12
No bien salimos del Corner, ya quedamos para la semana siguiente, mismo sitio a la misma hora. El tramo común del paseo nocturno de madrugada lo recorrimos comentando las anécdotas más jugosas de la noche. Adrián me puso al día de canciones y chistes del repertorio de Libertonaje, quien resultaba que se llamaba Liberto, y reí con ganas, a pesar de que hubiera deseado haberlos presenciado con él. Qué importaba, cuando nos encontrábamos a las puertas de todo lo que estaba por venir. Y tenía que estar preparado.
—¿Vas a tener alguna tarde libre esta semana? —le pregunté, antes de despedirnos.
—La del martes, seguro. Y puede que la del jueves. ¿Por?
—Me gustaría que me ayudaras a modernizar un poco mi vestuario.
—Es muy buena idea. —Fue tan evidente el alivio que sintió al escuchar mi propuesta que reímos—. Quedemos el martes, por si acaso al final no pudiera el jueves. Pero ¿y la librería?
—Hablaré con la responsable. No creo que ponga ningún problema. Te digo algo.
—OK. Bueno, pues hablamos.
—Eso, ya te lo confirmo lo antes posible.
—Lo he pasado muy bien.
—Yo también.
—Verás. El martes te vamos a convertir en un rompecorazones.
—Solo hay un corazón que quisiera romper.
—Ten paciencia, habrá que hacer algo más que modernizar tu vestuario. Pero tranquilo, déjalo en mis manos. Me confirmas para el martes —insistió—. ¡Que descanses!
Me dio un abrazo y se fue. Quedé en silencio, contemplando cómo se alejaba. Antes de girar la esquina, se dio la vuelta y me vio. Iba a alzar la mano a modo de despedida, pero no me dio tiempo y desapareció de mi vista. À plus tard.
Tras una mañana de domingo extraviada entre el sueño y la resaca, después de comer contacté con Teresa para pedirle el favor de dejarme librar el martes por la tarde. Era la primera vez que hablábamos para pedirle algo.
—¡Por supuesto! Cuando he visto que eras tú quien me llamaba un domingo a estas horas, me he temido lo peor. Cuenta con ello, faltaría más.
Me había despertado al mediodía con malestar físico, y me sentí con remordimientos por haberme dejado llevar de esa manera. El final de la noche, con todo lo fantástica que había sido, me había dejado un regusto amargo que la llamada mitigó. Teresa me había confirmado, sin necesidad de decirlo, que estaban muy contentos conmigo, y eso me hizo recuperar la confianza que se había perdido en la zozobra de la resaca (un estreno etílico del que gustoso habría prescindido). La perspectiva de volver al día siguiente a la librería me hizo encontrarme mejor.
Dediqué un buen rato a enviar un mensaje a Adrián. Me ponía nervioso tener que estar corrigiendo cada palabra que escribía, pulsando las teclas más veces o menos de las necesarias. Al final, me limité a un «martes OK. Operación My fair lady» que envié esperando que entendiera la referencia. Al momento, contestó con un «jajaja. Perfecto, mon ami. Que se preparen para el nuevo Toni».
Y con el primer mensaje que recibiría, regresó la zozobra.
Tratando de canalizar el cúmulo de emociones, dediqué la tarde del domingo a informarme sobre lugares a los que podríamos hacer una escapada de una noche. La idea de estar los dos por ahí sabiendo que acabaríamos durmiendo juntos para después tener el día siguiente también para nosotros era demasiado buena como para no fantasear con ella. Eran tantas las posibilidades con las que podía soñar…
El resto del tiempo lo dediqué a grabar un casete con una selección musical en la que trabajé a conciencia, estableciendo un listado previo con el orden y las canciones escogidas. Era tan importante lo uno como lo otro, ya que quería que los temas mostrasen muchas intenciones. Unas, de manera velada: mi buen gusto musical, lo ecléctico de los estilos, lo interesante de las propuestas. ¿Por qué? Para que Adrián valorara lo que quería transmitirle de forma más evidente, esto es, lo que sentía, que él era el destinatario del mensaje de estas canciones que hablaban de amor y de entrega, de la fortuna de habernos encontrado y la urgencia de celebrarlo. No por nada sentía que era la historia de amor más bonita del mundo. ¿No lo son todas en algún momento? No había perspectiva de futuro que resultase más prometedora que aquel presente, pero faltaba un último paso para dar un empujón a lo que tenía que ser.
