La melodía del corazón •Capítulo 11•

11

Romeo

 

Estaba recorriendo la estantería de «ficción» con los ojos, pasando el dedo sobre los lomos de los libros ordenados por el apellido del autor, buscando uno que me había pedido un cliente por teléfono y que se pasaría a recoger por la tarde. Suspiré profundamente por cuarta vez, me restregué la otra mano por los ojos y volví a empezar desde el principio de la letra C. No conseguía concentrarme. Lo único en lo que podía pensar era en Paris. Mi mente gritaba su nombre sin cesar. Paris, Paris, Paris, Paris. ¿Estará bien? ¿Le dolerá? ¿Habrá descansado? ¿Se apañará bien solo? Por la mañana, al salir de casa para venir a la librería, no me había atrevido a molestarlo. Había estado tan afectado y dolido que me costaba controlarme, me debatía entre respetarlo y entrometerme. No creía que de verdad quisiera estar solo ni que lo necesitara, pero ¿de verdad lo conocía tan bien como para estar seguro? Dejé caer la cabeza y apoyé la frente en la estantería.

Una mano pequeña se apoyó en mi espalda, acariciándome entre los omoplatos. Luego se ocupó de mis hombros tensos con un rápido masaje.

—Romeo, estás destrozado, no has dormido y la preocupación te está volviendo loco, vete a verlo y ayúdalo en lo que necesite —dijo Lucía.

—No me necesita.

—Está solo y con una mano inmovilizada que seguramente le duele, claro que te necesita.

Me encogí ante sus palabras, no me estaban ayudando.

—No me quiere a su lado y no quiero molestarlo.

—Eso es mentira y lo sabes. Vete y no vuelvas hoy.

Me di la vuelta y le di un abrazo y un beso en la mejilla. Era justo el empujón que necesitaba para hacer lo que quería desesperadamente.

—Gracias, eres la mejor.

—Lo sé, dale recuerdos de mi parte.

Asentí. Recogí mis cosas del despacho y me marché casi corriendo por las prisas que tenía, las ganas de verlo y de cerciorarme de que se encontraba bien. No tenía a nadie más, así que iba a tener que aguantarme le gustase o no. Todos necesitábamos ayuda cuando estábamos enfermos o sufríamos cualquier tipo de daño, físico o emocional, y tener a alguien que te cuidase transmitía tranquilidad y seguridad. Como cuando coges un resfriado; no es lo mismo que alguien se preocupe de ponerte el termómetro y hacerte sopa que tener que levantarte para hacerlo tú mismo pese al malestar de la fiebre calando hasta los huesos.

La soledad elegida podía ser agradable y confortable, pero la soledad impuesta era cruel y dolorosa. Y siempre había momentos en los que necesitábamos a otra persona.

Todos necesitábamos a alguien.

Yo quería ser ese alguien para él.

 

Me sorprendió mucho encontrármelo en las escaleras del portal; mientras yo subía, él bajaba. Llevaba el pelo mojado y enredado y sus ojos estaban enrojecidos por haber llorado. Se me partió el corazón, parecía tan frágil. No tenía que haberlo dejado solo por mucho que gritase.

Únicamente cuando estuvo a punto de chocar conmigo se dio cuenta de mi presencia y alzó su mirada, también sorprendida.

—¿Adónde vas?

—¿No estás trabajando?

—Ya ves que no —contesté como un idiota—. ¿Estás bien?

—Sí, claro. —Se encogió de hombros, pero no consiguió que lo creyera—. Voy a la peluquería —añadió de forma despreocupada y sombría.

Miré su melena empapada, el dorado oscurecido por el agua, los mechones enredados en nudos. De repente sentí un arrebato que no pude controlar, me interpuse en su camino, cortándole el paso. No podía cortarse el pelo, adoraba su pelo, era precioso.

—¿Por qué?

—Déjame pasar, Romeo. —Parecía exasperado y agotado, en el fondo había un tono de súplica.

—Dime por qué.

Subí un escalón para acercarme y acorralarlo. No podía permitirlo si no me daba una buena razón que no fuese hacerlo por un arrebato por su trauma: el dolor no era solo físico, estaba seguro de que también sufría por no poder tocar hasta dentro de un mes. Dijo que se sentía inútil y no quería imaginar todo lo que se habría callado, lo que lo habría estado torturando toda la noche.

—Deja de meterte en mi vida, ¡si quiero cortarme el pelo, lo haré!

Tal vez me habría apartado por el golpe de sus palabras si su labio inferior no hubiera temblado, si sus ojos me hubieran mantenido la mirada, si me hubiera empujado con decisión. Subí los escalones que nos separaban y lo abracé con rapidez, lo apreté con fuerza un instante y lo solté.

