7
—¡Intenté avisarte de que había vuelto! —rio, respondiendo a mi pregunta—. Fui hasta donde vivías, y por un vecino descubrí que os habíais mudado. Fue muy frustrante. ¡Podrías haber avisado!
Estábamos sentados en la terraza de un bar, aprovechando los últimos estertores de calor que todavía permitían hacerlo. Había llamado a casa para decir que llegaría más tarde, que iba a tomar algo. No quise decirles con quién. No tenía tiempo para dar tantas explicaciones. Quería que mi amigo me lo contase todo. Cómo habían sido para él estos ocho años separados.
—Si hubiera sabido que ibas a volver, claro que te hubiera dicho algo. ¿Cuándo habéis llegado?
—Hace unos meses. Cuatro, en concreto. En verano. —Quedó pensativo, haciendo memoria—. Sí, a principios de verano.
Algo me llamaba la atención de su manera de hablar, pero no conseguía saber qué era. Adrián dio un sorbo a su café, agachando la cabeza. Al posar sus labios en la taza, alzó la mirada, clavándola en mí. Dejó la taza de nuevo sobre el plato.
—Me he acordado mucho de ti. Sigues siendo el mejor amigo que he tenido, lo que es un poco patético, ¿no? Los franceses son lo peor.
—No me parece patético. Al contrario.
Apoyó el codo sobre el respaldo de la silla y puso la mano en su barbilla, mirándome como si me estuviera estudiando.
—Es increíble que estemos aquí, hablando tan tranquilos, como si no hubiese pasado todo este tiempo. ¿Qué hacías en esa librería?
Le expliqué la concatenación de circunstancias que me habían llevado a trabajar allí. Me sentí incómodo. No tenía ningún interés en hablar sobre mí, demasiado bien sabía mi historia.
—¿Habéis regresado para quedaros o…? —No quería plantear otra opción.
—¡Sí! ¡O no, no lo sé! Con el trabajo de mi padre, nunca se puede estar seguro. Pero si vuelven a trasladarlo, a mí ya me han visto bastante. De aquí no me muevo. Te repito que otro día te tengo que hablar de los franceses. Bufff.
Negó con la cabeza y volvió a dar otro sorbo a su café, que ya había dejado de humear. Estaba anocheciendo, y ahora sí que comenzaba a refrescar. Abrió su cartera y sacó de ella dos cosas que me descolocaron: un paquete de tabaco y un gorro de tela que ajustó en su cabeza, dejando a la vista solamente el flequillo que cubría su frente.
Del interior del paquete extrajo un mechero y un cigarrillo, que encendió con indolencia. Tras dar una bocanada, miró hacia el cielo y soltó el humo, un vaho oscuro que abandonó su boca con delicadeza. No me gustaba el tabaco, pero tampoco me molestaba que fumaran a mi lado. Lo que me dejó desconcertado era que fuese Adrián el que fumara. En uno de nuestros últimos encuentros, habíamos intercambiado cromos. Cada instante era una nueva pieza que recolocar en el rompecabezas de en quién se había convertido.
Me tendió el paquete a modo de ofrecimiento, y negué con la cabeza.
—Por si acaso —continuó—, me ha faltado tiempo para matricularme en la uni. Paso de seguir yendo a remolque de sus movidas. Total, no me entienden. Les trae sin cuidado lo que haga. Prefieren cerrar los ojos antes que aceptar lo que hay.
Esperé a que se explicara, pero no lo hizo, y no supe cómo retomar el tema.
—¿En qué te has matriculado?
—Filosofía. Quiero destacar en lo que haga, aunque va a ser difícil explicar esto. —Señaló a su alrededor, y no me quedó claro qué había querido decir, si es que se refería a algo en concreto. Y si ese algo me incluía a mí.
Recordamos viejos tiempos y reímos emocionados ante ciertas memorias imposibles de extraer de la inocencia de su contexto. Por lo demás, conversamos sobre muchos temas, desde estrenos recientes hasta grupos de música, pero nos centramos principalmente en los libros que más nos habían marcado en el transcurso de estos años. Confirmé con alivio que la lectura seguía siendo un pilar fundamental para él, y cada referencia que uno sacaba a colación, el otro la relacionaba con nuevos nombres que engrosaban una lista deliciosa de lecturas infinitas.
—Que trabajes en una librería supera todas las expectativas —comentó.
—Cuando quieras, ya sabes dónde estoy.
—Descuida, que ya te adelanto que puedes contar con ello. Lo vamos a pasar muy bien. ¿Tú también tienes la sensación de que parece que no ha pasado el tiempo para nosotros?
—¿Qué? Sí, sí, exacto. —Una nueva pieza de un puzle del que no conseguía intuir la imagen final.
—No te puedes ni imaginar cómo necesitaba hablar así con alguien. Toni, te he echado mucho de menos.
En aquel momento, cuando reparé en que lo que me había llamado la atención era el deje afrancesado que acompañaba a alguna de sus palabras, constaté una evidencia, a la que no daría más vueltas de las necesarias. Lo podía haber llamado de muchas maneras durante todo este tiempo, o lo podría haber confundido bajo otras tantas formas. No importaba. Aunque no podía basarme en precedentes, la realidad era que nunca había dejado de estar enamorado de él, incluso cuando no sabía lo que era el amor.
Al despedirnos, me armé de valor y posé su mano sobre mi pecho, mimetizando su anterior despedida. Adrián sonrió, no tanto incómodo como confundido. Me dio la impresión de que no había entendido la referencia.