Solo a un beso de ti •Capítulo 13•

La noche del ballet Christian pasó a buscarlo cerca de su casa. Nieves ya estaba sentada en el asiento del copiloto y acaparó la mayor parte de la conversación durante los cuarenta minutos de viaje hasta el auditorio de la ciudad. Lo que incluyó un pequeño interrogatorio a Vlad.

—¿Y cómo acaba un bailarín del Bolshoi en las Rías Baixas?

—Fue por casualidad, antes vivía en Madrid…

Vlad se limitaba a contestar con medias verdades y ella pronto se aburrió y siguió charlando con Christian sobre inversiones inmobiliarias, señalando por el camino algunas zonas, viñedos, bodegas, como si contestara una pregunta que se había formulado antes de que él participara de la conversación, y por lo mismo se sentía liberado de participar. De vez en cuando, su mirada se cruzaba con los ojos negros de Christian, que lo observaba por el retrovisor con una sonrisa cómplice a la que Vlad procuraba no corresponder.

Llegaron con el tiempo ajustado para el espectáculo. Entraron apresurados al auditorio y ella se las ingenió para acabar sentada entre los dos hombres. A Vlad no le importó demasiado, pues en cuanto se apagaron las luces y comenzó a sonar la música, se concentró en la danza y procuró olvidarlos a ellos. No era el tipo de ballet que le gustaba, tan clásico y técnico, le resultaba frío y caduco. Le había fascinado de niño, pero sus gustos se habían ido decantando por los lenguajes contemporáneos que había descubierto en años posteriores. Aun así, todo lo que ocurría en un teatro le entusiasmaba, desde el olor de las butacas hasta el calor de las luces, la mezcla de polvo y resina, los escenarios de madera, la forma en la que la música envolvía el espacio, y la presencia de los bailarines ante el público. Todo, absolutamente todo lo que ocurría allí se le metía por el cuerpo y lo cautivaba por completo. Se imaginaba a sí mismo en ese escenario, siendo uno de aquellos bailarines, con sus leotardos; se imaginaba aguardando entre bastidores, algo aburrido, tal vez, de repetir las mismas coreografías durante años, haciendo algún chiste en el último momento a un compañero, antes de ese instante mágico en el que entrabas a escena y te transformabas.

En el intermedio salieron al hall a hacer tiempo como todo el mundo. Ella hizo algunos comentarios jocosos sobre los trajes de las bailarinas que Vlad no acabó de pillar, pero que a Christian sí le hicieron gracia. La envidió por completo. Envidió su seguridad y su sentido del humor. Envidió sus tacones eternos, la forma en la que conseguía que unos vaqueros y una camiseta se vieran elegantes; envidió el descaro con el que coqueteaba con Christian, sin tener que medir sus movimientos o sus gestos de afecto; y que pudiese moverse y reír de forma tan provocativa. Luego ella fue al baño.

—A ver si me da tiempo a hacer un pis antes de la segunda parte —anunció haciendo alusión a las largas colas que se formaban siempre para los servicios de mujeres, y por alguna razón incluso su vulgaridad resultaba exquisitamente femenina.

—¿Te molesta que haya venido? —preguntó Christian en cuanto estuvieron solos.

—No. Es maja. Y muy guapa…

—Sí, lo es —admitió.

—Hacéis buena pareja. —A lo que él respondió con una carcajada.

La segunda parte le resultó mucho más insoportable. Incluso llegó a rodar por su cara alguna lágrima que la oscuridad dejó en secreto. Tal vez porque el descanso ya lo había sumido en una nebulosa de nostalgia, o porque su cabeza había insistido en evocar los desenlaces alternativos que podría haber tenido su vida. Y no pudo evitar reflexionar acerca de cómo habían sido las cosas para él: siempre midiendo, controlando, conteniendo sus expresiones o sus deseos. Con esa máscara perpetua que la vida le había forzado a llevar. Era sobre un escenario el único lugar en el que se había sentido realmente libre, el único momento en el que podía ser él mismo, sin miedo y sin reservas. Y eso también lo había perdido.

Al terminar el ballet su ánimo estaba por los suelos, le hubiese encantado irse a casa y meterse bajo una manta a ver películas tristes y llorar a solas comiendo chocolate. Pero Nieves decidió que había que ir a tomar algo y acabaron en un restaurante de tapas con una carta que se salía por completo del presupuesto de Vlad. Aunque no creyó que ella lo hubiese hecho con mala intención; seguramente no se daba cuenta, se notaba que era una niña que siempre había tenido quien cuidara de ella, acostumbrada a ser el centro de atención, la niña bonita que se llevaba todos los halagos. Y como tal, fue ella quien volvió a orquestar la conversación que revoloteaba con frecuencia en torno a asuntos que solo ella y Christian compartían. Aunque no se olvidaba de Vlad para nada, puede que hubiese comprendido que de alguna forma era una amistad especial para Christian y por lo mismo buscaba su complicidad.