—Vamos a casa un momento, por favor.

No contestó. Lo cogí por la muñeca sana y lo llevé hacia arriba, me siguió sin protestar. Entré en mi casa en vez de en la suya, para evitar la estantería que seguramente seguiría tirada en medio del salón. Lo llevé hasta el sofá y lo senté. Se quedó cabizbajo, con la espalda encorvada y los hombros caídos. En vez de sentarme a su lado me arrodillé en el suelo, entre sus piernas, y le aparté el pelo de la cara para mirarlo.

—Por favor, cuéntame por qué quieres cortar tu preciosa melena; y si me das una buena razón, yo mismo te llevaré a la peluquería.

—No puedo peinarme bien con la mano izquierda —susurró muy muy bajito—, ni lavármelo, ni nada.

—Eso no es un problema, puedo hacerlo yo —dije sin pensar.

Me levanté y fui al baño, cogí el peine y regresé corriendo por miedo a que Paris se levantara y se fuera, pero seguía sentado en su sitio. Me senté a su espalda, con las piernas a cada lado, pegadas a las suyas. Le eché el pelo hacia atrás con los dedos y empecé a desenredar los nudos desde las puntas con mucho cuidado. Su espalda tembló por un escalofrío.

—Tranquilo, avísame si te hago daño.

No contestó, pero tampoco se movió, y dejó que lo peinara.

Me costaba respirar. Las piernas de Romeo me rodeaban, el calor de su cuerpo abrasaba mi espalda y mis muslos. Me encogí, haciéndome pequeñito ante sus atenciones. No me las merecía. Las acepté porque estaba estupefacto. Sus dedos sujetaban mechones de mi pelo mientras pasaba el peine por ellos hasta deshacer todos los nudos que yo mismo me había hecho por pura frustración, el mismo motivo por el que había querido cortarlo; pensaba que era la única solución. Jamás imaginé que había otra, y aunque lo hubiera hecho no habría podido pedírselo, pero él se había ofrecido y había actuado tan rápido que no pude detenerlo, ni pensar. Como el abrazo que me había dado en las escaleras, rápido y determinante. Sincero, cálido, como era él.

Su ternura y su entrega tan desinteresada ponían mi mundo del revés, no había conocido a otra persona como él. Le había gritado, dos veces, y él me estaba peinando, como mi madre no hacía desde que era pequeño, como Kata no había hecho nunca. Ni yo a ella.

Cuando terminó con las puntas y fue subiendo el cepillo, eché la cabeza hacia atrás para facilitarle la tarea. Siguió con ello despacio, con cuidado para no hacerme daño, y me olvidé del dolor durante esos instantes.

Llegó un punto en que el peine ya no encontraba obstáculos, se deslizaba con suavidad, y en mi espalda también se había suavizado la tensión, relajándome tanto que acabé apoyado totalmente en su pecho. Por último, me agitó la melena con los dedos para que cayese suelta y terminase de secarse. Dejó caer las manos a los lados y apoyó la barbilla sobre mi hombro, hablándome al oído.

—¿Ves? No ha sido tan difícil.

—No puedes hacer esto todos los días.

—Claro que puedo, si me dejas ayudarte.

—No quiero molestarte más.

—Nunca me has molestado. No te ofrecería mi ayuda si no quisiera hacerlo de verdad.

—Siempre soy una carga. —Me lamenté en voz alta antes de poder morderme la lengua.

—Escúchame bien, Paris. —Me cogió por la barbilla con una mano para girarme la cara con suavidad y obligarme a mirarlo—. Hoy es por ti, mañana será por mí, así funciona la amistad, no es una carga, se trata de arrimar el hombro, de preocuparse, de ayudar, de estar ahí, para lo bueno y para lo malo. El otro día nos emborrachamos y bailamos y hoy te peino porque tú no puedes, así funciona.

—Eres muy intenso —balbuceé ridículamente.

Romeo se rio y su aliento me hizo cosquillas en la mejilla.

—Tal vez no sea el mejor novio del mundo, pero como amigo lo doy todo, los amigos son la familia.

—¿Y cómo vamos a hacerlo? —pregunté, rindiéndome a él, apartando mi estúpido y maltrecho orgullo hacia algún lugar hondo y oscuro.

—Tengo una idea, pero no te asustes, ¿vale?

—Vale.

—Múdate a mi casa hasta que se te cure la mano. Si vivimos juntos, podré ayudarte mucho mejor, será más fácil.

