Víctor y Ramiro •Capítulo 2•

La noche con Ramiro, tras la fiesta de Tony y Al, no acabó como Víctor había imaginado. Por alguna razón que seguía martirizándolo acabaron discutiendo aquella noche. Seguramente fue por algo que dijo Víctor, o su forma de decirlo… Sí, algo en tono sarcástico del tipo: «Desde luego sabes cómo seducir a un hombre mayor», aunque no lo recordaba bien porque había bebido demasiado, y toda aquella noche estaba resultando demasiado surrealista y lo tenía aturdido. Ramiro, que había empezado a ponerse cómodo —se había quitado la chaqueta y los zapatos, y parecía tener prisa por desnudarse…—, se detuvo de golpe y le clavó la mirada.

—No te fías de mí. —No fue una pregunta, fue una declaración que arrastraba cierto rencor que Víctor no había calculado—. Piensas que los estoy estafando, que me aprovecho de su generosidad, ¿verdad?

—Oye, yo no…

—¿Crees que no me di cuenta de tus paseítos por el estudio para espiarme y de tus, no tan disimuladas, indagaciones sobre lo que hago o dejo de hacer? —Víctor quiso corregirse, o disuadirlo, pero él ya estaba embalado—. No me pagan por todo el trabajo que hago para ellos, ¿te enteras? Si me pagaran por las horas que trabajo en su estudio, seguramente ya habría podido mudarme por mi cuenta… Me explotan, ¿sabes? Y lo digo sin mal rollo, porque me caen bien, y estoy muy agradecido por lo que han hecho por mí, pero no por las cosas que me pagan precisamente, por otro rollo que seguramente no entenderías…, pero no te equivoques, la habitación y el plato de comida te aseguro que me los he ganado con creces…

Víctor no insistió, se echó un poco hacia atrás y lo dejó hablar. Ramiro tenía mucho que decir, no solo sobre lo que pudiera pensar Víctor, sino todo el mundo que lo juzgaba erróneamente porque era el joven, era el macarra, el marginado, y era posible que no fuese la primera vez que se defendía de los prejuicios de otros.

Una cosa sí le quedó clara por su actitud: Ramiro no sabía nada del testamento.

La noche acabó sin sexo, con Ramiro marchándose irritado y medio borracho, tambaleándose escaleras abajo. Por la mañana Víctor se alegró de que no hubiese llegado a más. Pasados el subidón del alcohol y la excitación, se daba cuenta de que hubiera sido un gravísimo error. Al llamó por la mañana y estuvieron hablando durante más de una hora, en parte de trabajo, pero sobre todo comentaron la fiesta, el desfile y compartieron anécdotas de los invitados. Alfred y Tony no solo eran sus clientes, eran buenos amigos, y si Ramiro era importante para ellos, era mejor no complicar las cosas por un calentón.

 

 

Pasaron meses y consiguió casi olvidarse de Ramiro… Casi, pues el recuerdo de la escena de sexo en la trastienda del local se convirtió en la fantasía habitual de sus noches de autosatisfacción. El recuerdo de la tensión en los músculos de su espalda, las venas de sus brazos y su cuello, su gesto alzado al cielo, los labios, el sudor, sus jadeos… Había memorizado cada detalle, cada movimiento, y se recreaba en las imágenes de su memoria hasta alcanzar el orgasmo entre sus sábanas en la soledad de su cuarto. Incluso cuando ocasionalmente buscaba un amante fugaz a la carta en las aplicaciones de su teléfono, durante el sexo se descubría muchas veces fantaseando con la noche que no compartió con Ramiro, rememorando la escena erótica de la que había sido partícipe como voyeur.

Por suerte se encontraba con más frecuencia con el Ramiro de sus fantasías que con el real. El truco de fotografía que le había afanado a su antiguo jefe le estaba dando resultado, y Ramiro viajaba cada vez con más frecuencia por Europa trabajando como fotógrafo freelance.

Fue cerca de la navidad cuando finalmente volvieron a coincidir en el estudio de Tony y Al. Víctor había ido a llevarles los títulos de unas acciones que acababan de tramitar sobre la empresa, en el estudio estaban preparando un pase privado de algunos de los diseños que mostrarían en la pasarela de invierno en la semana de la moda en Paris. Le invitaron a quedarse a verlo, y estaba a punto de declinar la invitación cuando descubrió a Ramiro al fondo del estudio preparando las luces para fotografiar la sesión.

