Lander •Capítulo 7•

Cuatro días más tarde Lander no aguantaba más el encierro. No soportaba la inactividad, desde pequeño había jugado en equipos de fútbol, se pasaba las tardes entrenando o jugando partidos en una liguilla infantil. Siguió jugando en la adolescencia en competiciones por toda España, aunque de mayor le dio por el baloncesto. Hasta su marcha hacía dos años, el deporte había sido el eje central de su vida, por eso empezó a estudiar periodismo, para ser algún día periodista deportivo. A diferencia del resto de su familia, nunca tuvo un gran interés por la política. Pasó su infancia en la calle o entrenando o quedando para jugar un rato con los colegas, nunca fue de los que pasaban la tarde con la consola o el ordenador, y cuando lo hacía siempre era con compañía, con Ibar. Joder, con Ibar. Se conocían desde el colegio, entrenaban juntos, pasaban los ratos libres juntos, era de esos amigos con los que no necesitas quedar, ya sabes que uno de los dos irá a buscar al otro y lo que hicieran lo harían los dos juntos, y si tenía un problema, era Ibar el primero que se enteraría.

Los dos últimos años habían sido tan extraños que la falta de Ibar solo sumaba a la falta de tantas otras cosas; su casa, su madre, los colegas, la universidad, los entrenamientos, el equipo. Era en estos momentos de pasividad absoluta y forzada en los que caía en la cuenta, una y otra vez, de que Ibar estaba muerto, que podía recuperar todo lo demás, pero a Ibar no volvería a verlo. Aun dos años después de su muerte no eran pocas las veces que cuando le ocurría algo inusual su primer pensamiento era «verás cuando se lo cuente a Ibar».

Se mataba a hacer abdominales y flexiones por las mañanas, solo para cansarse, porque el tiempo se le hacía eterno. Evitaba las ventanas, evitaba hacer ruido cuando Ángel salía de casa, evitaba que se les escuchara hablar tarde por la noche, y con tanto silencio y tanto tiempo sin nada que hacer le daba por pensar, darle vueltas a todos los errores que llevaron a la muerte de su amigo. El mayor error de todos fue contárselo a su hermano, siempre lo supo. Normalmente no le hubiera contado algo tan personal, no se llevaban bien y se evitaban el uno al otro, y sabía cómo reaccionaría, ¡como si no lo conociera! ¿Quería que le hiciera daño? ¿Era eso? Nunca imaginó que Ibar acabaría muerto, desde luego eso jamás, puede que su hermano tampoco. Aquella noche llegó alardeando de la paliza que le había dado, no supieron que había muerto hasta el día siguiente. Pero siendo sinceros, sí quiso hacerle daño, quiso dejarle claro que se equivocaba. El que se equivocó fue él, sin duda. Era culpa suya que Ibar estuviera muerto, aunque nunca fuera su deseo, y después traicionó a su hermano, no era de extrañar que estuviera cabreado con él.

Y luego estaba Ángel. El niño pijo era una caja de sorpresas. Que se llevaran bien era sin duda desconcertante, no se le ocurría una persona más opuesta y alejada de su mundo. Representaba todo aquello que siempre había odiado o, más bien, que había creído odiar y a pesar de todo, no podía negarlo, le caía bien. Y, por si fuera poco, lo estaba protegiendo. Él mismo había delatado a su propio hermano y sin embargo Ángel no lo había traicionado a pesar de que apenas se conocían. Ni siquiera sus propios amigos se la habían jugado de esa forma por él. Aunque tenía la impresión de que Ángel no era realmente consciente del riesgo que corría por cubrirle las espaldas. Y una vez más, la carga de responsabilidad, porque sabía que se estaba aprovechando. Ángel ocultaba mal lo que sentía por Lander, sabía que ese era el motivo que nublaba su sentido común, lo decente era irse lo antes posible, antes de meterlo en un lío. Un par de días más, se decía. Ganas de irse no le faltaban, ganas de hacer algo, lo que fuera. Mientras tanto, entre las muchas horas que pasaban hablando, Lander se descubría deseando volver a follar con él. Joder, era estúpido negarlo. Aquella última vez, lo que le había hecho sentir, quería más de eso. No iba a decírselo, claro, y Ángel era un tío legal, así que pasaban las tardes charlando.

