La melodía del corazón •Capítulo 10•

10

Paris

 

Los transportistas dejaron las cajas de la estantería en el salón. Me ofrecieron el montaje por un incremento en el precio, pero lo rechacé educadamente. Le mandé un mensaje a Romeo para avisarle de que ya la tenía y me contestó que vendría directo en cuanto cerrase la librería. Lo esperé leyendo el libro que me había dejado. Me lo trajo ayer cuando lo terminó y, con la excusa de la visita, merendamos juntos café y helado y terminó convenciéndome para que tocase la canción que ya había terminado, la primera que podía decir que era completamente mía.

Era increíble que, tras meses bloqueado, de repente apareciera la inspiración como fuegos artificiales y consiguiera terminar una composición en dos días. Ojalá pudiese mantener un equilibrio más sano, aunque con ello me perdiese la euforia de esos momentos en los que la creación sale del alma como una explosión, porque todos los demás momentos en los que la inspiración está tan agarrotada como mis dedos y mis emociones son muy dolorosos.

Esa tarde descansé del piano, así que solo estaba ocupado con la lectura, pero no podía concentrarme del todo. Romeo me ayudaba con la mejor intención; sin embargo, me molestaba depender tanto de él por la parte que me tocaba. Sí, era muy torpe, pero podría montar una estantería solo, o ir empezando mientras él llegaba.

Al menos podía desembalarla y mirar las instrucciones; si entendía algo, podría intentarlo, porque cuando me trajo el libro también aprovechó para dejar en mi casa su caja de herramientas.

Abrí las cajas, saqué las baldas de madera blanca, las bolsas con los tornillos y extendí los planos en la mesita frente al sofá, con las herramientas al lado. Parecía que estaba muy bien explicado, con los pasos numerados y con dibujos explicativos en cada uno de ellos; no podía ser tan difícil. Empecé a colocar las piezas en el suelo siguiendo los pasos y a seleccionar los tornillos que necesitaría y el destornillador plano. Me las arreglé bastante bien sujetando las piezas para encajarlas y unirlas. Romeo se llevaría una sorpresa cuando viera que lo había hecho solo, y seguro que también una alegría ¿A quién le apetecería ponerse a montar un mueble después de estar todo el día trabajando?

Terminé sudando, pero muy contento conmigo mismo, y contemplé mi obra de arte, que estaba tirada en el suelo. Suspiré, solo faltaba levantarla y pegarla a la pared. Miré el reloj, Romeo estaría a punto de llegar, podría ayudarme a colocar los libros y, para celebrar mi hazaña, le invitaría a una pizza: una de sus comidas favoritas, pizza de cualquier tipo.

Me costó un poco apañarme con la estantería, no era pequeña precisamente, pero conseguí cogerla para levantarla. Cuando la estaba incorporando pisé el destornillador, me resbalé, se me soltó la librería de una mano e intenté detener su caída sujetándola con la otra, rápido y por instinto, sin pensar en las consecuencias. No la cogí a tiempo para evitar el golpe y cayó sobre mi mano, aplastándola contra el suelo, provocándome un latigazo de dolor muy intenso.

Mientras estaba subiendo las escaleras escuché un ruido muy fuerte de algo pesado cayendo, seguido de un grito de dolor. Un presentimiento me recorrió como un escalofrío y corrí escaleras arriba, saltando los escalones de tres en tres, hasta llegar a nuestro piso. Escuché a Paris a través de la puerta, estaba llorando. Le grité que me abriese, pero no contestaba; empujé la puerta, desesperado, y la abrí a la fuerza entre golpes y patadas, destrozando la cerradura.

Encontré a Paris en el salón, tirado en el suelo al lado de la estantería montada, sujetándose una mano contra el pecho, llorando desconsoladamente. Salvé la distancia que nos separaba y me arrodillé a su lado, intentando calmarlo, intentando que me dijese qué había pasado, pero solo lloraba con los ojos cerrados. Le cogí el brazo para mirarle la mano herida, que estaba hinchada y roja por el golpe. Mis propias manos temblaron; para un pianista sus manos lo eran todo, joder. Lo abracé para intentar calmarlo, acunándolo contra mi pecho, y conseguí que me mirase. En sus ojos inundados había mucho miedo y dolor.

Un vecino se asomó a la puerta rota, gritó que iba a llamar a la policía, con el jaleo se pensaría que alguien estaba robando, y le grité que llamase a una ambulancia. Entró hasta encontrarnos en el salón. Nos ofreció llevarnos al hospital, no lo conocía, pero acepté desesperado y levanté a Paris del suelo, pasando su brazo sano por mis hombros y sujetándolo por la cintura. Estaba muy conmocionado por el accidente y le costaba reaccionar.

Nuestro vecino nos dejó frente a la puerta del hospital, en urgencias, y en cuanto vieron en qué estado se encontraba Paris lo sentaron en una silla de ruedas y se lo llevaron dentro sin permitirme acompañarlo.