—¿Y dónde bailas ahora?

—En ninguna parte, en mi casa… Hace mucho que no bailo, profesionalmente, quiero decir…

Lo que se le escapaba por completo era que en realidad Vlad no era un cómplice, sino su competencia.

—¿Y por qué lo dejaste?

—Esa es una historia muy larga que aún no me ha contado —añadió Christian invitándole a revelar lo que siempre callaba.

—Me metí en un lío y tuve que irme de Rusia. —Lejos de saldar la curiosidad, su comentario despertó el anhelo de saber más—. Fue cuando el gobierno aprobó la ley de propaganda LGTB, algunos de los chicos de la escuela hicimos una manifestación junto al parlamento y nos arrestaron… —Y el tono de la conversación se densificó de pronto, alejándose de la cháchara previa de Nieves y contagiándose de la apatía de Vlad—. El problema no es realmente la ley, seguramente al final como mucho te ponen una multa. Pero ya te tienen fichado… A unos amigos que vivían juntos la policía les entró en su casa una noche y les dio una paliza, es muy difícil denunciarlo, porque los que deberían protegerte son los que van a por ti y se cubren las espaldas, y nadie dice nada, ni la prensa, ni los políticos. Y eso es lo que consigue esa ley: que sea aún más difícil denunciar y pone a la gente en nuestra contra.

—Joder, y ¿no puedes volver nunca más? Quiero decir…, ¿no hay forma de arreglarlo?

—No. Si volviera a Rusia iría a la cárcel porque no me presenté a juicio, así que ahora me consideran un fugado de la justicia. Y si fuera a la cárcel, no lo sé…, puede que no saliera vivo. Ir a la cárcel en Rusia siendo gay es como una sentencia de muerte.

—Y ¿tu familia? ¿Qué piensa de todo esto? —Era ella quien preguntaba, con un interés nada fingido, porque Christian permanecía observando sin saber qué decir, escuchando aquella historia que no había acertado a imaginar.

—Mi familia me apoya…, aunque no he vuelto a verlos desde que me fui. La verdad es que he tenido mucha suerte, tengo una familia genial que siempre me ha apoyado y el ambiente en el ballet es mucho más permisivo, así que vivía bastante tranquilo y de forma muy abierta, tuve varios novios, y nunca me sentí rechazado realmente… Quizás por eso me sentía intocable, supongo, y no supe calcular las consecuencias de lo que hacía… Y era joven e idealista…

—Lo dices como si fueses muy mayor ahora…

—Eso fue hace siete años, era un crío entonces…

—Siete años sin ver a tu familia… Debes echarlos mucho de menos…

Y el ambiente se había vuelto definitivamente lúgubre, y cuando Christian propuso volver a casa, nadie puso pegas, embargados en la sutil intimidad que habían cosechado en apenas unos instantes.

Vlad volvió a ocupar el asiento de atrás y, ya en plena noche cerrada, desconectó por completo de la conversación de sus acompañantes y pasó el viaje en silencio, con la mirada perdida en el paisaje nocturno a través de la ventanilla del coche, recreándose en su propia tristeza.

Nieves pareció sorprendida al comprobar que Christian paraba a dejarla en su casa antes que a Vlad. Al ruso no se le escapó que no se lo había esperado, aunque disimuló bastante bien. Se despidió de Christian con dos besos y haciendo planes para verse o llamarse, y se encontró con Vlad fuera del coche, cuando él se dirigía al asiento que ella había ocupado para no dejar al conductor a solas.

—Me ha encantado conocerte, Vlad —dijo, al tiempo que le daba un abrazo con un afecto inesperado—. Y, en serio, me encantaría verte bailar algún día.

Él respondió también con palabras de afecto y promesas de verse pronto antes de subir al todoterreno.

Condujeron un rato en silencio, de pronto Vlad mucho más alerta de su presencia y de esa elección en su recorrido que no era fortuita.

—Creo que ella esperaba que me dejaras a mí antes. —Christian respondió solo con un murmullo afirmativo—. Deberías decírselo.

—¿El qué?

—No te hagas el tonto.

—¿No crees que se lo huele?

—Para nada.