—Entonces, tu hermano ¿también es de ETA?

—ETA ya no existe, ¿no te has enterado? —le contestó Lander, no sin cierta carga de sarcasmo—. Hicieron un anuncio muy chulo por la tele y todo, lo cual es una putada para gente como mi hermano.

—¿Una putada? ¿Por qué?

—Eso es lo que nadie entiende. Cuando creces en un pueblo como el mío, en una familia como la mía, no es una opción ser abertzale, simplemente es lo que hay que ser, no te lo cuestionas. Tienes que pensar igual que todos, y si no lo haces más vale que te calles, porque no hay término medio: o eres independentista o te tachan de facha o de traidor, si no aplaudes todo lo que hacen entonces eres un cobarde de mierda, si no vas a una manifestación todos te miran mal y se preguntan por qué. No eliges, es lo que hacen todos, ni siquiera les importa si lo entiendes o no.

—Nunca lo había visto así, ¿o sea, que tú no eres nacionalista? —Lander se encogió de hombros—. Y tampoco eres comunista. ¿De qué partido eres?

—¿Es obligatorio elegir uno? No lo sé…, no sé si quiero elegir, porque si eres de unos o de otros parece que tienes que ser una persona diferente de quien eres. Yo solo quería jugar al fútbol.

—Y ese chico, tu amigo, ¿tenía algo que ver con la política?

—No. Nada de esto tiene que ver con política, y mucho menos con ETA. Solo fue una gilipollez que acabó mal.

—Lo que no entiendo es por qué lo proteges.

—No lo protejo, ya hice lo que tenía que hacer, el resto es cosa de la policía.

—Pero da la impresión de que no quieres que lo cojan.

—No es eso, es solo… que me jode, mi hermano tampoco tuvo muchas opciones. Desde pequeños nos educaron para luchar en una guerra, nos dijeron que mi abuelo era un héroe, y que teníamos que liberar al pueblo vasco de la opresión del Estado español. Nos enseñaron a odiar y a prepararnos para la lucha, mi hermano soñaba con ser gudari y convertirse en un héroe. Luego, las cosas empezaron a cambiar, y ya no había lucha. Para mí fue más fácil, porque la idea de tener que luchar nunca me gustó. Pero mi hermano…, él quiere la guerra que le prometieron, y está dispuesto a inventársela si hace falta. Es un capullo muy loco, y lo único que se le ha dado bien en la vida es darse de hostias con otros. En otro tiempo podría haber sido un héroe como mi abuelo, y ahora todos le dicen que hay que olvidarlo, dejar las armas y hacer las cosas de otra manera. La verdad, no creo que mi hermano sepa hacer las cosas de otra manera. Y en parte me jode, porque es lo que le enseñaron, todos esperaban que fuera así, y ahora esperan que se ponga a currar y lo olvide todo. ¿Y qué haces con todo ese odio?

 

Otras veces se enfrascaban en discusiones ridículas.

—Ese tío cobra un sueldo de dieciséis mil euros al mes por la cara…

—Lo dices como si no trabajara, tiene mucho trabajo, es una especie de megaembajador de España…

—Nadie lo ha elegido para hacerlo, solo tuvo que nacer…

—Se ha preparado toda su vida para ese trabajo, mucho más de lo que ha hecho nadie…

—La idea misma de que alguien tenga un puesto de trabajo y un cargo de privilegio social solo por un derecho de nacimiento es una idea completamente obsoleta, y totalmente opuesta a cualquier idea de igualdad…

—Vale, tienes razón. Pero… es divertido.

—¿Cómo que divertido?

—Pues eso, que haya reyes y reinas y princesas que se visten con trajes preciosos para galas de cuento, es… divertido. A mí me gusta.

Y Lander no podía evitar reírse.

—¿Qué clase de argumento es ese? ¿Estás de coña?

—No es un argumento, solo la constatación de que es algo que te alegra la vida, al menos a algunos, y eso no es malo.

—Que te divierta no justifica que le tengamos que pagar un sueldo desorbitado.