Se sentó entre las sillas que habían colocado formando un pasillo para los invitados, deleitándose con la posibilidad de observar a Ramiro de forma clandestina. Lo vio dando instrucciones a la maquilladora, comentando algo con Richi, el estilista, y bromeando con Alfred, con quien parecía tener una mayor complicidad. Cuando su mirada se cruzó con la del fotógrafo, su ceño fruncido no fue muy alentador. Tal vez había sido un error quedarse. Aunque, pensándolo mejor, sería bueno aclarar las cosas entre ellos.

El pase comenzó con retraso, y continuó retrasándose, por lo que Víctor envió un mensaje a su bufete para avisar de que no volvería esa tarde. Las modelos desfilaron con una veintena de vestidos de gala, trajes sastre y trajes de noche, elegantes en su línea a la vez que audaces en sus estampados. En general le gustó, apreciaba los diseños de Alfred & Valenty, pero debía reconocer que lo mejor del desfile fueron las continuas discusiones entre el equipo creativo, en particular Tony y Al, y los gestos de exasperación de Ramiro.

Cuando al fin terminó, aprovechó el caos de la recogida para acercarse a joven fotógrafo.

—¿Tienes un momento?

—Claro —respondió él sin prestarle mucha atención.

—Para hablar a solas, si no te importa.

Entonces Ramiro se fijó en él, y le indicó con un gesto que lo siguiera. Se alejaron de la concurrida sala de pruebas en dirección al vestidor, algo más despejado. Había esperado un lugar más privado, pero se tendría que conformar.

—Solo quería disculparme, mi comportamiento aquella noche no fue muy adecuado. Demasiado alcohol…, aunque no es excusa. Siento haberte incomodado… —Y antes de que pudiera terminar la frase, Ramiro se había acercado y le estaba mordiendo el labio inferior. Sus labios tiernos se posaron sobre los suyos, sintió su aliento caliente invadiendo su boca, y una descarga eléctrica lo atizó recorriendo el camino desde su boca hasta su pelvis en un segundo, alertando a su polla como una alarma de incendios. Se estaban besando y era exactamente lo que había deseado desde hacía meses, o tal vez años, pero… tenía que parar—. Espera…, no podemos… —dijo, apartándose de él, mirando a su alrededor para comprobar que nadie lo hubiese visto. No estaba bien, se lo había repetido un millón de veces, tenía que quitarse a Ramiro de la cabeza, pero su reacción parecía divertir al fotógrafo.

—¿Se está volviendo tímido, señor Andrade? —dijo mientras lo agarraba por la corbata y tiraba de él.

Víctor se dejó guiar hasta lo que parecía un cuarto de vestuario, con ristras de ropa colgada y percheros de los que pendían vestidos de noche enfundados en plásticos como cadáveres. A media luz y ocultos entre las prendas de diseño, Ramiro volvió a besarlo. Sus labios jugosos le parecieron una fruta deliciosa, aunque peligrosa, pero ya no había fuerza humana capaz de detenerlo. Sus bocas se fundían, sus lenguas se exploraban en profundidad mientras su cuerpo rozaba con el de Ramiro, y podía sentir al fin la dureza de ese cuerpo joven que tanto había imaginado.

—Creía que estabas enfadado conmigo —consiguió susurrarle.

—Has dicho que lo sientes.

Y volvió a sonreír…, esa sonrisa endiablada que lo estaba volviendo loco. Pasó sus manos por sus brazos, recorriendo la firmeza de sus bíceps, y luego por su pecho, tan joven, tan duro… Y también sus pelvis se unieron, apretándose los cuerpos uno contra el otro, y la sensación de sus erecciones acariciándose mutuamente era maravillosa, y lo tenía muy excitado, jadeando sin control en su boca. Ramiro le aflojó la corbata y comenzó a desabrochar los botones de su camisa —blanca, siempre blanca para Víctor—, y el abogado a su vez buscó su piel bajo la camiseta negra de algodón, levantando la tela hasta alcanzar los pezones, pequeños y rodeados por unos díscolos pelos negros, indomables, como su dueño. Primero los acarició con los dedos y luego los besó, rodeándolos con la punta de su lengua, y disfrutó escuchando el gemido largo y suave del joven.

