El Caminante •Capítulo 9•

| El extraño caminante |

 

Si había algo que Oz envidiara a los mortales era, sin ninguna duda, su capacidad de soñar. El arte de refugiarse en su subconsciente y dar forma a los recuerdos. A él le habría gustado soñar que estaba en casa y creérselo por un instante, sentir en las piedras que lo rodeaban el calor de una madre, la cálida confianza del que se sabe a salvo.

—Llaman a Annwn el país de los sueños —suspiró en voz alta—, no entiendo por qué. Antes… quizá. Todo era fiesta, música y… juegos. Ahora… solo hay ruinas y esas cosas. ¿Por qué alguien escogería venir a un sitio así en vez de soñar de verdad?

Su inesperado compañero de viaje se giró, enarcó una ceja y soltó una carcajada seca.

—Si tienes alguna pregunta, puedes hacérmela sin tantos subterfugios —se burló—; sin embargo, te advierto que mi respuesta será siempre la misma: no lo sé.

—No eres de mucha ayuda, ¿sabes? —gruñó el sidhe—. Tan pronto desapareces durante horas como apareces de nuevo, de la nada. Sin más. Cualquier día me dejarás colgado en medio de un combate.

No había pasado, por supuesto. De hecho, conforme se alejaban de las ruinas, los encuentros se habían hecho más y más esporádicos. La silueta oscura de Ys quedaba a su espalda y se recortaba en el horizonte. Desde aquella distancia parecía la de siempre, un espejismo del pasado, una trampa de los recuerdos.

—Si lo prefieres, te dejo solo —replicó el Caminante sin aminorar el paso; aunque sus piernas eran más cortas, se mantenía a su altura y no parecía acusar la fatiga—. No necesito ayuda para matar cosas.

—Qué manía tienes con lo de matar cosas —bufó Oz, que se sentía aliviado por no tener que enfrentarse a esas extrañas criaturas.

—Qué manía tienes de quejarte por todo.

—¡No me quejo por todo! —se defendió—. Solo intento averiguar qué es lo que está pasando y saber algo de con quién estoy viajando. ¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto? ¿Desde cuándo eres un caminante? ¿Y cómo se supone que debo llamarte? El Caminante es una mierda de nombre.

El guerrero estalló en sonoras carcajadas. Sí, eso pasaba a menudo. Las únicas ocasiones que el galo se quedaba rezagado eran porque estaba demasiado ocupado riéndose para poder avanzar.

—¡Oz sí que es una mierda de nombre! —replicó entre risas—. ¿No quedaban letras en el alfabeto?

—Oz no es mi nombre de verdad —explicó el sidhe armándose de paciencia.

Tratar con ese sujeto era difícil. Nunca se le había dado bien poner edad a los mortales y en ocasiones tenía la sensación de estar tratando con un niño, uno ignorante, temerario y vanidoso, incapaz de tomarse nada en serio.

Aunque todos los humanos eran niños ante sus ojos.

—Ya supuse que no era tu nombre de verdad, genio —continuó el Caminante—. Aquí nadie usa su nombre de verdad, no están tan locos como para hacerlo.

—Pero tú ni siquiera te molestas en buscarte un nombre falso decente. Podrías ser… No sé, no soy bueno con los nombres. ¿Perroloco? —Por supuesto, no era una recomendación real, pero su comentario provocó un nuevo arranque de risa en su compañero.

—Perroloco, ¡ja! ¿Para qué quiero un nombre? —añadió algo más serio retomando el paso—. Eres la única persona con la que he hablado más de dos frases seguidas. Nunca he tenido la necesidad de buscarme un nombre.

No le pareció apreciar tristeza alguna en sus palabras. De hecho, las pronunció con una ausencia total de emociones, como quien comenta la temperatura que hace o una obviedad demasiado evidente como para darle importancia.

¿Cuánto hacía que ese personaje vagaba por ese mundo? ¿Cuánto hacía que dedicaba su existencia a perseguir aquellas cosas?

—¿La única persona? —se extrañó Oz.

El Caminante no parecía un personaje demasiado sociable, pero, aun así, no hablar con nadie le resultaba extraño. Antes Annwn estaba repleto de sidhe. Sí, en las ciudades había más, por supuesto, pero se le hacía difícil pensar en atravesar las campiñas durante días y no cruzarse con nadie. Sin embargo, eso era exactamente lo que había sucedido. ¿Ya no quedaba nadie? Ese sentimiento le producía una mezcla de desazón, impotencia y rabia.

¿Por eso lo había dejado todo? ¿Por eso había abandonado a su hermano?

—He exagerado un poco —admitió el guerrero—, pero no demasiado. Cuando estuve en los Salones del Agua hablaba con gente, pero allí no necesitaba hablar demasiado. Los que viven allí están enamorados de su propia voz, solo necesitan que muevas la cabeza de vez en cuando. Tampoco es que yo tuviera mucho que decir, pero me resultaba muy… asfixiante. La única vez que mantuve una conversación de verdad fue con la Dama Roja y fue cuando le dije que quería irme. No se lo tomó muy bien.

—Pero te dejó ir.