Paris me miró con los ojos desorbitados. La idea se me había ocurrido sobre la marcha, pero en cuanto lo dije en voz alta supe que era lo correcto, estaba seguro, era la solución más sencilla para ambos. Y solo tenía un poquito que ver con que quisiera protegerlo, vigilarlo y envolverlo entre algodones para que dejara de sufrir tanto. Parecía tan angelical que era natural que despertase en mí un instinto tan protector, y no pensaba ahondar en ello, solo me dejé llevar.

Puede, incluso, que me recordase un poco a mí mismo; yo tuve a mi prima para cuidarme cuando más lo necesitaba, él no tenía a nadie. Me tendría a mí.

—¿Estás seguro?

—Totalmente.

Paris tragó saliva con fuerza y en sus ojos noté el instante exacto en que tomó la decisión.

—Vale, pero si en algún momento te molesto o te arrepientes, me lo tienes que decir y me iré. Promételo.

—Te lo prometo, tranquilo. Te aseguro que no soporto a nadie que no me guste tener cerca.

Lo empujé por la cintura para levantarlo y poder levantarme yo también. De repente estaba ansioso y tenía mucha prisa y su cercanía me quemaba. Fuimos a su casa y lo ayudé a hacer la maleta con lo indispensable, el pobre era muy torpe con la mano izquierda. En un par de momentos tuve que morderme el labio para no reírme de él y no ofenderlo, pero es que era muy gracioso de una forma tierna e inconsciente.

—¿Has avisado de la puerta al casero? No podemos dejarla así.

—Sí, vienen esta tarde a hacerse cargo, me llamarán antes de llegar.

Le llevé la maleta hasta mi habitación y de repente me detuve con el ceño fruncido y Paris apareció a mi lado. Mierda, no había pensado en esto con las prisas y la emoción.

—¿Tienes sofá cama? —preguntó.

—No.

Nos quedamos en un silencio incómodo mirando la única cama de mi casa.

—Pero tengo una cama de dos por dos en la que podemos hacer la croqueta sin tocarnos —contesté, animado, para quitarle importancia. Para mí no la tenía, pero no estaba seguro de si él se sentiría cómodo durmiendo conmigo. Si se marchaba me sentiría dolido.

—Puedo dormir en el sofá, también es grande y cómodo, no quiero moles…

—Ni se te ocurra volver a decirlo —le corté.

Lo mejor sería encarar la situación con honestidad, para bien o para mal.

—No voy a dejarte dormir en el sofá durante un mes, así que decide: o te quedas conmigo o vuelves a tu casa y nos apañamos de otra forma —dije con rapidez—. ¿Te molestaría dormir a mi lado?

—No —contestó con sinceridad—. Pero no quiero trastocar toda tu vida durante un mes, no podrás traer a otros chicos a dormir.

—Paris… —dije, soltando una risita—. Primero: puedo estar un mes sin follar. Segundo: puedo follar en otros sitios y en otras casas. No te preocupes por eso.

—Vale —contestó un poco ruborizado.

—¿Eso significa que te quedas?

Se aclaró la garganta y me miró a los ojos.

—Sí, la cama parece grande para los dos.

—He metido a tíos más grandes que tú en ella y ninguno se ha quejado.

Paris apartó la mirada otra vez, conteniendo una tímida sonrisa, y arrastró la maleta para abrirla en el suelo. Apreté los labios para no reírme y lo ayudé a instalarse, metiendo su ropa en el armario, en los cajones, y ocupando también las baldas del baño. Me reprendí a mí mismo por sentirme un poco contento con la situación; preferiría que él estuviera bien, por supuesto, no había ni la más mínima duda sobre eso, pero… iba a gustarme mucho tenerlo en casa, despertarme a su lado… Mierda, estaba jodido, iba a ser una deliciosa tortura.

Hasta aquí la lectura gratuita de los primeros capítulos de la novela. Somos malos y sabemos que te has quedado con ganas de más, así que ya sabes… wink

¿Papel o ebook? Tú eliges

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Los datos de carácter personal que proporciones rellenando este formulario serán tratados por Ediciones el Antro como responsable de esta web, cuya titularidad corresponde a Elena Naranjo González, con NIF 74927972K. La finalidad de la recogida y tratamiento de estos datos es que puedas dejar comentarios en nuestros productos y entradas y, si lo selecionas, el envío de emails con novedades, primeros capítulos, promociones... Estos datos estarán almacenados en los servidores de OVH HISPANO, S.L., situados en la Unión Europea (política de privacidad de OVH). No se comunicarán los datos a terceros. Puedes ejercer tus derechos de acceso, rectificación, limitación y supresión enviando un correo electrónico a info@edicioneselantro.com, así como tu derecho a presentar una reclamación ante una autoridad de control. Puedes consultar la información completa y detallada sobre protección de datos en nuestro AVISO LEGAL Y POLÍTICA DE PRIVACIDAD.