Cuando Ramiro empezó a desabrochar su cinturón de cuero negro, supo que debía detenerlo.

—Espera…, no sigas… —Quiso frenarlo, pero cuanto más se resistía, más empeño ponía el chico. Le bajó la cremallera y su mano se coló entre sus pantalones y sujetó su erección—. Ramiro, para… —Pero él no paró, solo le mostraba su sonrisa perversa mientras su mano recorría el tronco de su polla—. Espera…, vamos a otro sitio… —Entonces se agachó delante de él y su lengua comenzó a jugar con su glande.

Víctor tuvo que taparse la boca para censurar una exclamación de placer. Al otro lado de la puerta podía distinguir con claridad las voces de las modelos, los estilistas y el personal del estudio, todos afanados con la revisión de los trajes, o lo que fuese que los ocupaba aún. Estaban demasiado cerca, pero estaba claro que Ramiro no iba a parar. Su boca empezó a jugar con su polla, la lamía, la recorría de arriba abajo o viceversa, la chupaba, la acariciaba, y Víctor se concentraba en no emitir ningún sonido mientras su cuerpo buscaba desesperado la profundidad de su garganta, y las voces de Toni y Al, que seguían discutiendo sobre el color de no sé qué, se escuchaban al otro lado de la pared. Y aún pudo escuchar que alguien buscaba al fotógrafo: «¿Dónde está Ramiro?».

Estaba a punto de correrse, y tal vez era mejor acabar cuanto antes para terminar con esa locura, cuando la puerta del vestidor se abrió de golpe y fue invadida por las voces de dos personas. Ramiro se puso de pie, apretándose aún más contra su cuerpo, y los dos se embutieron más entre la ropa colgada, para ocultarse. Víctor quería desaparecer en ese momento. Los dos se quedaron muy quietos y en silencio, aunque podía notar que Ramiro se estaba riendo. Víctor le tapó la boca, advirtiéndole con el gesto y con un «shhh» para que no hiciera ruido. No quería ni imaginar que lo descubrieran en una situación tan embarazosa, aquello había sido un error de adolescente que no podía permitirse. Pero el azoramiento de Víctor parecía divertir mucho al chico moreno que tenía pegado a su cuerpo, aún con su polla colgando fuera del pantalón. Creyó distinguir las dos voces que buscaban algo entre el vestuario, era ese nuevo estilista, Richi, y una de las costureras. «El rosa palo…», decía uno. «Creo que se lo llevaron para lo de Roma…», decía el otro. Entonces Ramiro empezó a masturbarlo con la mano sigilosamente. Víctor intentó detenerlo, pero él continuaba, y si se resistía solo conseguiría hacer más ruido. Mientras los dos invasores rebuscaban entre los miles de prendas organizadas en los percheros, Ramiro jadeaban en su boca de forma casi imperceptible. Tenía las dos pollas juntas entre sus manos, acariciándolas, masturbándolas lentamente a la vez. Y aunque quiso frenarlo, acabó acompañando sus movimientos, hasta que eran los dos los que se masturbaban mutuamente en silencio, como dos colegiales ocultos en un armario aguardando a ser descubiertos por algún profesor que los reprendería sin duda. Y aun con sus visitantes revolviendo entre las cosas a apenas un metro de ellos, alcanzaron el orgasmo, y los chorros de semen salieron despedidos entre la ropa de diseño que los envolvía.

Su final coincidió con la salida de los dos invasores, y Ramiro empezó a reírse.

—Estás loco —dijo un Víctor jadeante—. Soy demasiado mayor para esto.

—Nunca se es demasiado mayor para esto.

—Te da morbo, ¿verdad? —le dijo al tiempo que se acomodaba la ropa e intentaba recuperar la compostura. Él respondió con una sonrisa, definitivamente le gustaba el riesgo—. Y ahora ¿cómo hago para salir de esta?

—Yo los distraigo.

Antes de que se le escapara, Víctor lo retuvo un instante más, y volvió a besarlo, sin prisa, deleitándose en sus labios carnosos, con la sensación alerta aún recorriéndole el cuerpo.

—Me pasaría el día besándote.