—Pero me dejó ir —asintió—. Conseguí convencerla de que era mejor que me dejara salir a cazarlos en lugar de esperar a que nos atacaran. Al menos así me mantengo en forma y no tengo que lidiar con el tedio del lugar. Después de eso me encontré con la bruja. Y suelo ir en su busca cuando sufro alguna herida. No han sido muchas veces, la verdad. Ella también habla mucho. Siempre me llama niño —recordó con una sonrisa—. Me gusta, o… me gusta más que la gente de los Salones del Agua, pero es demasiado rara y… me agobio cuando llevo demasiado tiempo sin matar cosas, así que tampoco paso mucho tiempo con ella. De todas formas, todo el mundo habla demasiado y pocos quieren pararse a escuchar.

—Yo intento escuchar —se defendió Oz—. Llevo días intentando que hables tú y solo dices «no lo sé».

—Haces preguntas y yo respondo. Este no es mi sitio, yo solo sé lo que hay, lo que me he encontrado. Tengo talento para matar y mato. Me gusta hacerlo y lo hago bien. Me gusta sentirme útil. ¿Por qué diantres traería la Dama un guerrero si no es para matar cosas?

En realidad, la Dama Roja siempre había hecho ese tipo de cosas; recogía guerreros en el mundo de los mortales y los llevaba a Annwn a luchar y morir en sus batallas. Ellos se sentían halagados y ella no ponía en riesgo a sus hermanos. Sin embargo, eso había sido antes de que se cerraran las fronteras. Ahora ni mortales ni sidhe podían atravesar la barrera entre los mundos. Quizá por eso se había visto en la necesidad de recurrir a los caminantes. Aunque, por más que pensara en ello, era difícil pensar en alguien que fuera guerrero y caminante al mismo tiempo. Ese extraño debía ser el único que cumplía ambos requisitos.

—Entiendo que «matar cosas» es tu razón de vivir —murmuró con desdén—. Pues perdona que te diga que es una mierda de razón.

—Te repito lo que te he dicho antes: si no quieres que te acompañe, me voy. —El galo no parecía ofendido por sus palabras, pero sin duda debía estarlo—. No tenemos ninguna necesidad de soportarnos mutuamente.

—No quería decir eso —se defendió Oz. No, claro que no quería decir eso. Puede que el Caminante no lo necesitara, pero él sí lo necesitaba y eso era algo que el hombre de los tatuajes sabía muy bien—. Dime que los Salones del Agua están cerca —suplicó—, por favor.

—Ya, bueno…, respecto a eso… —El Caminante detuvo sus pasos, carraspeó un poco e inclinó la cabeza.

—¿Qué? —preguntó el sidhe comenzando a exasperarse—. ¿Qué es lo que pasa?

—Se ha hecho más grande.

El joven guerrero señaló la espiral oscura que nacía en su costado. Oz la observó también y tuvo que admitir que tenía razón. La siniestra marca había crecido y había comenzado a extender sus zarcillos en todas direcciones. Habían pasado días, quizá semanas desde que se hiciera la herida y no había vuelto a observarla, no le había dado importancia. Hacía mucho tiempo desde su último encuentro con esos seres, así que no le había molestado ni dolido, se había convertido en una parte de él. Algo así como los intrincados dibujos de su acompañante. Un tatuaje.

—Tienes que curarte eso —insistió el Caminante—. Si no lo haces, acabará contigo. Apuesto lo que quieras a que últimamente te has sentido triste, decaído, de mal humor… Y eso, a pesar de ser un sidhe sin emociones. Quizás no sepas identificar esos sentimientos, pero seguro que los has notado.

¿Tristeza? ¿Mal humor?

—Puede ser —aceptó Oz—, pero también es cierto que he vestido la piel durante más de trescientos años y esas cosas se pegan. Y también es cierto que pensaba que, tras siglos de búsqueda, por fin regresaba a casa y me lo he encontrado todo destruido. Estoy solo y mi mundo ha desaparecido. Quizá estar un poco melancólico esté justificado, ¿no crees?

—¿Ves? A ese sentimiento de «pobrecito yo» me refería —replicó el Caminante—. De cualquier forma, y antes de que te enfades y hagas más el imbécil, he decidido que era mejor llevarte con la bruja y arreglar eso antes de que sea demasiado tarde. No te preocupes —añadió al ver la expresión descompuesta en el rostro del sidhe—, después te llevaré a los Salones del Agua. Tampoco es como si tuvieras prisa, ¿no? Se supone que eres inmortal y nada ha cambiado en siglos.

—Y un mortal como tú sabe bien que nada ha cambiado —replicó exasperado ante la actitud del guerrero.

—Mal humor, lo que yo te decía —dijo chasqueando la lengua con un gesto condescendiente—. Pero alegra esa cara, hijo de Ys, allí está nuestro destino. La cabaña de la bruja de la espesura.

Oz dirigió la vista allí donde le señalaba el guerrero, y al principio le costó reconocer la oscura construcción que asomaba entre las copas de los árboles. Pero cuando lo hizo, abrió los ojos sorprendido al darse cuenta de que lo que el Caminante había llamado cabaña era una imponente construcción angular que se elevaba sobre el bosque como un ciprés negro. Y, a su alrededor, girando como un remolino de ruidosa oscuridad, revoloteaban cientos de cuervos.

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