Le gustó el cambio de ritmo en la conversación, la forma en la que ellos no necesitaban casi palabras para comunicarse. Y al mismo tiempo, le inquietaba el cosquilleo que crecía en su estómago… y en su entrepierna.

Tardaron solo diez minutos en estar frente a la puerta de su edificio, en una zona muy distinta de la ciudad. En cuanto llegaron, él apagó el coche y se giró hacia Vlad, y sus ojos de mirada gitana lo atraparon.

—Puedo aparcar, si quieres. —Estaba enredado sin escapatoria en su mirada, en su aliento y en esa presencia tan masculina—. O si lo prefieres puedo marcharme…

—No —respondió casi de forma instintiva. Él sonrió entonces, acercó sus labios y Vlad se dejó besar, un beso que le robó el aliento y lo dejó extenuado—. Creía que íbamos a ser solo amigos…

—Los amigos pueden follar de vez en cuando, ¿verdad?

Sus labios volvieron a juntarse y, cuando sintió la humedad de su lengua traspasando su boca, supo que estaba perdido, no tenía voluntad suficiente para evitar que pasara.

Ya no dijeron nada más. Él aparcó el coche junto a la acera. Bajaron del vehículo y caminaron en silencio hasta la entrada de su casa. Abrió una primera puerta al edificio y, mientras intentaba abrir la puerta de su sótano, las manos de Christian lo rodearon desde su espalda; enterró la cara en su cuello y empezó a besar y lamer primero su clavícula, subiendo luego por su yugular hasta el lóbulo de su oreja al tiempo que sus manos se colaban por debajo de su camiseta y apretaba su erección contra su culo, casi a la altura de su cintura, pues Christian era bastante más alto. No conseguía abrir la puerta, y el modelo parecía dispuesto a desnudarlo allí mismo en el rellano del edificio. Cuando al fin la abrió, más que entrar se dejaron caer en el interior. Las llaves cayeron al suelo, Christian lo tenía atrapado contra la pared y volvía a comerle la boca sin soltarlo. Vlad le dio una patada a la puerta como pudo para que se cerrara y su pierna también quedó atrapada por el cuerpo musculoso del modelo. Entre jadeos, gemidos y saliva fueron deslizándose escaleras abajo sin soltarse, ni con las manos ni con las bocas. Hasta que, en el último escalón, Christian lo agarró con fuerza del culo y Vlad quedó enganchado a sus caderas rodeándolo con piernas y brazos. Aún con los labios entrelazados, el modelo caminó llevándolo a cuestas hasta el colchón que hacía las veces de cama. Christian tuvo cuidado de no dejarlo caer de golpe mientras lo acostaba sobre la cama y, en cuanto lo soltó, le quitó la última capa de camisetas y comenzó a besar su torso desnudo; besó sus pezones y siguió lamiendo las líneas de su piel pálida, hacia el ombligo. Continuó, desabrochando el pantalón con urgencia, y al sentir el roce de su barba en las zonas más sensibles de su piel, Vlad gimió de forma escandalosa en lo que ya era casi un grito de placer. Mientras él luchaba por bajar su pantalón y liberaba su polla, su lengua fue atacando cada trozo de piel que dejaba al descubierto. Hasta que al fin pudo lamerla completa de abajo arriba, rodeando sus testículos con la lengua para volver una vez más por el tronco de su polla hasta su glande, con avaricia, humedeciendo cada parte de su piel, y Vlad ya solo era un amasijo de gemidos y jadeos a punto de correrse. Christian entonces se detuvo. Se quedó un momento de rodillas entre sus piernas, mirándolo, sus ojos cargados de deseo. Se quitó la ropa con celeridad, sin perderlo de vista. Luego se colocó sobre él como un gato, su polla dura colgando entre sus piernas, hasta que sus ojos quedaron enfrentados, y se quedó allí mirándolo fijamente. Vlad sintió cómo el corazón se le aceleraba y la respiración se le cortaba mientras se rendía ante su mirada. Y supo que esta no sería como las otras veces. Habían follado, había echado un polvo con un tío bueno… Esta vez era diferente, esta vez eran Christian y Vlad, se miraban a los ojos y se veían el uno al otro. Él se acercó despacio hasta sus labios y volvió a besarlos con delicadeza, y el ritmo siguió pausado, calmado, aunque profundamente alerta.

—¿Puedo…? —preguntó él, y, al igual que antes, no necesitaban más palabras para entenderse.