Salí del edificio y me desplomé sobre uno de los bancos que había en la entrada, apoyé los codos en las rodillas y la frente en las manos, que todavía me temblaban. Yo también me había llevado un susto terrible, tuve que asimilarlo despacio. No había que ser un genio para saber lo que había pasado: Paris no me había esperado para montar la librería y se le había caído encima cuando intentaba levantarla para colocarla.

¿Por qué no me había esperado? Se lo había prometido, iba a ayudarlo, quería hacerlo, así después tendría que invitarme a cenar y pasaríamos más tiempo juntos.

¿Por qué no me había esperado? ¿Lo estaba agobiando? ¿Se estaba cansando de mí? ¿Por eso había preferido hacerlo solo? No lo entendía.

Pero lo único que importaba en ese momento era que estuviera bien, que no fuera nada grave, que se recuperase pronto. Ya había empezado a componer de nuevo; si no podía tocar en mucho tiempo, lo pasaría muy mal.

Intenté preguntar por él en la recepción, pero no podían darme información si no era pariente suyo. No podría llamar a sus padres ni aunque tuviera su teléfono, estaba seguro de que era lo último que Paris necesitaba para recuperarse. Esperé fuera a que saliera. Solo se había hecho daño en una mano, no lo ingresarían, como mucho la tendría rota.

Suspiré, agobiado. «Por favor, que no la tenga rota —pensé, una y otra vez—, que solo sea un golpe sin importancia».

Estaba anocheciendo cuando Paris salió por la puerta por su propio pie y con la mirada perdida. Me incorporé de un salto y corrí a su lado, solo entonces se percató de mi presencia, y yo vi su mano derecha inmovilizada y cubierta colgando sobre su pecho. Sus ojos se humedecieron de nuevo al verme y lo abracé con cuidado, apoyando su mejilla en mi hombro, recorriendo su espalda con una mano e intentando transmitirle algo de consuelo.

Con un asfixiante silencio entre nosotros paré un taxi y regresamos a casa. Apartó su puerta destrozada sin importarle lo más mínimo y lo seguí al interior. No quería dejarlo solo. Se quedó petrificado ante la estantería y de repente le dio una patada, y luego otra, hasta que lo detuve para que no se hiciese más daño. Me apartó con un violento empujón. Estaba descargando todo su miedo y su dolor en forma de rabia.

—Paris, por favor, cálmate, dime que no es nada grave —supliqué.

—No lo es —contestó con la voz ronca—, me recuperaré bien, pero tendré que llevar esta mierda durante cuatro semanas.

—Entonces está bien, no te preocupes, tienes que descansar.

—¡No, no está bien! —gritó—. ¡Soy un inútil!

—No lo eres.

Intenté acercarme, pero se apartó de mí, retrocediendo, evitando mi mirada. Recluido en su dolor y en su odio hacia sí mismo.

—Paris, por favor, déjame ayudarte. Ven a mi casa, mañana te encontrarás mejor.

—Vete, Romeo —contestó, dándome la espalda.

—Paris…

—¡Quiero estar solo! ¡Déjame en paz, joder!

Lo contemplé durante unos segundos, su espalda tensa, el temblor que precedía al llanto. Quería acercarme y abrazarlo, llevarlo a mi casa para cuidarlo, pero él no me quería cerca, necesitaba estar solo, aunque eso le fuera a causar más daño. Me marché, forzando cada paso hasta mi casa, y me metí directamente en la cama. Tenía el estómago cerrado y estaba agotado, aunque no pude dormir porque no podía dejar de pensar en Paris, en si le dolía, en qué estaría haciendo, si estaría descansando, si él podría dormir.

Me arrepentí de gritar a Romeo en cuanto lo escuché alejarse, pero necesitaba estar solo, que dejase de mirarme con tanta compasión, con tanta ternura. Porque me sentía como un idiota, un inútil, un fracasado. Ahora que empezaba a levantar cabeza me boicoteaba a mí mismo y me destrozaba la mano, tendría que estar un mes sin tocar el piano. Si lo hubiera esperado, joder, con él no habría pasado nada malo. Pero quería hacerlo solo, ser independiente, valerme por mí mismo, y al final había terminado peor y seguía necesitándolo incluso más que antes. ¿Por qué, desde que lo había conocido, Romeo se había convertido en el centro de mi mundo? Yo no quería necesitar a nadie.

Miré mi mano cubierta con una férula; no había sido nada grave, aunque sí doloroso, y no dejaba de preguntarme cómo iba a hacer cualquier cosa sin usar la mano derecha. Me sentía la persona más patética del mundo. Me tumbé en la cama y miré el techo en penumbra, el efecto de la pastilla que aliviaba la contusión se desvaneció a lo largo de las horas y un latido de dolor despertó en mi mano. Hasta el amanecer no podría tomarme otra pastilla. Pasé toda la noche despierto, enredado en mis pensamientos.

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