—¿Y qué pasa con los futbolistas? También les pagan sueldos desorbitados por jugar con un balón, es igual de absurdo.

—No es lo mismo, hay que ser excepcional para ganar mucho con el fútbol…

—Les pagan un pastón por vender perfumes y calzoncillos…, aunque he de confesar que yo también pagaría un pastón por ver a un futbolista en calzoncillos.

Lander se reía.

—Me rindo. No puedo discutir contigo.

Pasaban las horas hablando, Lander le insistía en que tenía que mantener su rutina y Ángel se esforzaba por seguir yendo a clase y al comedor social, aunque en realidad hubiera preferido pasar el día entero acompañando a Lander, tirados los dos en la cama, mirando al techo y hablando de una forma como nunca había hablado con nadie.

—Supongo que a ti te pasa algo parecido, todos asumen que eres de derechas porque tienes pasta, ¿no?

—Sí, supongo. Y si dices que eres socialista o algo así, les pareces un cínico. Cuando tienes pasta es de mal gusto tener conciencia social. Aunque seamos sinceros, mi familia es muy facha. —Y una vez más conseguía hacer reír a Lander—. Que yo sea socialista no les parece tan terrible; como de todas formas soy gay, es como que va con el personaje llevarles la contraria.

—Si te digo la verdad, nunca he entendido bien lo de ser facha, solo sé que es lo que no hay que ser, nunca me he atrevido a preguntarle a nadie de qué va, y eso que debo habérselo soltado a unos cuantos.

—Pues verás, para la gente como mi padre la política es solo un fastidio. Como ellos saben lo que hay que hacer, y tienen razón sin lugar a dudas, tener que perder el tiempo discutiéndolo en un parlamento, votando para aprobarlo y todo eso, es un engorro. Les parece mucho más práctico imponer su criterio y listo, asunto resuelto, en menos tiempo y con menos gastos, eso de votar es solo para tener contenta a la gentuza.

Lander se desternillaba de risa, porque Ángel tenía esa forma tan suya de decir las cosas.

—Bueno, algo de razón no les falta, los políticos se pasan la vida poniéndose la zancadilla los unos a los otros y nunca aprueban nada.

—Bueno, sí, pero es la misma actitud con la política que tiene un violador con una mujer. ¿Para qué perder el tiempo invitándola a cenar, llevándola al teatro, dándole conversación, comprando flores y bombones? Tenemos claro cuál es el objetivo, quieres tirarte a esa tía, lo más práctico es cogerla por la fuerza y follártela, objetivo cumplido y te has ahorrado un montón de tiempo y dinero.

—Vale, lo he pillado. —Y entonces quedaron los dos en silencio, como les pasaba a menudo sin que resultara incómodo—. ¿Y a ti, tengo que comprarte bombones para que follemos otra vez?

Ángel se incorporó en la cama y miró a Lander con los ojos muy abiertos y una sonrisa a punto de escapar.

—Pensaba que ya no querías.

Lander pasó suavemente sus dedos por el polo de Ángel.

—Bueno, eso que me hiciste la última vez estuvo muy bien.

Y la sonrisa de Ángel escapó al fin.

—A ver si al final va a resultar que eres facha y maricón. —Una vez más su risa, le encantaba tener el poder de hacerlo reír con tanta facilidad—. Vale —dijo casi arrastrando la voz—, pero esta vez quiero algo para mí. —Y el gesto de Lander se volvió serio e interrogante—. Quiero un beso.

—¿Es negociable?

—Espera.

Y Ángel se levantó, puso música con su teléfono y luego rebuscó entre sus cajones. No tardó en encontrar lo que buscaba, volvió a la cama junto a Lander y, sin decir nada, le tapó los ojos con un pañuelo morado que ató con fuerza. Ya a oscuras, le quitó la camiseta con cuidado y dejó que se tumbara sobre la cama. Enseguida se le erizó la piel, Ángel empezó a besar sus abdominales, le mordía suavemente la fila de vellos que subían desde su pelvis hasta el ombligo y tiraba de ellos ligeramente, al tiempo que la respiración de Lander se intensificaba. Fue besándole despacio todo el cuerpo, se detuvo a jugar con sus pezones, y luego con su cuello y el lóbulo de la oreja; para entonces, Lander estaba completamente empalmado. Y al fin los labios, primero solo un beso travieso en la esquina de su boca, luego rodeando sus labios con la punta de la lengua para finalmente juntar sus bocas en un beso cálido y delicado. Ángel, aún vestido, estaba tumbado encima de él y Lander le acariciaba el culo y lo apretaba contra su pelvis mientras sus respiraciones se fundían en un beso profundo.