Le dijo que sí con un gesto breve, y solo entonces él siguió; levantó una de las piernas de Vlad, era fácil con la flexibilidad del joven, y sin apartar su mirada ni sus labios, empezó a penetrarlo poco a poco. Y según comenzó a sentir cómo lo invadía, el gesto de placer de Vlad se intensificó, al igual que sus leves gemidos, que surgían ahora como en un hilo de voz agónico y contenido. Y comenzaron a hacer el amor muy despacio, y Vlad no podía contenerse, sabía que iba a correrse sin necesitar más estímulo que la presión de su polla acariciándolo por dentro y sus ojos, que lo atrapaban con una profundidad que dolía. El calor se extendió por su cuerpo hasta concentrarse en su pelvis, que estalló en un orgasmo colosal que acompañó con sus gemidos frágiles y suplicantes. Christian pareció sorprenderse un momento con su precoz estallido, pero entonces lo besó con más pasión, si cabía, y con un gruñido salvaje aceleró el movimiento de sus caderas hasta correrse también dentro de él. Aún entrelazados sus cuerpos siguieron besándose, sintiéndose piel con piel, labios con labios, aliento sobre aliento. Como si el orgasmo no hubiera sido suficiente para satisfacer el deseo de poseerse el uno al otro. Luego, como hiciera la otra vez, Christian se ocupó de él. Le trajo agua, limpió los restos de semen, y para cuando volvió a tumbarse a su lado, rodeándolo con sus brazos fuertes desde su espalda, acoplándose el uno al otro como dos piezas de puzle, el sueño comenzó a vencerlo y se dejó llevar, acurrucado en el calor de su cuerpo.

—Vlad, me voy. —La voz de Christian lo despertó, y de pronto fue consciente de que se había quedado dormido.

—No, no te vayas… —murmuró.

—No quiero que mañana te vuelvas loco si me encuentras en tu cama. —Entonces entreabrió los ojos y vio que él se había vestido y estaba sentado a su lado.

—Vuelve a la cama, prometo no volverme loco. —E hizo un intento bastante patético de quitarle la ropa.

—Deja de hacer eso, me está costando un huevo dejarte ahora. Pero sé que es lo que prefieres y prometí respetarlo.

—¿Por qué tienes que ser tan majo? Así es imposible odiarte.

Escuchó su risa profunda y silenciosa.

—Eso me ha gustado… —Le dio un beso pequeño en los labios—. Sigue durmiendo, solo dime cómo abro la puerta.

—Tengo otra llave por aquí… —Abrió una cajita de madera en la que guardaba las cosas que procuraba no perder y dejó que él cogiera la llave antes de volver a cerrarla.

—Tienes que hacer algo con esa puerta…

—Lo sé…

Volvió a besarlo, esta vez un beso algo más largo.

—Buenas noches, descansa… Ya nos veremos.

Y entre el sopor del sueño escuchó como se alejaba, subía las escaleras y, un rato más tarde, casi por sorpresa, le llegó el sonido de la puerta metálica cerrándose con fuerza, la única forma en la que era posible cerrarla desde fuera. Se giró entre las sábanas para capturar el olor de su cuerpo aún en su almohada, y con el aroma potente de Christian invadiéndolo, volvió a quedarse dormido.

Hasta aquí la lectura gratuita de los primeros capítulos de la novela. Somos malos y sabemos que te has quedado con ganas de más, así que ya sabes… wink

¿Papel o ebook? Tú eliges

7 replies on “Solo a un beso de ti •Capítulo 13•

    • Ediciones el Antro

      Hola. En Argentina contamos con diferentes tiendas que te lo pueden conseguir bajo demanda (lo pides y te lo hacen llegar en pocos días). Algunas tienen tienda física y otras trabajan solo online. Estamos actualizando el listado (lo tenemos en la sección de “librerías”), pero en principio estas librerías tienen todos nuestros libros: Buscalibre, Mandrake libros y Cúspide. Un saludo y gracias por el interés en nuestros libros.

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  • Samuel Gonzalez

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    Ps: ¿Cómo hago para adquirir otro ejemplares del autor? Me ha fascinado.

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    • Ediciones el Antro

      Hola, Samuel. Poco a poco estamos intentando llegar a más países. En este momento, en Uruguay puedes preguntar en Librería Pocho, donde tienen todos nuestros libros bajo demanda. También puedes comprarlos en Amazon (según hemos comprobado, desde 2018 atiende los pedidos desde Uruguay). La tercera opción es comprarlos en formato ebook desde nuestra web. En este caso, por el mismo precio que en otros sitios te llevas tres formatos de archivos para que puedas leer desde cualquier dispositivo: epub, mobi (kindle) y pdf. Un saludo y muchas gracias por tu interés en nuestros antritos. 😊

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