La cinta, además, sería la banda sonora de la carta que escribí entre esa misma tarde y el lunes en los tiempos muertos que tuve en la librería. El resultado fue una misiva cruda y sincera, desprovista de licencias poéticas que suavizasen el mensaje. Desnudé mis sentimientos sobre el papel, sin escuchar ninguna alarma que aconsejase control o prudencia. ¿De qué serviría esconder lo que sentía? Era demasiado fuerte como para callarlo, y si algo me preocupaba era que Adrián no fuese conocedor de lo que estaba pasando. ¡No me lo hubiese perdonado!
La tarde del martes fue espectacular. Comenzó en un fotomatón, ya que mi amigo quería hacerse una fotografía de carné para comenzar a enviar currículums. Le quemaba depender económicamente de sus padres por lo que pudiera pasar en el caso de que los destinaran de nuevo a otra ciudad. Aprovechamos para retratarnos juntos una tanda de tres en la que hicimos muecas que reflejaban muy bien nuestro estado de ánimo. Él se quedó una y yo otra. La tercera, al no saber qué hacer con ella, la enterramos entre la maleza de la parcela de jardín que rodeaba un edificio de oficinas. Así, acordamos, una parte de aquel nosotros estaría siempre presente en la ciudad.
Después, entramos en materia. Ya había cobrado mi primer sueldo y no tenía excesivos gastos. Por primera vez en mi vida tenía la sensación de poder comprarme lo que quisiera, partiendo de lo poco dado que era a tener aficiones más allá de la lectura, de la que iba a estar bien surtido durante una temporada. Había decidido dar una parte de la nómina a mis padres a modo de alquiler para colaborar con los gastos de la casa y para presionarme: comenzaba a rondar por mi cabeza la idea de volar. Hacerlo por mi cuenta era impensable, pero si apareciera la oportunidad, y ojalá fuese con quien me acompañaba, quería que me encontrara preparado.
Otro asunto bien distinto era ¿qué tipo de prendas quería? Todo me parecía extravagante, o no, incluso bonito, pero no para llevarlo puesto yo. Reímos mucho entre tiendas y probadores, y al final acabé comprando ropa con la que me iba a sentir disfrazado, pero tenía que reconocer que me quedaba bien.
—Me va a salir competencia en la disco —protestó, divertido.
—A propósito —dije. ¿A propósito de qué?—. Quiero darte una cosa.
Dejé las bolsas en el suelo y le entregué la carta y la cinta.
—¿Y esto? ¿Es un nuevo relato?
—De alguna manera. Y con música de acompañamiento —formulé con la voz grave, como si fuese un anuncio publicitario.
—Jolín, vas progresando por momentos. Genial, ya lo leeré. —Se lo guardó en la cartera.
—Ya me dirás qué te parece.
—Por supuesto. Sábado en el mismo sitio, misma hora, ¿no?
—Mismo sitio, misma hora, sí. Si lo lees estos días, ya me dirás algo.
—Cuenta con ello.
Pero pasarían los días y no me diría nada. Estuve tentado de escribirle para preguntar qué le había parecido, una sensación por la que ya había pasado. Pero en esta ocasión las cartas estaban sobre la mesa sin posibilidad de equívocos o dobles intenciones, no había escapatoria y la huida solo podía ser hacia delante. Había pasado todo este tiempo con el objetivo de llegar hasta aquí y ahora, a ese sábado 27 de noviembre que estaba por venir y que iba a agrandar ese dicho tan manido que evocaba, ahí era nada, el primer día del resto de nuestras vidas.
Solo podía aguardar en una lucha perdida de antemano contra la lentitud de las manillas del reloj, pero era algo para lo que no estaba preparado. Porque no esperaba encontrar un trabajo que fuese un placer, y lo encontré. Ni volver a ver a Adrián, y había regresado. Ni que mi amor pudiese ser correspondido, y resultó que podía serlo. Era como un cuento de hadas, dos príncipes superando las adversidades del espacio y del tiempo porque tenían que acabar comiendo perdices, no quedaba otra. Tradición obligaba.
Mas, ay, hasta ese momento, qué tranquilo había vivido como un pusilánime que no necesitaba entender el mundo ni definir su lugar en él. Pero Adrián había aparecido y me zarandeó para que despertara de golpe. Abandoné el cascarón dejando de no esperar, y esperé. Y dejé de no desear, y deseé. Y aquí era cuando se iba a romper el hechizo.
Hasta aquí la lectura gratuita de los primeros capítulos de la novela. Somos malos y sabemos que te has quedado con ganas de más, así que ya sabes… wink