevaba un vestido diminuto y Zareb bailaba con Lucía, habían dejado solos a Berta y Paris. No es que me preocupase que se gustasen, pero fui directo hacia ellos. Empujé a Berta sin disimular y le hablé a Paris al oído.
—Ese tío no pilla que quiero dejarlo, ayúdame a que piense que ya estoy con otro.
Estaba jugando con fuego y ni siquiera tenía la excusa de estar borracho.
—¿Y por qué no te ligas a otro de verdad? Seguro que no te faltan candidatos.
—No me apetece, pero tranquilo, no importa —contesté, intentando ocultar mi decepción; habría sido divertido—. No se lo he dicho a Diego ni a Zareb porque ya los conoce y sabe que son como mi familia —añadí.
Tal vez sí debería buscar a otro con quien divertirme; alejaría a Fabio definitivamente y me quitaría de la cabeza al vecinito. O podría irme a casa y pasar de los hombres por el resto de mi vida, las relaciones íntimas solo traían complicaciones. Me haría célibe. Estaba decidido a marcharme cuando Paris me agarró del brazo, acercándome a él, y empezó a bailar conmigo, con sus manos en mis hombros. Me atreví a sujetarlo por la cintura.
—Los amigos están para ayudarse —dijo contra mi oído.
Sonreí sin contención y lo atraje un poco más hasta bailar pegados, a ver si nos quemábamos. Pero me porté bien, mantuve las manos quietas y solo nos rozamos lo justo por exigencias del ritmo de las canciones; aun así, me dejó con la miel en los labios. Bueno, me la había dejado yo mismo, por idiota. Pese a ello, mereció la pena porque pude subir una mano por su nuca y enredar los dedos en su melena, era tan suave como parecía. Paris no se alejó en ningún momento ni rechazó ningún tipo de contacto, aunque lo notaba un poco nervioso y no consiguió relajarse del todo mientras bailamos juntos. Solo se comportó como un buen amigo, me conformaría con eso, los buenos amigos sin prejuicios no abundaban.
Después de unas canciones sin despegarnos, Zareb se unió y me abrazó por la espalda, entre los dos me hicieron un sándwich; la tensión disminuyó y bailamos más relajados entre risas. Diego estaba en una esquina comiéndose la boca con la pelirroja que había conocido, y Lucía y Berta estaban en la barra tomando algo con unos chicos que intentaban ligárselas.
Paris aguantó una canción más y se marchó hacia la barra, sediento. Ese fue el momento que aprovechó Fabio para aparecer y alejarme de Zareb con un tirón, pero mi amigo no me dejó solo, por mucho que Fabio lo fulminase con la mirada.
—¿Podrías no ser tan capullo?
—Lo siento, pero no somos novios, puedo hacer lo que quiera.
—¿Y tienes que hacerlo delante de mí?
Me encogí de hombros como si no me importase, aunque sí lo hacía; no quería ser un capullo, pese a que a veces lo era sin darme cuenta y otras tenía que serlo a propósito, como en ese momento.
—Que te jodan, maldito Romeo.
Zareb se interpuso para terminar con la discusión y Fabio se marchó muy enfadado.
—No eres un capullo, él no te lo ha puesto fácil —dijo mi amigo para animarme.
Me encogí de hombros, decaído, y me aparté hacia la barra para descansar. Allí me encontré con Paris, que estaba bebiendo un vaso de agua con hielo; me ofreció el último trago y lo acepté.
—¿Estás bien?
Asentí con la cabeza.
—Quiero irme a casa, ¿vienes o te quedas?
—Me voy contigo, estoy agotado.
—¿Me despides de los demás o también vienes? —le pregunté a Zareb.
—Me quedo un poco más, no creo que tu prima y Berta acaben la noche con esos, las acompañaré a casa.
—Vale.
Le di un beso en la mejilla y cogí a Paris de la mano para salir juntos de la discoteca. A esas horas de la madrugada fuera había varias parejas liándose sin pudor. El aire libre pareció fresco en comparación con la sauna que había dentro. Solté la mano de Paris.
—¿Puedes ir andando o pedimos un taxi? —preguntó.
—Solo son tres paradas de metro, demos un paseo.
Iba a ser un paseo largo, pero la noche era agradable y caminar me apaciguaba el mal humor.
—¿Crees que soy un capullo?
No quería que Paris conociese mis defectos tan pronto, me importaba lo que pensase de mí.
—¿Por lo que me has pedido en la discoteca?
—Sí, es que había intentado hablar con él varias veces, pero no me escuchaba cuando quería dejarlo; no era mi intención hacerle daño, aunque se lo he hecho. A veces actúo sin pensar demasiado.
—Si era tu pareja sí creo que ha sido una mala jugada, aunque yo también he participado sin quejarme.
—Solo llevábamos unos meses tonteando, él quería más y yo no.
—Entonces creo que no es para que te fustigues. Si él quería más, era inevitable hacerle daño. Que te deje quien te gusta siempre duele. Y solo estábamos bailando, si se ha puesto tan celoso no es tu problema.
—Gracias.
—Es lo que pienso —zanjó con total seguridad, como si me conociese tan bien que no le quedase ni un atisbo de duda—. Por cierto, siento lo de las notas —añadió, arrepentido.
—¿Haberlas tirado o haberles revelado a las fieras nuestro secreto?
—Las dos cosas.
—No estoy enfadado por ninguna, pero, de ahora en adelante, los detalles vergonzosos los guardaremos en secreto, ¿vale?
—No les he contado que sigues mandándome notitas —contestó con picardía.
—Ni yo que tú también me las mandas a mí, versadas y todo —contrataqué, tonteando un poco.
Compartimos una sonrisa por nuestros secretos.
—La última la guardé —dijo, con timidez e insoportable dulzura.
—Yo también.
Cogí el móvil y los auriculares y los compartimos durante el resto del camino, uno cada uno. Le dejé elegir las canciones de entre mis favoritas. Como no eran inalámbricos tuvimos que caminar muy juntos para no tirar del cable y que no se cayeran. A veces su mano rozaba la mía sin querer, todas las veces que lo rocé yo fueron totalmente intencionadas.