Después del beso tan largamente deseado, Ángel se volvió loco, desnudó a Lander y empezó a lamerlo con avidez como había hecho la última vez, pero esta vez quería sentirlo dentro de él. Lander, completamente a oscuras, solo podía reaccionar a los diferentes estímulos que lo pillaban por sorpresa, la lengua de Ángel entrando y saliendo, luego su boca rodeando voraz su pene mientras sus dedos lo penetraban intensamente, era embriagador, y no dejaba de jadear con fuerza. Y de repente estaban follando, Ángel de cuclillas encima de él subiendo y bajando, los dos moviéndose, jadeando con ansia al ritmo de sus cuerpos, acelerando el movimiento, cada vez más profundo. Lander lo sujetaba con los brazos en tensión, moviéndolo a su ritmo, era alucinante sentirlo así, entrando tan profundo, embistiendo con ímpetu, en ese culo tan apretado. Lander gemía descontrolado, moviéndose completamente en tensión, hasta que los dos se fundieron una vez más en un grito de placer al correrse juntos.

Luego, se dejaron caer los dos sobre la cama, y quedaron tumbados boca arriba uno al lado del otro, jadeantes y sudados. Lander fue a quitarse el pañuelo de los ojos, y Ángel lo detuvo.

—No te lo quites aún —suplicó.

Lander se detuvo.

—Oye, no me importa.

Y fue bueno que no pudiera ver la cara de decepción de Ángel. No esperaba un «necesito verte», pero al menos un «quiero verte», o «deja que te vea», pero «no me importa» dolía un poco.

—Solo un rato más —le dijo. Tenía ganas de decirle que lo amaba, que lo amaría siempre, que estar allí a su lado era lo mejor que le había pasado en la vida. Y mientras Lander aguardaba a oscuras, Ángel pronunció las palabras en silencio, lo dijo también en inglés, I love you, como en las películas porque sonaba más bonito, solo con el movimiento de los labios, imaginando que lo decía en voz alta, y que él le respondía con una sonrisa tierna que confirmaba sus sentimientos. Pero Lander rompió el hechizo, se quitó la venda de los ojos, y se sentó en la cama a su lado.

—Joder, ha estado muy bien —le dijo, luego le regaló un piquito en los labios y se marchó, a ducharse, a limpiar los rastros de su amor, a dormir, a lo suyo. Ángel se quedó a solas en su cama una vez más disfrutando del olor a Lander entre sus sábanas.

 

No fue la única vez que acabaron desnudos sobre la cama, uno al lado del otro. Aunque la intimidad entre ellos crecía sobre todo en conversaciones cada vez más sinceras y abiertas, acompañadas de un buen vino, o, en ocasiones, de un porro compartido. Lander le hablaba de cómo en la ikastola le enseñaban que la guerra civil había sido una guerra de españoles contra el pueblo vasco, que España era el enemigo era una idea incuestionable.

—Tal y como lo cuentan te hacen creer que Euskadi fue una vez un país independiente y feliz y que los españoles lo destruyeron y nos lo quitaron. Te lo juro, de niño estaba convencido de que Euskadi tenía siete provincias. —Lander le dio una calada al porro antes de pasárselo a Ángel, dejando una vez más en primer plano el tatuaje con tres palabras en euskera que rodeaban sus bíceps.

—¿Qué dice el tatuaje?

Lander dejó escapar el humo del tabaco entre los dientes antes de murmurar:

—«Insumisión o muerte». —Ángel abrió los ojos y la boca en un gesto de incredulidad—. Me lo hice con catorce años —se justificó Lander—. Teníamos que ser unos machotes, todo el rato.

—¿Tu madre dejó que te hicieras un tatuaje con catorce años?