—Pero hay que volver al trabajo…

Y Ramiro se le escapó, con la satisfacción en el cuerpo del polvo rápido, seguramente ya se había cansado de Víctor. Consiguió volver a la sala sin que nadie se percatara de su salida del vestidor. Le escuchó hablando con Toni y Al, y al cabo de unos minutos consiguió llevarlos de vuelta a la sala de muestras dejándole vía libre a Víctor para que saliera del armario sin ser visto. La idea le hizo gracia según rodeaba el estudio por la puerta opuesta en dirección a la salida. Ya en la calle, envió un mensaje a Toni improvisando alguna reunión de último momento que le había obligado a partir sin despedirse, y felicitándolo por la nueva colección. Mientras se alejaba por la calle, se le escapó una sonrisa, llenó los pulmones, como si no lo hubiera hecho en años, sintiéndose más vivo que nunca: el aire era más frío, los colores más vivos, los olores más intensos… Como estar drogado.

 

 

Sus encuentros furtivos con Ramiro siguieron repitiéndose de vez en cuando. Le quedaba claro que disfrutaba poniéndolo contra las cuerdas. Le gustaba la temeridad de los lugares públicos. Buscaba al hombre maduro que llegaba con su traje impecable, lo arrinconaba, lo llevaba al límite, y Víctor no sabía cómo negarse a sus caprichos. Sin duda el juego era lo que le daba morbo, y era esa la explicación de que un joven tan atractivo y deseado se interesara por un hombre maduro y aburrido como él. A veces llevaba el juego un poco más lejos:

—Me temo que he sido un chico muy malo, señor Andrade… Va a tener que castigarme…

Y Víctor le seguía el juego:

—Te va a salir caro esta vez…

—¿Qué va a hacerme…? —seguía, con su voz más inocente.

—Voy a follarte.

—No, eso no… —fingía resistirse.

—Oh, sí, voy a follarte hasta que me supliques que pare.

Luego, cuando volvía a su casa y se servía una copa de vino a solas, intentaba olvidarse de Ramiro, a quien imaginaba saliendo por la noche madrileña con otros jóvenes lascivos con los que compartiría encuentros sexuales fugaces. Había temporadas en las que se iba a trabajar fuera, y durante algunas semanas casi conseguía olvidarlo, pero cuando menos lo esperaba, reaparecía en su vida. Y, como una adicción, volvía a caer y acababan una vez más en algún lugar público, tras una puerta, en un coche, en el baño de la casa de alguien bajándose los pantalones… Sucumbir a un polvo rápido para luego fingir que su relación era estrictamente formal.

Con cada nuevo encuentro carnal se descubría queriendo cada vez un poco más de él. Quería conocerlo, saber algo de su vida… Deseaba más tiempo, pero Ramiro no tenía ningún interés en llevar su relación a algún otro estadio. Quiso invitarlo a cenar, al teatro, a ver una exposición de fotografía, pero él solo se burlaba de sus intentos con alguna frase ridícula del tipo: «Lo siento, no suelo mezclar mis citas con mis polvos», para luego castigarlo con su indiferencia. Y Víctor no podía hacer otra cosa que esperar a que él quisiera volver un rato a su vida.

Todo cambió la noche que Ramiro se presentó en su casa.

Debían ser algo más de las tres de la mañana. El insistente sonido del telefonillo de su piso lo despertó, se acercó soñoliento al intercomunicador para averiguar quién llamaba a su puerta en mitad de la noche.

—Soy yo…, Ramiro… —Su voz se escuchaba entrecortada—. ¿Puedo subir?

Víctor abrió el portal con el botón y aguardó en el rellano escuchando el sonido familiar de la pesada puerta de hierro del edificio, y el viejo ascensor con su puerta enrejada. Con el silencio sobrecogedor de la noche, aquellos sonidos cotidianos adquirían un matiz inquietante.

Al salir del ascensor, la imagen de Ramiro lo descolocó por completo. Venía sudando, pálido como un muerto, el pelo húmedo, los ojos enrojecidos, la respiración entrecortada y el gesto descompuesto. Temblaba. Temblada de miedo.

—Perdona…, yo…—comenzó diciendo sin controlar del todo su voz. Olía a alcohol, a popper y a otra cosa que no lograba descifrar, pero que era intensa y desagradable como el óxido—. No sabía a dónde ir.

 


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