—Mi madre no se enteró. Es enfermera, pasa muchas horas fuera de casa trabajando, cuando tenía que quedarse de guardia mi hermano cuidaba de mí. El loco de mi hermano, con nueve años ya me llevaba a manifestaciones y yo gritaba «Gora ETA» como el que más, y si podía le tiraba cosas a los txacurras, aunque en realidad no me enteraba de una mierda. Pero me parecía hasta divertido que a todos les pareciera bien que fuéramos a romper farolas e incendiar papeleras, y fuéramos rebeldes…

—¿Y qué te hizo cambiar? Porque no parece que estés muy de acuerdo con todo eso…

—En parte porque se me daba bien jugar al fútbol, y me pasé años jugando en equipos, y viajábamos a otras ciudades para jugar partidos; cuando sales fuera todo se ve distinto. Era otro rollo, ahí la política no existía y daba igual de dónde venías. Luego, cuando escuchaba a mi hermano y sus amigos, no lo sé, había algo envenenado en su forma de hablar que no me gustaba. Pero fue en la universidad cuando lo pillé al fin, tío. —Lander se tomó un instante antes de su confesión—. Vale, esto no se lo he contado a nadie. Había una niña que me encantaba, y me metí en un grupo de teatro para conocerla, se me daba fatal, pero era divertido, el rollo de quedar a ensayar, y luego irse a tomar unas cañas y eso. Total, que un día estamos en un bar a lo nuestro y entran unos guardias civiles, y de pronto todo el mundo se calla y se queda todo en silencio hasta que salen. Nada, estuvieron solo un momento, pero alguien de mi grupo hizo una broma al respecto en cuanto se fueron, y todos empezaron a reírse. Y yo voy y suelto una de esas chorradas que estaba acostumbrado a oír, ¿sabes? «Habría que matarlos a todos», digo. Y de golpe todos dejan de reírse y se quedan muy callados, te lo juro, ni me miraban, y la niña esta, la que me gustaba, va y dice: «Mi padre es guardia civil». Y te lo juro, fue como si me hubieran dado una hostia, me quedé totalmente en blanco con cara de gilipollas. Y luego todos intentaron disimular y hablar de otra cosa, como si no hubiera pasado nada, pero ya no era lo mismo. Y lo entendí, te lo juro, yo no tenía nada en contra de esa niña, ni de su familia. ¿Quién era yo para sentirme mejor que ella? No volví más al grupo, ni volví a verla a ella, joder, me daba vergüenza.

—¿Y no se te ocurrió pedirle perdón? —Y Lander se quedó callado, confuso, como si aquella idea no formara parte de una realidad posible. Se creó un breve silencio, de reflexión tal vez, que Ángel rompió tras unos instantes—. En el salón de la casa de mis padres hay una foto en blanco y negro enmarcada de mis abuelos con Franco y su mujer.

—¡Hostia, no jodas!

—En serio. De hecho, en su despacho mi padre tiene una foto del rey Juan Carlos firmada. De pequeño solía mirar esas fotos a menudo, y me sentía muy orgulloso de pertenecer a una familia tan importante… Ahora, lo negaría incluso bajo tortura.

—Y a ti, ¿qué te llevó a traicionar a los tuyos?

—¿Tú qué crees? Soy el pequeño de seis hermanos en una familia profundamente católica y conservadora. Era mi destino. —Lander reía—. La verdad…, no lo sé, la hipocresía, creo. La actitud de que hay dos categorías de ciudadanos, los que tienen que esperar en fila a que les toque, y los que pueden saltarse la cola porque conocen a alguien o pueden pagarlo. Y ese empeño por defender algo que es indefendible solo porque a ti te vino bien… Podrían al menos admitirlo, ¿sabes? «Sí, fueron unos hijos de puta, pero mira, a mí me fue bien». Todo el mundo habla de libertad, pero creo que en este país todavía no sabemos lo que es ser libres. —Volvieron a fumar en silencio, tumbados, compartiendo el silencio—. ¡Qué dirían nuestros abuelos si nos vieran ahora!

Y Lander estalló en una carcajada a la que se sumó Ángel sin dejar de observarlo.

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